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Genio

Por 30 de noviembre de 2005 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Hará unos diez años, caminaba yo con José Ángel González Sainz por la tortuosa ciudad de Venecia camino de la Estación de Ferrocarril, cuando en una de las grandes plazas, el Campo di San Polo, si no me equivoco, reparamos en una figura detenida en medio del noble espacio. Vimos también que estaba marcada dramáticamente. Era temprano y el lugar sólo lo atravesaba un faquín cargado de hortalizas. José Ángel se fijó largo rato en el hombre quieto y de golpe, sobresaltado, exclamó: “¡Pero si es Giorgio!”
En aquel momento el hombre, una de las mejores cabezas de Europa, comenzó a caminar con torpeza hacia la fuente de la plaza. Parecía desorientado, neonato. Nos acercamos y cuando ya estábamos a su lado nos miró con temerosa modestia, como si se le aparecieran gentes augustas de las que apenas tuviera conocimiento. Sin embargo, la noche anterior los tres habíamos discutido hasta la madrugada en casa de Elide.
José Ángel, serio, pero con cierta retranca, le señaló la frente. “Giorgio, estás sangrando”, le advirtió. El hombre no dijo ni sí ni no, sacó lentamente un pañuelo del bolsillo y se llegó hasta la fuente. “Sí, eso creo”, dijo al fin. En la fuente, se lavó el arroyo de sangre que le cruzaba la cara. “Me he golpeado con el quicio de la puerta”, añadió.
Era una mentira infantil, pero respetamos su pudor y seguimos camino de la estación mientras él mojaba el pañuelo una y otra vez en la fuente y se enjugaba la cara y el cuello con muestras evidentes de placer, como un gorrión en el estanque.
Lo he recordado hoy, leyendo su último libro publicado en español por Anagrama, Profanaciones, una colección de artículos en la que el primero, breve ensayo sobre el Genio que nos acompaña durante toda la vida, describe con cristalina perfección lo que entonces viví en la plaza veneciana.
Aquella mañana, Agamben estaba totalmente poseído por su Genio. No era él, era más que él y mostraba su mejor aspecto, ese que solemos asociar a la palabra “genio” y que yo, hasta leer su artículo, no había comprendido cabalmente.
Leerlo me ha producido una emoción cálida. Como si lo hubiera escrito para José Ángel y para mí, por si no nos habíamos enterado.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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