Skip to main content
Blogs de autor

Deficiente pecunia, déficit omne

Por 30 de noviembre de 2005 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Deficiente pecunia, déficit omne, dice el proverbio: cuando falta el dinero, falta todo. Por lo general no se asocia a los escritores con el dinero, salvo para emplearlo en su contra. Las dimensiones de la fortuna de John Grisham, Pablo Coelho y J. K. Rowling serían directamente proporcionales a su ramplonería como escritores. Que Martin Amis gastase un dineral en arreglarse los dientes fue considerado un gesto frívolo. Sus detractores no advirtieron que uno de los motivos por los que acudía al dentista era el de asegurarse que, de allí en más, podría reírse de ellos sin necesidad de disimulo.
Muchos autores aceptarán que nunca han escrito texto más dramático y sangrante que el de su declaración de impuestos.
Otros dirán, en cambio, que la declaración de impuestos fue su obra más imaginativa.

…………………………………………………………………

No puedo dejar de pensar en el dinero. Tengo una excusa formal, por cierto. El banco del que soy cliente no me deja acceder a mi propios bienes hasta que presente una serie de documentos absurdos, echándole la culpa a las nuevas normativas del Banco Central. Estoy a un tris de pedirle a mi contador que avale mis posesiones con su sangre.
Tampoco he podido dejar de pensar en El mercader de Venecia en estos días. La adaptación al cine que hizo Michael Radford tiene sus momentos. Desde que eligió a Al Pacino para hacer de Shylock estaba claro que iba a moderar el humorismo para apostar al pathos. Pesan tantas acusaciones de antisemitismo sobre la obra, que era previsible que Radford evitaría reírse del judío a cualquier precio. (Habrá que ver qué hizo Polanski con Fagin en su flamante versión de Oliver Twist: Fagin es otra caricatura del judío, un tanto más cercana a la fantasía del Hombre de la Bolsa.) Sin embargo no es posible olvidar que El mercader de Venecia fue concebida como comedia y representada como tal: en la Inglaterra del siglo XVI, reírse del judío era un pasatiempo popular, socialmente aceptado y políticamente correcto, que congraciaba al bromista con su público con la misma efectividad que hoy logra cualquiera que ría a expensas de George Bush.
(Pacino está bien, pero me encantaría ver a Bill Murray haciendo de Shylock.)
La película no dejó de inquietarme desde que la vi. Al principio supuse que me perturbaba la extraña superposición de sus elementos: el conocido drama de la libra de carne, encajado dentro de la trama liviana sobre el noble Bassanio y su intento de seducir a la rica heredera Portia. Es cierto que Radford se queda con el aspecto más melodramático de Shylock a costa de los matices más ligeros, más farsescos; pero la tragedia del personaje ya estaba en Shakespeare. Shylock es un antecesor de Lear: se trata de dos viejos que han conservado una extraña dignidad en un mundo violento, y que al enfrentarse a una situación límite toman una decisión equivocada que conduce a la destrucción de su propio universo. La decisión parte de un error de juicio; y tanto en El mercader como en Lear, el error de juicio gira en torno de una hija, esto es, del afecto al que se presume incondicional.
Es posible imaginar que Shakesperare quiso concebir un villano que resultase muy fácil de odiar, como el protagonista de El judío de Malta de Christopher Marlowe, y que con el correr de la pluma descubrió dentro de ese cofre mucho más de lo que había esperado encontrar.
Shylock es un personaje secundario, pero resulta tan complejo, tan tridimensional, que se despega del papel. ¡De hecho borra de escena a los verdaderos protagonistas de la obra! Contra la noción generalizada, el mercader de Venecia al que el título alude es Antonio, no Shylock. El judío es tan sólo un prestamista. Portia (que en buena medida es la heroína del relato) subraya la diferencia entre ambos personajes al hacer su entrada en el juicio: ¿Cuál de estos es el mercader, y cuál el Judío?
El “Judío” perdura en las conciencias por encima de Antonio, de Bassanio y de Portia, porque es más que un personaje: es un hombre, a quien resulta natural imaginarse fuera de los confines de la obra, respirando, bebiendo, rezando de manera clandestina y maldiciendo su propia soledad. En el cine de hoy, donde la mayor parte de los personajes tiene la complejidad psicológica del policía Torrente, Shylock resulta tan desconcertante como el monolito negro de 2001. La dimensión que cobró el personaje por encima de rol que Shakespeare le tenía reservado debe haber sellado el destino de Mercutio en la obra que escribiría después: Shakespeare no tuvo más remedio que matar a Mercutio al comienzo de Romeo y Julieta, antes de que su elocuencia arrebatase el protagonismo a los adolescentes del título. ¡Ya había aprendido la lección de El mercader de Venecia!
Pero la tentación de creer que Shylock se fue de las manos del autor resulta desmentida, al menos en parte, por la estructura de la obra. El relato se pone en marcha con Bassanio tratando de seducir a Portia, para lo cual debe vencer en un juego galante que le permitirá obtener su mano. Portia presenta tres cofres a sus pretendientes: uno de oro, otro de plata y uno de plomo. Dentro de uno de esos cofres hay un retrato de la joven. Aquel que lo encuentre al primer intento, la ganará como esposa.
A partir de allí El mercader de Venecia confirma que es un relato sobre lo engañoso de las superficies. Propone un divertimento sobre venecianos ricos, elegantes y algo aburridos que se enfrentan a un judío despreciable, pero esconde dentro de ese envase otro tipo de emociones. Al desconfiar de las superficies bruñidas del oro y de la plata, Bassanio obtiene lo que deseaba: la mano de Portia. Aquel espectador que no se deje engañar por la comedia de enredos y elija la superficie menos atractiva, esto es el despreciable Shylock, se verá igualmente recompensado.
El verdadero tesoro está en el interior del cofre de plomo.

