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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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En el mar de las imágenes

Cuando nacemos no sólo nos vemos poseídos por una lengua que será ya para siempre nuestra jaula intangible, algo así como el sistema táctil del pensamiento, las manos y los dedos del cerebro, sino que de un modo aún más inocente nos vemos tomados por un escenario de signos visibles que también nos impone de por vida una mirada incorregible, un punto de fuga sin el cual somos enteramente ciegos. Si le pregunto a mi propia experiencia, el objeto visible más insólito que dominaba la segunda mitad del siglo XX en España, era el crucifijo y la galaxia de signos menores a él añadidos.

/upload/fotos/blogs_entradas/pais_crucifijo_med.jpgNo es que el crucifijo haya desaparecido de la España del siglo XXI, ni mucho menos, pero su presencia ya no tiene la magia significativa que tenía hace cincuenta años y ese es un cambio que sin duda pasará inadvertido a los jóvenes nacidos en un registro visual diferente del nuestro. El crucifijo no era tan sólo la representación de una ejecución, la estremecedora estampa de un hombre inocente ajusticiado por el poder político y la razón de Estado, imagen turbadora que durante quince siglos dominó la visibilidad occidental. El crucifijo era, también, el símbolo de una opresión que se cernía sobre nosotros con un colosal aparato de ejecutores, funcionarios, técnicos, intelectuales, medios de difusión, turiferarios y enemigos.

Para la gente de mi edad el crucifijo estaba irremediablemente unido a la imagen dominante (un símbolo, sin duda, pero tan ubicuo como el crucifijo mismo) del Caudillo, cuyo porte físico era tan inadecuado como el del crucifijo para la vida que deseábamos. Si el Cristo era una figura incoherente, desatinada, en nuestro juvenil deseo de tener aventuras, amantes y dinero, la figura del Caudillo, aquel inverosímil gallego, chocaba frontalmente con las aspiraciones a una vida heroica y a las pomposas ideas que se agitan en el cerebro infantil, cuyo ámbito es tan amplio y se encuentra tan vacío como una basílica sin fieles, lo que produce una engañosa sensación de libertad.

El conglomerado de imágenes que unen como un archipiélago navegable las efigies del Crucificado, del Caudillo, de sus funcionarios y ejecutores, la profusión de uniformes que lucían en las fotos, la marea de iconos menores asociados a los anteriores, todo ello formaba un jeroglífico en el que piezas en forma de Virgen María se acoplaban con otras de Supermán, o cuadros de Murillo proyectaban su pía sombra sobre las torsiones picassianas tan similares a los dibujos animados de Hanna & Barbera. Aquella fue nuestra cárcel visual de nacimiento, la que nos ha tenido presos hasta hoy y en cuyo interior, lo queramos o no, moriremos. Porque incluso quienes con el mayor esfuerzo y diligencia se afanaron por escapar de la prisión visual y lingüística, jamás podrán pertenecer a la generación siguiente, para la cual ninguna de esas imágenes tiene ya la misma magia./upload/fotos/blogs_entradas/dibujos_animados_de_hanna__barbera_med.jpg

Si ahora nos apartamos del uso personal y subimos algunos escalones, no encontramos nada distinto: también lo que llamamos "etapas históricas" son espaciosos conjuntos humanos que viven sumergidos en mares de signos mediante los cuales son fáciles de distinguir. Es el caso, ya que hablamos de crucifijos, de la imaginería visual cristiana que define a la civilización occidental, en contraste con la islámica o la budista, por ejemplo. También, por supuesto, las diferencias que podemos establecer entre conglomerados secundarios como la imaginería bizantina (tan presente en los novelistas rusos) y la evangelista de los escritores negros americanos, los primeros marcados por el relumbre de las teselas doradas y los segundos por la pastoral del bautismo fluvial. El estudio de esas nubes de signos nos dice más sobre quienes vivían en ellas inmersos que toda la documentación política, económica y científica que podamos reunir sobre la época.

