Skip to main content
Escrito por

El Boomeran(g)

Blogs de autor

Un mundo feliz

Si tu vida es una porquería, compra otra. Sólo cuesta diez dólares, y a veces ni eso. Los nuevos juegos de realidad virtual te lo permiten. Puedes descargarte Hotel Habbo o Project Entropía, o puedes ir directamente a la estrellita de los mundos paralelos: Second Life.

Con más de dos millones de inscritos –y previsiones para nueve millones más a lo largo de este año- Second Life está construyendo un planeta aparte, una especie de colonia espacial sin espacio. Al entrar, escoges un nombre y una apariencia que llaman “avatar”: yo me llamo Norman Zhaoying -Norman Bates ya estaba cogido- y soy una especie de engendro intergaláctico sin rostro de la especie de los “cybergoths”. Pero también es posible verte más normal. De hecho, uno de los avatares que ofrece el juego se llama “el chico de al lado”. Y si te va el look hippie, el de animal de discoteca o el de perro con cuerpo humano, también hay una figurita para ti.

Los personajes de estos juegos se dedican básicamente a inventar cosas, comprarlas y venderlas. Uno de mis vecinos ofrece una silla con forma de avión. Es completamente inútil como silla, pero es bonita. Otra de mis vecinas se vende a sí misma. Puedes tener sexo con ella, y es más barata que la silla.

Lo curioso es que se juega con dinero de verdad. Al entrar en el juego te piden tu línea de crédito: un dólar se cotiza a 270 lindens. Y un terreno de 100 metros cuadrados cuesta unos 500 lindens. Al menos la propiedad es mucho más barata que en España. Sólo por eso, ya es una ilusión feliz. Además los lindens pueden volver a cambiarse por dinero de verdad. Una alemana –que en el juego es una china de apariencia misteriosa- es la primera millonaria gracias a los beneficios extraídos del juego. Ha abierto en el mundo real una empresa con 25 empleados para administrar sus posesiones en Second Life. También hay empresas haciendo negocios y construyendo edificios corporativos ahí. Los inspectores de Hacienda tiemblan: ¿Cómo se cobran los impuestos en un mundo que no existe? El gobierno norteamericano ya ha creado una comisión investigadora.

Los juegos de realidad virtual desafían los límites entre lo real y lo imaginario. Parecen funcionar como la literatura, como el cine y como la Playstation, pero el elemento añadido es que juegas entre otros personajes que también plasman ahí su mundo imaginario. No hay autor, no hay Dios, no hay control maestro. Hay sólo otro mundo del que también formas parte. No hay reglas sino interacciones. Tu casa puede tener una torre de palacio barroco y un jardín japonés, si los gráficos lo permiten. Como una colonia virgen, los que van llegando crean un nuevo mundo. Llegará un día en que la tecnología permita apagar el mundo real y quedarnos ahí, en ese universo a nuestra medida. O mejor aún, un día en que la vida virtual invada a la real y la someta a sus normas.

Leer más
profile avatar
10 de enero de 2007
Blogs de autor

21 Babeles

Adivina, adivinanza. Tres historias dolorosas aparentemente inconexas resultan enlazadas por azar gracias a un acontecimiento violento que involucra un automóvil. Una de las historias es intimista, la otra es ultraviolenta y la última, de temática social, pero todas se regodean en el dolor y/o la sordidez. La imagen con algo de grano y unos toques de cámara subjetiva dan esa impresión de cuidadoso descuido que aporta realismo a la historia. ¿Qué película es de Alejandro González Iñárritu?

Pues todas. Es que son iguales entre sí.

Y su última entrega, Babel, no es una excepción. Aclarémoslo: no estamos hablando de la película casera de un estudiante de quince años. Como en Amores perros y 21 gramos, la acción es trepidante, la fotografía monumental, los personajes verosímiles y el guión muy bien construido. Casi el problema es que está demasiado bien, como una lección aprendida de paporreta por el mejor estudiante de la clase.

