Félix de Azúa
No creo que haya líneas de Baudelaire más explotadas que las celebérrimas:
“Le plaisir d’être dans les foules est une expression mystérieuse de la jouissance de la multilication du nombre”
“Ivresse religieuse des grandes villes.-Panthéisme. Moi, c’est tous; tous, c’est moi. Tourbillon”
(“El placer de estar entre la muchedumbre expresa el misterioso goce de la multiplicación de los números”. “Embriaguez religiosa de las grandes ciudades.-Panteismo. Yo, soy todos; todos, soy yo. Torbellino”)
Las frases figuran en papeles sueltos que a su muerte fueron recogidos por Mme Aupick y que más tarde se editarían bajo diversos nombres, Mon coeur mis a nu, Carnets, Fusées. Apuntes rápidos, instantáneas, chispazos a veces más elocuentes que un poema.
Baudelaire nunca dio importancia a esas líneas, pero los expertos las tienen por la más primitiva exclamación de pasmo ante el anonimato urbano, la impunidad que ofrece vivir oculto entre extraños, la disolución del individuo en la masa ameboidea. Una vislumbre de la locura y el crimen reducidos a materia prima para los informativos. Novedades que producían vértigo en los habitantes de las grandes capitales, a mediados del siglo XIX, cuando comenzó la metástasis que aún las devora.
Procuraremos repetir la experiencia, pero ocultos en una muchedumbre y una ciudad inmateriales, seguramente teóricas. Y lo más inquietante: formadas por cuerpos sutiles, sin ojos ni boca. Cuerpos angélicos quizás inmortales; ectoplasmas quizás muertos. Escribir desde esa muchedumbre, escondidos en ella. Y evitar, sin embargo, la locura y el crimen, es decir, los informativos.
Susurros en el vacío cósmico.