Y no es un misterio que esas nubes pasan. Los signos se transforman más lentamente que la vida de los humanos. Serán menester muchos siglos para que el crucifijo pierda la potencia mágica que tuvo en sus inicios y pueda formar parte de conjuntos neutros o decorativos como una comedia musical en la que el crucificado es un vocalista sobre una pasarela de moda masculina. Los signos cambian tan lentamente como los fondos marinos o el perfil de las montañas arañadas por la erosión de los glaciares. Apenas si da tiempo en la vida de un humano para percatarse de una docena de cambios profundos. En nuestro caso, el cuerpo de las mujeres (torturado por la pornografía entonces y por la publicidad ahora) o las estampas de reuniones masivas como signos amenos y dignos de encomio, cuando antes eran señal inequívoca de lo detestable y de la maldad.

El misterio extremo viene cuando esa nube de imágenes que define un modo de vida se transfigura de golpe o en un lapso muy breve. Cuando Afrodita, Hermes y Júpiter dan paso al crucificado en apenas dos siglos. Cuando de las estatuas ecuestres se pasa a la fotografía urbana en apenas cien años. Estos cambios súbitos suponen una mutación caótica de los grupos humanos y denuncian un cataclismo que, sin embargo, sus protagonistas no pueden considerar, sumergidos como están en la nube de sus sueños lingüísticos y visuales.

¡Quién pudiera saber si una tal transformación se está produciendo de nuevo en estos años! No el sosegado baile de las nubes, sino el catastrófico cambio de escenario por liquidación de existencias. No podemos saberlo porque los anteriores estamos casi ciegos y los que ya comienzan a ver lo apenas visible aún no saben hablar.

Artículo publicado en: El Periódico, 25 de julio de 2008.

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31 de julio de 2008
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Vuelve a casa, vuelveee, por caridad

Cuando lo oí por la radio era muy temprano, me estaba afeitando, y creí haberme equivocado de emisora. Pensé que se trataba de un programa humorístico. Tardé en comprender que no era otra de esas burlas cansinas con las que llenan el tiempo muerto los medios de persuasión, sino que la frase era verdadera y había sido pronunciada por el jefe de los socialistas catalanes, por el más grande socialista de todo Cataluña, para entendernos. Más tarde volví a oírla y esa vez me fijé más en la segunda frase. De momento, sin embargo, estaba yo dándole vueltas a la primera.

La primera frase era "Te queremos mucho José Luis". Una frase cariñosa y seductora, una frase doméstica y con suave aroma a tía solterona. Ahora bien, dicha por el más grande socialista que han logrado producir los catalanes y dirigida al socialista absoluto, al presidente de todos los socialistas españoles, me pareció algo soberbio y augusto. Jamás, durante mi triste juventud izquierdista, había yo oído nada semejante en un camarada. Es más, frases similares eran tenidas por sentimentalismo pequeño burgués, algo más bien del Opus Dei o de los sindicalistas verticales. Ahora por fin el amor entraba en el discurso socialista. Aquel lugar severo, de una racionalidad rigurosa, desnudo de emociones y entregado al análisis de las condiciones objetivas, se ha humanizado. Los socialistas ya no son individuos que consideran la política como una ciencia, ahora son un grupo de parientes, de creyentes, de romeros, atados por relaciones amorosas. ¡Qué inmenso alivio!

Pero aún me quedaba lo mejor. La segunda frase era algo que yo no creí poder escuchar jamás en boca de un hombre de izquierdas: "¡Pero amamos más a Cataluña!" Debo confesar que rompí a llorar. Tantos años oyendo ese tipo de frases en boca de los caudillos españoles, africanos y latinoamericanos, ¡y ahora por fin la oía en boca de un socialista más o menos europeo! Ya nunca nadie podrá acusar a la izquierda de combatir más por la lucha de clases que por la nación. ¡La izquierda ya es como los de aquí de toda la vida!

Artículo publicado en: El Periódico, 26 de julio de 2008.

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28 de julio de 2008
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Barcelona, tres de julio del año 2025

Al oír el chirrido del frenazo me volví alarmado, pero era el Ferrari propulsado por energía láctea de Jaume Destrals, un amigo de la infancia. Subió a la nube artificial y se vino hacia mí luciendo una sonrisa gloriosa: "¡Ya lo habrás visto! ¡Estoy pagando veinte veces más que tú!". En efecto, el nuevo gobierno de extrema derecha había publicado las declaraciones de Hacienda para poner de manifiesto la alta aportación de las empresas y la muy escasa de los labriegos, pescadores, artesanos, obreros manuales y funcionarios, población a extinguir. Jaume, dueño de una cadena de hoteles y otra de prostíbulos, fulguraba: "¡Y a cambio recibo lo mismo que tú! ¿Cuánto me cuesta la autopista, cuánto me cuesta un sello? ¡Lo mismo que a ti, pero tú pagas veinte veces menos que yo!".