Y, para el que ha visto las películas anteriores del director mexicano, eso es exactamente Babel. Uno la ve con la sensación de que ya le sabe todas las mañas. Lo único que da grandes saltos de una película a otra es el presupuesto: empezó en México con Goya Toledo, siguió en EEUU con Sean Penn y ahora termina en Japón y Marruecos con Brad Pitt ¿Alguna idea revolucionaria para la próxima? ¿Qué tal Julia Roberts en Australia o Tom Cruise en la Antártida?   

Por supuesto, si Babel fuese la primera de la trilogía, gozaría como Amores perros del beneficio de la sorpresa, y sería tan impactante como lo fue aquella. Pero cuando uno ya se sabe el truco, empieza a fijarse en cosas que antes pasaban desapercibidas, como la cantidad de tragedias que le ocurren al pobre Brad Pitt. En alrededor de dos horas, al bueno de Brad se le muere un hijo, le disparan a su esposa, sus otros dos niños se ven envueltos en un confuso incidente en la frontera y terminan tirados en algún lugar del desierto de California. Y todas estas desgracias transcurren en tres países. El mundo está globalizado, sí, pero no tanto.      

¿Está el director plagiándose a sí mismo? No siempre. Algunos detalles (como las palabras finales que el público no llega a entender de la chica japonesa al hombre con que sostiene una relación platónica) más bien han sido tomados de Lost in translation de Sofia Coppola. Pero mayormente, sí, asistimos a su lenguaje habitual, con las mismas frases, los mismos giros y la misma lógica.

En un principio, ese lenguaje era un mazazo, porque venía acompañado de una nueva manera de entender el cine y el mundo. Pero en Babel, lo que queda es precisamente lo que ya no es nuevo. Lejos de la confusión de la ciudad bíblica, este filme de factura impecable tiene la uniformidad y la ausencia de sorpresas de una fábrica de jabones.

Leer más
profile avatar
8 de enero de 2007
Blogs de autor

El arte de descuartizar

Bienvenido a la página Crime Scene Photos. ¿Trata usted de perpetrar un asesinato con estilo? ¿Está insatisfecho con la vulgaridad habitual de los psicópatas? ¿Quiere cometer un crimen que haga las delicias de los especialistas y los fans del género? Entonces ha llegado al lugar indicado. Pase, por favor, límpiese las manchas rojas de la manga y deje su cuchillo aquí. Adelante.

Nuestro primer ejemplar de hoy es el asesino de la Dalia Negra, inmortalizado por James Ellroy y llevado al cine por Brian de Palma. En la versión cinematográfica, la culpa era de la madre de Hilary Swank, pero es poco probable que la actriz tenga algo que ver. Además, a Ellroy no le gustó la película. En cualquier caso, concéntrense en la obra del artista. Es un trabajo realmente complejo que implicó dos días de torturas, quemaduras de cigarrillos y un cuchillo para dibujarle a la víctima una sonrisa de oreja a oreja, literalmente. El modo en que el asesino le rompió las rodillas con un bate de béisbol y le partió el cuerpo por la mitad nos habla de un hombre que ama su oficio.

Los cuidadosos escrúpulos del asesino de la Dalia Negra tuvieron su recompensa: aparte del libro de Ellroy, una amiga de la víctima escribió otro testimonio en el que culpaba nada menos que a Orson Welles. El crimen nunca fue resuelto. Eso es la gloria para un psicópata: la celebridad sin castigo. Los mejores criminales son aquellos cuya obra trasciende pero cuyo nombre desconocemos.

Pasemos ahora a uno que no tuvo tanta suerte: Ted Bundy. Las fotos de sus víctimas ostentan mordeduras que dan testimonio de su necesidad de afecto. La ternura de Bundy consistía en seleccionar siempre a chicas de pelo oscuro y largo que le recordaban a su mamá, una mujer que lo abandonó en manos de su violento abuelo. En cada víctima, Bundy mataba a su madre.