………………………………………………………………….

La televisión y los diarios presentan a toda hora otra historia que me venden como drama cuando no lo es per se; tiene mucho de comedia, eso es innegable. El presidente Kirchner despidió al Ministro de Economía Roberto Lavagna, a quien se considera artífice (uno de ellos, cuanto menos) de la recuperación argentina.
La prensa conservadora tomó partido de inmediato, entrando con gusto en el juego de los cofres. El ex ministro Lavagna es alto y elegante, tiene algo de noble veneciano: podría hacer de Antonio en cualquier versión de El mercader. Y Kirchner tiene mucho de Shylock, es feo y su comportamiento es obsesivo, persigue sus deseos con la voluntad irredenta del prestamista shakespiriano: I will have my bond!
La trama del desplazamiento es compleja. Pero al menos en uno de sus aspectos, está tan alejada del tema del dinero como la mismísima obra shakespiriana.
La apariencia de El mercader de Venecia remite de forma constante al dinero. Bassanio necesita dinero para cortejar a Portia. Antonio necesita dinero para prestarle a Bassanio. Shylock presta dinero a cambio de respeto. Cuando los acontecimientos se precipitan, parecen hacerlo igualmente impulsados por cuestiones de dinero: Antonio pierde sus naves y con ellas su inversión, Shylock pierde los ducados y el anillo que le roba su propia hija al fugarse con un gentil. El mercader y el Judío se quiebran porque han perdido dinero, pero la pérdida del dinero es símbolo de un dolor más profundo. Antonio ha perdido a su amado Bassanio en manos de Portia y ya no quiere vivir. Shylock ha perdido a su hija, pero en lugar de deprimirse como Antonio, simplemente enloquece. No con la locura desatada que después padecería Lear, sino con una locura fría, metódica. Antonio se convierte en la personificación de todo lo que odia: el antisemita, el hombre respetado por la sociedad que a él lo desprecia, el gentil que se robó a su hija. Por supuesto, siendo quien es, Shylock jamás deja de pensar en el dinero: su ambivalencia ante la fuga de su hija Jessica (lamenta su pérdida, y lamenta el dinero que se llevó, y lamenta su pérdida una vez más) es uno de los detalles del genio de su creador.
Pero para estos dos hombres de negocios, el dinero no es la mayor de las consideraciones. El dinero es lo que saben producir y manejar, lo dado, lo seguro: uno y otro tienen capital suficiente como para tolerar las pérdidas. El problema está en aquello que el dinero no pudo comprarles. Todo el capital de Antonio no ha alcanzado para garantizarle el amor de Bassanio. Todo el capital de Shylock no ha alcanzado para garantizarle el amor de su hija. Estos hombres han construido su identidad en torno al dinero, y al descubrir las limitaciones de su riqueza material (cofres de oro y plata que no guardan nada valioso de verdad), se derrumban. Al final de la obra habrá un vencedor y un derrotado aparentes, pero en realidad serán dos los perdidosos.
El reclamo inexpresado de Antonio y de Shylock es el mismo, pero tal como se ha dicho, resulta más elocuente en el caso del Judío. Shylock soportó la marginación y el desprecio durante años. Cuando el noble Antonio, que lo había pateado y escupido repetidas veces, llega a pedirle dinero, Shylock acepta prestárselo sin cobrarle intereses porque intuye la posibilidad de una transacción que le interesa más que la del dinero. Antonio le ha pedido a Shylock lo único que Shylock tiene, esto es ducados; el prestamista se sabe pobre en su riqueza. Y Shylock presta el dinero a cambio de algo que Antonio tiene y él no: respeto. Cuando Antonio no paga ninguna de sus dos deudas (ni la del dinero ni la del respeto), y cuando Jessica lo defrauda con las suyas (no paga el amor debido al padre ni a la tradición), Shylock se quiebra. En este contexto de apocalipsis íntimo, en que todos sus deseos más profundos se han visto burlados, el reclamo de Shylock de cobrarse la deuda con la libra de carne de Antonio no puede ser visto como locura, sino como expresión de una desesperada necesidad de reivindicación.
Durante el Acto Cuarto, Shylock le explica al Duc de Venecia que aunque parezca extemporáneo, su reclamo no le es ajeno. ¿O acaso no tiene esclavos el Duc, y hace lo que le place con todas las libras de esa carne servil? Lo que Shylock está pidiendo es que le reconozcan su derecho a ser dueño de algo, aunque ese algo no sea más que un jirón de carne. Shylock sabe que la carne en sí misma no vale nada, que es un símbolo. (Como lo es el dinero la mayor parte de las veces.) Por eso pide con vehemencia que aunque suene absurdo, le reconozcan señoría sobre algo; que le dejen un mínimo margen de decisión, aunque más no sea sobre un trozo de carne. En suma, que lo reconozcan como sujeto con derechos.
Cuando Kirchner, que llegó al poder con un magro caudal de votos, se desprende de un ministro exitoso, lo que está haciendo es reafirmar su poder. En ese acto dice: existo. Soy el Presidente. Reconózcanme como tal.
Cuando Shylock dice esta libra es mía, cuando yo voy al banco y digo esa plata es mía (¡cuando el escritor lanza su libro y el director estrena su película!), lo que se dice es en realidad: existo. No me ignoren. Por favor, véanme. Reconózcanme.
La melancolía de Antonio me es ajena. Pero a Shylock lo entiendo bien.

………………………………………………………………..

Chesterton dijo que para ser tan listo como requiere el ganar mucho dinero, hay que ser lo suficientemente estúpido como para desearlo.
Hay veces en las que me gustaría ser estúpido.

profile avatar

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

Obras asociadas
Close Menu