Le agradecí su solidaridad y traté de escapar a tanto entusiasmo, pero no iba a ser fácil. Desde el colegio le había estado yo sermoneando con mi marxismo prehistórico y ahora se tomaba la revancha. Insistió:

"¿Y mi barrio? Durante años he visto cómo el dinero del Ayuntamiento se iba a los barrios pobres. Los han saneado, urbanizado, modernizado. ¡Tienen incluso bibliotecas y colegios! Pero en Pedralbes, donde vivimos quienes más aportamos, ¡ni un monumento a Cambó, nada, no han hecho absolutamente nada! ¿Te parece justo? Los que más pagamos para el bienestar común somos los que menos recibimos a cambio. ¿Quieres un habano?"

Acepté el cigarro y de nuevo le di las gracias humildemente por su largueza, su desprendimiento, su generosidad, su capacidad de sacrificio, le dije cómo admiraba el método científico que utilizaba para hacer trabajar a los demás por muy poco dinero y así contribuir más solidariamente a Hacienda. Luego, avergonzado, traté de escapar. No hubo modo. Se acercó para encenderme el puro con su teléfono biónico y me guiñó un ojo.

"Y eso que sólo declaro una parte ridícula. Si hiciera una declaración verdadera, besarías la tierra que piso". Plegó la nube, volvió al Ferrari y salió disparado agitando el puro. Me sentí asquerosamente egoísta...

Artículo publicado en: El Periódico, 19 de julio de 2008.

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21 de julio de 2008
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La mejor novela jamás escrita

Han pasado veinte años. El héroe se ha perdido mil veces por el laberinto de los mares. Ha conocido el canto que muda a los humanos en peleles sin alma ni cerebro, pero ha logrado huir de las Sirenas. Ha compartido lecho con la gentil Calipso, la más bella reina de todas las islas. Antes de clavar una estaca en su único ojo, ha visto cómo un cíclope devoraba a sus compañeros. Ha sido cautivado por Circe, poderosa hechicera. Le han acosado las potencias celestes guiadas por Zeus y por el arcaico Poseidón cubierto de algas, conchas y corales. Secretamente le ayudaba Atenea a urdir trampas y armar máquinas, pero ahora la diosa de espíritu ígneo debe asistirle una última vez porque Ulises va a matar a los cien pretendientes que acosan a su esposa.

Llega a Ítaca con el cabello cano, disfrazado de mendigo, envuelto en harapos. Hiede a senectud y miseria. Así pasa inadvertido y puede tramar con esmero su venganza. Los cien pretendientes son crueles guerreros y él está solo. Tiene la complicidad de su hijo Telémaco, pero es un muchacho. Nadie más sabe que el amo está en palacio. Nadie le reconoce, ni siquiera su mujer, Penélope. Y entonces tiene lugar una de las escenas más sublimes de la literatura universal.

Durante esos veinte años, el perro de Ulises, un mastín llamado Argos, ha ido envejeciendo. Incluso para una bestia fuerte y membruda veinte años son muchos, pero además ha sido torturado por los pretendientes, le han apaleado, le han impedido comer y beber, le han atado con sogas, le han echado de la ciudad. /upload/fotos/blogs_entradas/ulises_1_med.jpgAhora agoniza sobre un montón de estiércol a las puertas de Ítaca. Cuando el mendigo va a cruzar el umbral, Argos menea la cola y con un supremo esfuerzo alza la cabeza para saludar a su amo: sólo él le reconoce. Luego muere. La cólera de Ulises entra en Ítaca.

Esta es una historia inmortal. Nos la sabemos de memoria, pero amamos oírla de nuevo. Me la ha vuelto a contar Pietro Citati en su deslumbrante Ulises y la Odisea (G Gutenberg) y me ha conmovido como si no la hubiera oído nunca. Lo inmortal nace todos los días.

Artículo publicado en: El Periódico, 12 de julio de 2008.