Crime Scene Photos no incluye información sobre los asesinos o las víctimas. Es sólo una página de imágenes sangrientas, una galería de los horrores que puede concebir un ser humano lo suficientemente desequilibrado como para matar no por ambición ni por defensa propia, sino sencillamente para satisfacer sus necesidades emocionales.  Pero al final de la página puedes acceder a un link con fotos e historias de todos ellos y muchos más: Charles Manson, Jack el destripador, Elizabeth Bathory, el Asesino del Zodiaco. Son tantos que hay un link aparte sólo para mujeres asesinas en serie.

Lo realmente increíble no es que haya tantos asesinos en serie, sino que haya tanta gente interesada en verlos. La página recibe miles de visitas diarias, y ha formado un club de aficionados en el que te puedes inscribir para recibir novedades sobre psicópatas y descuartizadores. A diferencia de los crímenes, la página no es obra de un loco suelto sino un lucrativo negocio que se mantiene por la publicidad.

¿Por qué? Porque nos gusta. Aunque no estemos locos. Al igual que el pedófilo Humbert Humbert de Lolita o el nazi Max Aue de Les bienveillantes, los personajes siniestros convocan una parte de nosotros, ese lado oscuro que nos atemoriza reconocer o exhibir pero que aliviamos mediante las historias ajenas, reales o falsas. Por enferma que resulte esta página web, algunos psicólogos piensan que cumple una función social: evita que se desborden las bajas pasiones de mucha gente al satisfacerlas simbólicamente. En una palabra, mantiene tranquilo al pequeño asesino en serie que todos llevamos dentro.   

Nota: Debo dar crédito a Beto Buzali, habitué de este blog, por el envío del link de hoy. Asimismo, el link de Global Orgasm que reseñé el pasado 29 de noviembre se lo debo a Diana Hernández. Siéntanse libres de enviar a esta página todos los links bizarros, absurdos o simplemente extraños que encuentren. La gente no suele apreciarlos. Pero aquí los agradecemos.

Leer más
profile avatar
5 de enero de 2007
Blogs de autor

La guerra de las palabras

En una guerra no hay información: sólo hay propaganda. Cada cosa que se dice sobre el combate en realidad forma parte de él, de la guerra de las ideas que se libra en paralelo a las balas. Incluso las palabras que se escogen tienen una razón. Y esa razón nunca es decir la verdad.

La exposición Prensa y Guerra Civil Española, publicada en catálogo, es quizá la mejor prueba de ello. La muestra reúne las portadas de decenas de periódicos españoles y extranjeros del año 36 al 39 y se puede ver cómo, lejos de informar, los medios de prensa cumplían la función de agitar y aglutinar a sus respectivos bandos.

Particularmente significativo es el titular de El Diluvio en los primeros días de la guerra:

“¡¡España, antorcha de la libertad!! El fascismo criminal y reaccionario ha sido batido heroicamente por las fuerzas leales al gobierno que han llevado a cabo, con entusiasmo indescriptible y ardor sin igual, gestos sublimes de valor y sacrificio que sólo admiten parangón con las grandes epopeyas de la Humanidad”.

Toma.

¿A alguien le queda duda de qué parte está el editor?

Pues un par de semanas después, el Diario de Navarra le responde:

“Camino de la victoria. El general Franco toma el mando. Procedentes de Getafe, se incorporan a nuestro mando dos aparatos con tres aviadores”.

Por si no queda claro, Camino de la victoria es la noticia. Y nuestro mando se refiere a un mando distinto según el diario en que aparezca. De hecho, hasta los sustantivos definen la línea editorial del periódico: para los nacionalistas, el ejército republicano es una horda marxista. Para estos, los alzados en armas son llamados facciosos. A menudo, ambos lados están en el mismo diario, como el ABC, que durante una temporada editó dos versiones desde ambas trincheras.
 
