Hará unos diez años, caminaba yo con José Ángel González Sainz por la tortuosa ciudad de Venecia camino de la Estación de Ferrocarril, cuando en una de las grandes plazas, el Campo di San Polo, si no me equivoco, reparamos en una figura detenida en medio del noble espacio. Vimos también que estaba marcada dramáticamente. Era temprano y el lugar sólo lo atravesaba un faquín cargado de hortalizas. José Ángel se fijó largo rato en el hombre quieto y de golpe, sobresaltado, exclamó: “¡Pero si es Giorgio!” En aquel momento el hombre, una de las mejores cabezas de Europa, comenzó a caminar con torpeza hacia la fuente de la plaza. Parecía desorientado, neonato. Nos acercamos y cuando ya estábamos a su lado nos miró con temerosa modestia, como si se le aparecieran gentes augustas de las que apenas tuviera conocimiento. Sin embargo, la noche anterior los tres habíamos discutido hasta la madrugada en casa de Elide. José Ángel, serio, pero con cierta retranca, le señaló la frente. “Giorgio, estás sangrando”, le advirtió. El hombre no dijo ni sí ni no, sacó lentamente un pañuelo del bolsillo y se llegó hasta la fuente. “Sí, eso creo”, dijo al fin. En la fuente, se lavó el arroyo de sangre que le cruzaba la cara. “Me he golpeado con el quicio de la puerta”, añadió. Era una mentira infantil, pero respetamos su pudor y seguimos camino de la estación mientras él mojaba el pañuelo una y otra vez en la fuente y se enjugaba la cara y el cuello con muestras evidentes de placer, como un gorrión en el estanque. Lo he recordado hoy, leyendo su último libro publicado en español por Anagrama, Profanaciones, una colección de artículos en la que el primero, breve ensayo sobre el Genio que nos acompaña durante toda la vida, describe con cristalina perfección lo que entonces viví en la plaza veneciana. Aquella mañana, Agamben estaba totalmente poseído por su Genio. No era él, era más que él y mostraba su mejor aspecto, ese que solemos asociar a la palabra “genio” y que yo, hasta leer su artículo, no había comprendido cabalmente. Leerlo me ha producido una emoción cálida. Como si lo hubiera escrito para José Ángel y para mí, por si no nos habíamos enterado.