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14 de julio de 2008
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¡Socorro!

El pasado 23 de junio, Fernando Savater presentaba en buena compañía un Manifiesto por la lengua común. El título no ha sido citado en ninguno de los 800 artículos del Tambor del Bruc mediático que de inmediato se publicaron en la prensa catalana, la cual, naturalmente, tampoco reprodujo el texto. El título no era del gusto de los nacionalistas, de modo que pasaron a llamarlo "Manifiesto en favor del castellano", frase que no figura en ningún lugar ni forma parte del contenido, ya que el castellano no necesita de ningún favor, pero ¿qué más da? ¿Vamos a detenernos a pensar un poco, antes de cargar el trabuco y disparar a bulto cuando la Patria está en peligro? Todos los artículos venían a decir lo mismo, pero con algunos matices notables.

Los más delirantes no eran los viejos amigos del Avui o del Punt Diari, sino los desconocidos del ilegible diario Público, órgano del presidente del Gobierno central, o sea, del Estado. Titulaban a seis columnas: "El nacionalismo español hace de nuevo política con las lenguas". Los nacionalistas con mala conciencia siempre quieren que todo el mundo sea nacionalista para así quedarse más aliviados y compartir la culpa. Cree el ladrón... Para su desdicha, incluían en la doble página las estadísticas de la Generalitat sobre los usos del catalán y en ellas se afirma que más de la mitad de los catalanes prefiere como primera lengua el castellano. La humilde petición de que aquellos que lo deseen puedan usar su lengua materna en la educación, la Administración pública y la vida cotidiana sin que les caigan multazos o broncas, es "nacionalismo español" para los orgánicos de Zapatero. Tome nota.

Como movido por un resorte, el partido de los socialistas catalanes declaró pomposamente que el manifiesto era "innecesario". No aclaró su portavoz, Miquel Iceta, qué es lo que le parece necesario al PSC. Pocos días antes, la oposición en pleno le había preguntado por 5.000 millones de pesetas que se han esfumado persiguiendo a una almeja brillante. Tampoco entonces Iceta había considerado necesaria la pregunta. Lo que para el PSC sea necesario, es un arcano insondable. Los socialistas catalanes van aproximándose cada vez más a un modelo adorable, el de la corte de Catalina la Grande.

Ninguno de los 800 artículos antes mencionados hablaba del contenido del manifiesto, el cual se puede resumir del siguiente modo: si cualquier ciudadano catalán, como el actual presidente de la Generalitat, puede educar a sus hijos en alemán, en francés, en italiano o en inglés, ¿hay alguna razón para que no pueda educarlo en español? Y de haberla, ¿cuál es? La mentira oficial es que no hay problema para escolarizarse en español; la realidades que ni hablar del peluquín. Intente indagarlo. Chocará contra un muro de cemento. Se sentirá como alguien que quiera darse de baja de Telefónica. Acabará en el psiquiátrico.

Como, según el Tambor del Bruc mediático, el asunto del manifiesto no era el que acabo de exponer, los artículos se veían obligados a hablar de temas muy inspirados: la "supremacía del castellano", la "lengua del imperio", el "ataque contra el catalán...". Todo mentira, ¿pero de cuándo acá un nacionalista va a respetar la verdad? La verdad es, sencillamente, aquello que los nacionalistas decretan que es verdad. Y sólo es verdad lo que es bueno para Cataluña, siendo ese ente lo que en cada momento les conviene. Y punto, añade Catalina la Grande.

Había algo, sin embargo, más significativo si cabe. La mayoría de los artículos procedían al insulto, práctica española donde las haya cuando flaquean los argumentos: franquistas, fachas, españolistas ("de mierda"), imperialistas. Un Jordi Sánchez nos llamaba a los firmantes "miserables" en este mismo periódico porque nos negábamos a pagar su hipoteca. Algunos artículos eran deliciosos, como el de un profesor de la Universidad de Girona que exponía el punto de vista guipuzcoano: lo que hay que exigir, venía a decir, es que todos los españoles aprendan catalán. Un hombre generalmente moderado, Antoni Puigverd, aseguraba que el manifiesto rompía los últimos puentes entre Cataluña y España. Volveré sobre ello. No obstante, estos intelectuales olvidaban un detalle de cierta relevancia: todos sus artículos estaban escritos y publicados en español.