Quizá estos ejemplos parecen extremos y propios de un conflicto sin cuartel. Pues no deberían. Basta echar un vistazo a dos periódicos de líneas editoriales opuestas para constatar que viven en dos países diferentes. Y eso es especialmente cierto en España. Este año, sin ir más lejos, el debate público sobre los atentados del 11-M no se centraba en la identidad de los autores, o en la situación de los musulmanes, o en la manera de evitar que se repitiesen esos atentados sino en… la Guerra Civil. Lo que discutía la prensa era ¿Conspiró la derecha para ocultar información sobre los atentados o conspiró la izquierda para tumbar a la derecha? Cada diario tenía su opción, sus titulares y sus informantes. 

Vemos el presente con los ojos que nos presta el pasado. Pero cada lectura que le damos a la actualidad también nos lleva a reconstruir su origen. Los grandes traumas históricos son los marcos en que encajamos nuestra percepción de la realidad, y se repiten cíclicamente. Durante tres décadas, los libros más exitosos de la Guerra Civil provenían de la izquierda. Pero en los últimos años, hay un gran público que demanda una lectura revisionista de la historia que deje mejor parada su versión de los hechos. En el fondo, los titulares de la Guerra Civil han seguido publicándose una y otra vez durante setenta años, en un país que no consigue construir una versión de la Historia que todos sus miembros puedan compartir.

Leer más
profile avatar
3 de enero de 2007
Blogs de autor

Sobrevivientes

Un hombre y su hijo recorren un gigantesco terreno baldío, lleno de árboles quemados y cielos cenicientos. No saben a dónde van, solo saben que aún no encuentran un lugar dónde permanecer. Ese inacabable cementerio carbonizado es lo único que queda de lo que alguna vez recibió el nombre de Norteamérica.

Ese es el escenario de la última y fascinante novela de Cormac McCarthy, The Road. Y esos son los personajes. Padre e hijo no tienen nada más que un carrito de compras con lo indispensable: una sábana, instrumentos para hacer fuego, una lata de comida que han robado de algún antiguo supermercado. El padre tiene algo más: la memoria de cuando había un mundo a su alrededor. Aunque tampoco está tan seguro. Sin evidencias que la confirmen, esa memoria parece cada vez más una ficción que ha creado para justificar lo que ve, un mito originario privado.

La mayor amenaza en ese páramo, cómo no, son los demás seres humanos. No hay aves en el cielo, ni animales salvajes por las praderas. La mayoría de los sobrevivientes, por eso, ha decidido saciar su hambre con lo único que queda a mano: otros seres humanos. En un momento, el padre y el hijo encuentran una casa con un sótano lleno de gente que espera el momento de servir de desayuno a sus dueños. Para el niño, lo más duro es no poder ayudarlos. Para el padre, lo peor es no poder comérselos.

-¿Qué te pasa? –le dice luego.
-Nada.
-Dime qué te pasa.
-Nosotros no nos comeremos a nadie ¿verdad?
-No. Claro que no.
-Aunque nos muramos de hambre.
-Ahora tenemos hambre.
-Dijiste que no teníamos.
-Dije que no nos estábamos muriendo. No dije que no tuviésemos hambre.
-Pero no lo haremos. No nos comeremos a nadie.
-No.
-Porque somos los buenos.
-Sí.

Y es que, a la vez que una fábula sobre el ser humano, esta es una novela de aprendizaje moral. Constantemente, los protagonistas se cruzan con gente aún más miserable que ellos: un anciano casi ciego, un niño abandonado, un vagabundo desterrado. El niño aún trata de ayudarlos. El padre, cuya única preocupación es la supervivencia del niño, se siente más inclinado a matarlos. Es difícil explicarle que es por su bien. En un mundo en que todo ser humano es un competidor, el mal es el único bien posible.

La soledad del hombre enfrentado al mal es una de las obsesiones de McCarthy, quien ha escrito también oscuros westerns y novelas protagonizadas por la huida como No es país para viejos, su última traducción al español. Pero a diferencia del western habitual, The Road no está situada en el pasado sino en el futuro. Este universo de árboles calcinados, este desierto habitado por caníbales, no es el mundo de los exploradores de ayer sino, probablemente, el mundo al que nos dirigimos. Nadie nos explica qué ha pasado. No sabemos si la catástrofe fue fruto de una hecatombe nuclear, del calentamiento global o de algún eje del mal. Lo curioso y lo terrible es que, en el tiempo de la acción, eso ya no importa. No queda tiempo para buscar culpables. Hay que seguir huyendo, da igual por qué o de qué. Sea como alegoría del futuro o como metáfora del presente, The Road es una fábula igualmente contundente sobre un páramo moral en el que ya no nos podemos aferrar a nada, ni siquiera a una verdad confortable.

Leer más
profile avatar
1 de enero de 2007
Blogs de autor

Un dictador de novela

El nombre del ex dictador de Zaire Mobutu Sese Seko Kuku Ngbendu Wa Za Banga significa “el guerrero todopoderoso que va de conquista en conquista y deja fuego a su paso”. Pero también se puede interpretar como “el gallo que pisa a todas las gallinas”. En efecto, Mobutu tenía la costumbre de ejercer del derecho de pernada presidencial con todas las mujeres que encontrase a su paso. Tuvo diecisiete hijos reconocidos. Y sus amantes simultáneas más famosas eran gemelas, porque eso da buena suerte.

El libro de Michaela Wrong Tras los pasos del señor Kurtz –publicado recientemente en España por Intermón- narra esta y otras particularidades del hombre que gobernó el actual Congo durante treinta y siete años combinando la mano de hierro con una espectacular extravagancia. El libro tiene momentos que recuerdan El otoño del patriarca de García Márquez, La fiesta del Chivo de Vargas Llosa o El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, con una diferencia: no es una novela sino una crónica. Todo lo que cuenta es real.   

Uno de los capítulos más surrealistas está dedicado a su palacio de Gbadolite, “el Versalles de la jungla”, que medía quince mil metros cuadrados y tenía puertas de malaquita de siete metros de altura. Gbadolite incluía discoteca, piscina olímpica y refugio nuclear, todo forrado en mármol y decorado con arañas de Murano, cristalería de Venecia y tapices de Aubusson. Como estaba en el corazón de la selva, cada adorno debía llevarse en avión especialmente. Solo trasladar el pastel de bodas de su hija costó $65.000. Eso sí, el transporte solía ser rápido, porque el palacio tenía una pista de aterrizaje propia decorada con una pagoda donde a menudo pasaba días el Concorde, que Mobutu le alquilaba a Air France porque no conseguía dormir en los aviones normales. 

¿De dónde sacaba tanto dinero el líder de uno de los países más pobres del mundo? De los países ricos. Para EE. UU., Zaire representaba un aliado contra el comunismo. Para Bélgica, era su única ex colonia y, por tanto, una especie de buque insignia de respetabilidad internacional. Y para Francia, un mercado potencial y un enclave francófono en la región. Por presión de estos países, Mobutu recibió $9.300 millones de gobiernos aliados y de organismos multilaterales como el FMI y el Banco Mundial. Del año 85 al 94, el promedio anual de ayudas internacionales fue de $542 millones. Y no estamos contando los cuantiosos ingresos por concepto de diamantes, petróleo y sobornos.

Básicamente, todo el dinero era para Mobutu. Todos sus proyectos faraónicos tenían como destinatario principal su bolsillo y el de sus amigos. Su cleptocracia fue tan monumental que el país quebró. Entonces ordenó imprimir billetes, que su gente llevaba rápidamente a cambiar por dólares o francos. Cuando en la capital Kinshasa se descubrió que se estaba emitiendo papel moneda sin respaldo, los burócratas se llevaron aviones enteros de dinero para cambiarlos en ciudades donde aún no se hubiese destapado el pastel. La economía nacional era la peor pesadilla de un administrador, porque su principal problema era precisamente su piedra angular: Mobutu.