Los nacionalistas consideran indudable su derecho a escribir y publicar en la lengua que (dicen) está destruyendo al catalán. Creen tener derecho a suprimir de sus vidas el catalán y pasarse al español cuando les parezca oportuno, con el fin de insultar (y cobrar por ello) a unos ciudadanos que jamás han atacado el catalán ni perderán un minuto de sus vidas en semejante tontería. Así que estos pensadores nacionales pueden eliminar el catalán y hacer uso de la lengua asesina del catalán cuando les viene en gana y pueden poner en peligro la supervivencia de la lengua que dicen proteger, pero que unos ciudadanos pidan educar a sus hijos en la lengua que estos nacionalistas utilizan cuando les conviene, eso es fascismo, franquismo, imperialismo, y no es pederastia porque Dios no lo quiere. Si alguien entiende la ética de los nacionalistas, por favor, que escriba una tesis doctoral.

La traca final ha sido de lo más levantina. Animado por tan honradas huestes, el anciano Jordi Pujol ha cogido el alfanje. "[Pujol] llama a combatir 'sin miedo' la falta de respeto a Cataluña", según titulaba el diario de la burguesía catalana el 2 de julio. Lo de "sin miedo", entrecomillado por la redacción, pone los pelos de punta. El texto del patriarca es: "Combatir con decisión y confianza, sin miedo, y sin respeto para quien no nos respeta". A Pujol le animó mucho lo de las caricaturas de Mahoma: qué demonios, hay que hacerse respetar. A partir de su llamamiento a la guerra santa y conociendo de primera mano (y puño) a los cejijuntos y democráticos grupos de falangistas catalanes que suelen actuar en estos casos, los firmantes andamos escondiéndonos en las masías de recreo de algunos consellers y diputats solidarios. Sobre todo desde que Montilla ha decidido que incitamos a la "catalanofobia". No sus socios separatistas, no las juventudes de la "puta España", no Carod y Rubianes, no: el odio a Cataluña lo inducimos nosotros. Muy honesto.

Amigo Puigvert, si te lo permiten tus principios, deja abierto algún puente para que cuando lleguen los hijos de Bin Laden a quemarnos (vivos o en efigie), los cuatro gatos que aún nos tomamos en serio a este país podamos salir arreando hacia lugares más democráticos, menos violentos, más civilizados.

Artículo publicado en: El País, 10 de julio de 2008.

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10 de julio de 2008
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Te ordeno que desaparezcas

Hemos sido tan inmensamente felices que tardaremos años en agradecer al gobierno catalán su decisiva participación en el Campeonato de Fútbol que nunca existió. Quienes no somos aficionados y más bien tendemos a ver eso del fútbol como un rico ritual religioso, hemos podido pasar por encima del nunca acontecido Campeonato sin sufrir de los nervios.

¡Mira que era fácil! Bastaba con que las autoridades catalanas se pusieran de acuerdo y lo borraran del mapa. Y así fue. El grupo de señoritos que explota la finca decidió que en Cataluña no existía el Campeonato de fútbol, y no existió. Me los imagino, severos y sin embargo hedonistas, cerebrales pero no sin sensualidad, decidiendo que la Copa no cabía en la Patria y llamando a sus bedeles mediáticos con ordenanzas imitadas del último congreso del Partido Comunista de Bulgaria, con ese sabor a gasolina con plomo que tienen las órdenes de los comisarios políticos. Imagino al alcalde de Barcelona, Hereu (nombre profético porque nadie lo ha elegido), célebre por su energía intelectual y honradez económica, prohibiendo las pantallas callejeras desde su despacho. Este candidato al premio Nobel sabe lo que de verdad necesita el necio pueblo catalán y no cedió ni una pantallita. Hombre de mármol, el alcalde socialista.

Las radios y televisiones del poder y los órganos de la barretina nuclear ni mencionaron la existencia de un campeonato de fútbol, de modo que podíamos seguir oyendo noticias sobre Hostalets de Pierola con toda serenidad. Hubo un momento de terror cuando uno del bando de la barretina de cloroformo creyó percibir que quizás había unos catalanes compitiendo por la copa inexistente. Ciertos locutores y periodistas (que ya han sido reeducados) mencionaron a un tal Xavi o Txavi o Chabi, como si hubiera huido al Estado Español para jugar en un campeonato de fútbol. El desconcierto no fue duradero. La férrea muñeca de los comisarios dio otra vuelta de tuerca y Cataluña volvió a ser lo que viene siendo desde hace años: la apacible siesta de una agrupación sardanista de sordos.