Un personaje tan novelesco, por supuesto, merecía un final trágico: Mobutu pasó los últimos años de su gobierno encerrado en la suntuosa cárcel de su palacio. Mientras el país se venía abajo, vivía rodeado de familiares que le exigían constantemente sobres llenos de dinero. Finalmente, cuando la guerrilla empezó a acercarse a la capital, sus generales sobrevaluaron los costos de defensa y se robaron todo el dinero de los pertrechos. Se robaron incluso el sueldo de los soldados, que desertaron en masa sin siquiera combatir. Hasta el último momento, Mobutu recibió informes falsos de asesores que le pedían dinero con la promesa de terminar con la guerrilla. El único informe real era el de sus médicos europeos: cáncer de próstata. No sobrevivió un año a su derrota. Todo su dinero no lo salvó de la muerte, de la soledad y la tristeza.

Como las grandes novelas, la increíble historia de Mobutu grafica los límites de ridículo extremo que alcanza el poder sin cortapisas. Pero como reportaje, quizá su mayor interés radica en mostrar cómo los gobernantes más absurdos e injustos se apoyan en un amplio abanico de cómplices voluntarios o no. De Mobutu –y de Pinochet, y de Pol Pot- fueron responsables una constelación de cínicos que iba desde los más oscuros funcionarios hasta las mayores potencias mundiales.

Leer más
profile avatar
29 de diciembre de 2006
Blogs de autor

Auster mira para adentro

Un viejo está sentado en el borde de una estrecha cama, en lo que parece una prisión o un hospital. La ventana de su cuarto no se puede abrir y, quizá, la puerta tampoco. Cada segundo lo fotografía una cámara oculta en el techo. No sabemos quién es el viejo ni cómo llegó ahí. Él tampoco. Lo único que puede ver a su alrededor son las etiquetas que nombran cada objeto de la habitación: sobre la lámpara, hay una etiqueta que dice LÁMPARA. Sobre el escritorio, una dice ESCRITORIO, y así.

Ése es el comienzo de la última novela de Paul Auster, Travels in the Scriptorium. Y ése es el final, porque el personaje no sale de esa habitación en toda la historia (que de todos modos es bastante breve). A lo largo de las 130 páginas del libro, los demás personajes son pedazos de su memoria inconexos, erráticos, borrosos, que visitan el cuarto mientras el protagonista –que ni siquiera tiene nombre- trata de reconstruir el rompecabezas de su vida.

En la última entrevista que concedió a un medio español, para anunciar el lanzamiento en nuestro idioma de Brooklyn Follies, un Auster envejecido admitía haber estado muy enfermo, anunciaba que ya había dejado atrás sus libros más importantes y adelantaba que estaba escribiendo un texto muy extraño en el que reaparecerían personajes de sus novelas anteriores. Los escritores no suelen ser expertos en marketing, pero pocas veces alguien se da por muerto tan flagrantemente. En la entrevista, Travels in the Scriptorium quedaba anunciada como el canto del cisne de su autor.      

Lo más extraño es que su apogeo aún estaba caliente. Oracle Night y The book of illusions aparecieron muy cerca una de otra y conformaban una suerte de Greatest hits de Paul Auster. Tenían todos los elementos que podían haberte interesado de su obra: el azar, el personaje que lleva su vida al límite, las desapariciones, el arte, las historias organizadas en cajas chinas. Hasta cierto punto, ambas novelas representaban la culminación de un lenguaje cerrado y terminado, con poco por hacer en adelante.

Quizá eso explique la extraña forma de Travels..., una historia sin historia sobre un hombre sin historia que debe terminar una historia sin final rodeado de personajes de otras historias. Extraña, autoreferencial, metaliteraria, solipsista, sólo para conocedores, son algunas de las posibles calificaciones de este libro. Un reflejo de la introspección que precede a un punto de giro en la carrera de su creador.