Artículo publicado en: El Periódico, 5 de julio de 2008.

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7 de julio de 2008
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Inmenso mar color de vino

Los viajes de contenido científico son los más agradecidos. Un grupo de expertos nos fuimos a La Rioja con la intención de explorar los límites del vino. Los límites no en un sentido modesto sino chulo. Buscábamos la bodega más pequeña y la más grande, para confirmar el juicio (insuperado desde Aristóteles) de que la verdad y lo bueno están en el medio justo. Y lo comprobamos, vaya si lo comprobamos. La más pequeña es una joya salida de un retablo flamenco del siglo XV. /upload/fotos/blogs_entradas/vino_arar_med.jpgSu nombre, Arar, poco dirá al común ya que su producción es tan exquisita, seis mil botellicas al año, que apenas si es conocida. La llevan dos animosos socios y sus respectivas. Llegado el momento, se remangan y suben o bajan a brazo las barricas de cincuenta kilos desde la puerta de la casa hasta los calados.

La más grande, por el contrario, parece una central nuclear. La sala de cubas era un océano de aluminio. Producen veinte millones de botellas. Aquí lo admirable es cómo se las ha apañado Ignacio Quemada para imaginar espacios colosales, cientos de miles de metros cúbicos. En la terraza que da sobre la sierra de Cantabria, sin embargo, intuimos la sima del problema riojano. Uno de los amigos, que es nativo, enardecido por la altura de la conversación exclamó: "¡Chorra más da todo!". La maravilla de los forasteros fue piramidal. Preguntado por el origen de tan exacta frase adujo como lo más normal del mundo que es usual en las tres Riojas, con variantes. A partir de ese momento ya sólo pudimos repetir una y otra vez: "¡Chorra más da todo!", porque es que es verdad. De pueblo en pueblo, constatando que la riqueza no mejora la construcción sino que la empeora, en lugares donde debiera lucir buena y noble piedra, pero que no muestran sino ladrillazo y chamizo, una habitación similar a la de Chechenia, nos repetíamos cabeceando: "¡Chorra más da todo!".

Sólo días más tarde, en la perfección del medio exacto, en las bodegas Amézola de Montalvo, pudimos callarnos la boca y ver cómo caía una tarde ciruela y se alzaba la luna roja como el mar de vino. 

Artículo publicado en: El Periódico, 30 de junio de 2008.

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30 de junio de 2008
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Un poco antes de ser alguien

Cuando íbamos a Londres a lavar platos, los amigos españoles nos citábamos en Piccadilly, como todo el mundo. En una ocasión estábamos sentados en los escalones de la fuente cuando apareció un grupo de muchachos y se plantó justo delante de nosotros. Como impedían la vista, estiré del pelo a uno de ellos y éste se apartó cortésmente. Luego vi que les hacían fotos. Años más tarde, Javier Fernández de Castro, que estaba conmigo, me dijo que le había tirado del pelo a Mick Jagger.

Es una sensación extraña, ésta de haberse cruzado con un dios sin percatarse en absoluto. En un artículo de Julio Camba fechado en abril de 1912, cuenta que acudió a un taller parisino en la rue Lafayette, donde "el Sr.Dalmau" estaba juntando pinturas para una exposición en Barcelona. Comenta unas obras de Juan Gris y menciona a un tal Duchamps del que dice que es futurista. /upload/fotos/blogs_entradas/1912_duchamp_escalier_philadelphia_med.jpgMe preguntaba yo qué futurista catalán podía vivir en París en 1912 y llamarse Duchamps hasta que en la página siguiente dice: "Duchamps va a exponer en Barcelona un "Desnudo bajando una escalera". No se ve el desnudo, ni la escalera, ni nada."

No podía saber el pobre Camba que estaba delante de una de las pinturas más notables del siglo XX y que el tal Duchamps era, en realidad, Marcel Duchamp, el artista más influyente del arte actual, más incluso que Picasso. En 1912 sólo tenía predicamento en un minicírculo parisino. El propio "Sr.Dalmau" le comenta a Camba: "Es una lástima que este cuadro tenga título. Si no tuviera más que un número, allá en Barcelona lo verían y no dirían nada, pero como dice "Desnudo bajando una escalera" van a preguntar por el desnudo y por la escalera, y se van a armar muchas cuestiones..."

Faltaban cinco años para que Duchamp expusiera su urinario y dinamitara las vanguardias. Camba y el "Sr.Dalmau" estaban delante de una puerta que aún no se había abierto y por lo tanto sólo veían un muro. ¿No nos sucederá a nosotros lo mismo cuando nos aburrimos en una exposición? Creo que no porque ya no hay muros. Está todo abierto y visiblemente no hay nada que ver.

Artículo publicado en: El Periódico, 21 de junio de 2008.

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25 de junio de 2008
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El lío padre y la lía madre

Entre las muchas expresiones que se pierden cada día, una ya casi desaparecida es aquella tan bonita de: "Eres tonto de remate". Se ha esfumado porque ya nadie es tonto (sólo tiene un talento redimensionado) y porque nadie sabe lo que es un remate fuera del terreno de juego. Un remate puede ser muchas cosas, pero en el caso que nos ocupa es el adorno final de una obra ("una veleta remata la casa") o bien el precio final de una subasta ("se remató en diez euros"), de modo que el tonto de remate es la cúspide de todos los tontos o el que mayor precio alcanza en una puja.

Se pierden expresiones, la lengua cambia, flotamos en un veloz río de palabras porque las lenguas no las habla el territorio, sino las personas, y éstas son mortales. En el mes de junio han tenido lugar algunos asuntos de interés, pero lo que más ha conmovido a los plumíferos como yo ha sido el intento de la ministra Bibiana Aído de imponer el término "miembra". Su departamento trabaja con una materia tan explosiva, la Igualdad, que parece condenada a no influir más que en los crucigramas. Las reacciones han sido interesantes. Una mayoría ha dicho que la miembra es tonta de remate, pero la han defendido ciertas feministas que exigen su derecho a imponer un lenguaje sexualizado, en sustitución del sexualizado por los hombres. El argumento de fondo, sin embargo, es muy instructivo sobre la ideología neoburguesa, a saber, que la política debe realizar deseos.

Siendo así que los deseos son un asunto íntimo, para imponerlos políticamente es menester convertirlos en exigencia jurídica universal. Uno puede desear cambiar de sexo (físicamente o en palabras), pero la acción propiamente política consistirá en exigir que sea el estado quien patrocine el cambio de sexo, de manera que todos los ciudadanos paguen la realización del deseo. Sólo así los deseos se convierten en realidad: todos necesitamos transexuales y miembras desde el momento en que los financiamos.

Contaba el escritor Michael Greenberg que cierto día su mujer invitó a comer a una amiga del trabajo llamada Georgina. No había cumplido los treinta, era pelirroja, despierta y militante, pero a pesar de múltiples operaciones quirúrgicas y químicas no había podido suprimir por completo sus evidentes hechuras masculinas. Greenberg, intrigado, se lanzó a interrogarla con gran disgusto de su mujer. Sin embargo, el sentido riguroso de la transformación ("destruir una de las leyes más implacables de la naturaleza", decía Greenberg) sólo aparecía entre las exigencias de Georgina en su forma lingüística: "Se trata, dijo, de suprimir los pronombres" ya que la diferencia masculino/femenino es sólo un fantasma impuesto social y económicamente. "Esa es la verdadera libertad, añadió: yo soy lo que digo que soy, y no aquello que era al nacer".

Esta ideología de la omnipotencia del deseo, conduce a paradojas notables. La vieja definición de "catalán" que proponía el presidente Pujol en épocas realistas era: "Es catalán aquel que vive y trabaja en Cataluña". La nueva burguesía ha impuesto otra definición más apropiada al deseo: "Es catalán quien quiere ser catalán". Como Georgina, basta con desear algo para que el estado deba subvencionarlo.

Cuando el deseo suplanta a la necesidad, la ideología se convierte en un bunker psicótico: mis deseos deben ser reconocidos universalmente como derechos y por lo tanto yo debo ser subvencionado. No hay otro relato. En fin, hay otro, pero es demasiado realista para la nueva burguesía: el empeño por realizar sueños (privados) anula la lucha verdadera, la cual sólo puede buscar la satisfacción de necesidades (sociales). En el actual modelo conservador, los sueños están por encima de las necesidades. Así, por ejemplo, se afirma que el catalán "es la lengua natural de Cataluña", como si la naturalidad (ese sueño) fuera una virtud, frente al más realista "el catalán es aquello que hablan los catalanes", definición que daría lugar a un lío padre (y madre) entre los deseantes, porque los catalanes quieren hablar y de hecho hablan una notable variedad de lenguas. Demasiado realismo. Soñar en un pueblo monolítico evita el esfuerzo de resolver las necesidades de una población diversa.

La economía del deseo propone un retorcido argumento político: como no podemos imponer el cambio de sexo, financiaremos los (escasos) cambios de sexo y cambiaremos el sexo de (todas) las palabras, para lo cual primero deberán sexualizarse. Quien se oponga al cambio de sexo (físico o léxico) va en contra de mis deseos, de manera que es un enemigo del estado, el cual me subvenciona. Lo real, las necesidades de los ciudadanos, desaparece de la política sustituido por los deseos de la élite administrativa.

Lo que desdichadamente oculta el juego de imponer el vocablo "miembras" es la inoperancia de una lucha por la igualdad concebida desde el deseo y no desde la realidad y la necesidad. Pone de manifiesto la nula voluntad de enfrentarse con las causas reales de la desigualdad. Es la actitud conservadora de toda la vida que se arrodilla ante el poder real, pero vende publicidad onírica contra el poder. Quienes se enriquecen gracias a la desigualdad deben de estar felices con su miembra.

Artículo publicado en: El Periódico, 20 de junio de 2008. 

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23 de junio de 2008
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Extremos a que ha llegado el talante

Lo venía observando desde la cafetería donde cada mañana leo la prensa. Era un mendigo gentil que pedía con mirada virginal y sonrisa leve a la puerta de una oficina de La Caixa, lugar idóneo para agobiar conciencias. Sin embargo, un desagüe de aire acondicionado dejaba caer sobre su cabeza una gota cruel e implacable cada cuarenta o cincuenta segundos. Cuando la gota rompía en su cráneo, fruncía el ceño, cerraba un ojo y dirigía el otro a lo alto. De inmediato recuperaba el aplomo y seguía impertérrito pidiendo el favor de la gente. Una vez concluido el diario de la burguesía catalana, que es el que más voluptuosidad me produce, le abordé movido por una curiosidad irresistible. "Perdone, caballero, le dije, ¿no se sentiría usted algo aliviado si diera un paso a la izquierda o a la derecha?" Al principio se hizo el sueco y siguió sonriendo con aquel rictus y aquellos ojos que helaban el alma. Insistí. "¿No sería razonable que la gota no le cayera en picado sobre la cabeza?"

Dada su elegancia casi atildada no puedo decir que contestara mal, pero sí con un deje de impaciencia, como si hablara con un chiquillo. "¿Qué gota?, dijo. Haga el favor de apartarse, que me espanta a la gente de buen corazón". Dejé un euro en la caja de tabacos forrada de seda azul celeste y me fui a mis cosas.

Por la tarde, de regreso en el barrio, pasé de nuevo ante el mendigo y me asombró verle impávido, escultural y totalmente empapado. La gota había ya mojado por completo su chaqueta, modesta pero de buen corte, y la mancha de humedad se escurría del cuello al cinto. No pude contenerme y fui hacia él con un euro en los dedos para no levantar recelos. "Le veo a usted francamente calado, buen hombre. Como siga debajo de la gota acabará por enfermar y ¿a quién le daremos limosna?", imploré. Fue peor. "¡Pero qué manía con la gota! ¡Le reconozco e identifico! ¡Es usted el que ya trató de infundir desánimo, desmoralización y pesimismo esta mañana! ¡Como siga por ese camino va a incurrir en alarma social!" Me fui muy abatido. Daba espanto verle y los niños rompían a llorar al divisarlo. 

Artículo publicado en: El Periódico, 14 de junio de 2008.

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16 de junio de 2008
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El Boomeran(g)
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