Pero si ya te has hecho a la idea de que no estás ante un best seller, esta novela es una apasionante alegoría sobre la literatura, quizá lo más similar a un arte poética que Auster haya escrito. La verdadera protagonista de la historia es la soledad de un hombre encerrado en sus propias fantasías que viaja sin salir de su mesa y recibe la condena –y la comprensión- de los personajes a los que ha dado vida ¿Existe una mejor definición de un narrador?

Hace unas semanas, en una conferencia ante la Academia Sueca, el escritor turco Orhan Pamuk se refirió a la literatura diciendo que esa palabra evoca en él “a una persona que en la soledad de su habitación emprende la tarea de reconstruir su mundo interior con palabras, y que pretende hacerlo visible para los demás”. No existe una descripción más directa y precisa para la última obra de Paul Auster.

Leer más
profile avatar
27 de diciembre de 2006
Blogs de autor

Cómo colaborar con los terroristas

Han llegado a mis manos al mismo tiempo una reseña sobre estrategia contrasubversiva tras el 11-S publicada por Max Rodenbeck en el New York Review of Books y un documental norteamericano llamado State of fear, sobre la guerra del Estado peruano contra Sendero Luminoso en los años 80. Después de revisar ambos, mi conclusión es que los gobiernos más disímiles pueden cometer los mismos errores –diría con más énfasis: las mismas estupideces- en situaciones equivalentes. Y que ambas estrategias contra el terrorismo, en vez de resolver el problema, fueron de gran ayuda para los terroristas.

Rodenbeck resalta que el terrorismo no es nuevo: está documentado por lo menos desde tiempos de Cristo, cuando los zelotas trataban de provocar mediante asesinatos una reacción desmesurada del imperio romano. Y sin embargo, en veintiún siglos, muy pocos grupos han conseguido por sus propios medios el objetivo de tumbar al sistema establecido o liberar un territorio. Su primer objetivo en realidad es que el Estado los tome en serio y los considere rivales a su altura. Eso es lo que hizo Bush.

Las cifras enseñan que las probabilidades que tiene un americano de morir en un atentado terrorista son las mismas que tiene de fallecer por una reacción alérgica a los cacahuates. Cada año mueren seis veces más americanos en manos de conductores borrachos de los que murieron en las torres gemelas. Pero, por la espectacularidad del atentado, América hizo precisamente lo que Bin Laden esperaba. Considerar a Al Qaeda un ejército a su altura y declararle la guerra. Como consecuencia, muchos más americanos han muerto en Irak que en toda la historia previa de Al Qaeda y en todo el resto del planeta. Y ahora hay más terroristas. 

Lo mismo ocurrió en Perú: las sucesivas reacciones del gobierno a comienzos de la década fueron: enviar a la policía, enviar a la policía militarizada llamada sinchi y enviar al ejército. Como resultado, Sendero Luminoso multiplicó sus acciones en toda la llamada zona de emergencia y, lo más importante, recibió más apoyo popular que el Estado, al menos en sus primeros años.

Según Rodenbeck, dejar el problema en manos militares crea más problemas de los que ahorra. Como prueba, argumenta que el apoyo a la resistencia armada entre la población iraquí creció entre fines del 2003 y comienzos del 2004 del 8% al 61%. Lo mismo ocurrió con la invasión israelí de Líbano y las tropas inglesas en Irlanda del Norte en 1969. Y con Perú, claro. Según las evidencias, es tácticamente viable matar a todos los subversivos si y sólo si carecen de capacidad de recambio y apoyo entre la población. De lo contrario, todo golpe les suma argumentos y mártires. La violencia subversiva tiene una motivación política, por eso,  requiere una respuesta política.

Pero lo que no menciona Rodenbeck –y sí un poco State of fear- es que tanto el Estado peruano como el americano de Bush eran democracias. Todos estos absurdos errores estratégicos contaron con el beneplácito de los ciudadanos de sus países, que con frecuencia aprobaron o al menos hicieron la vista gorda ante la tortura, las desapariciones o los abusos. Al Qaeda es conciente de este argumento, con el que justifica sus matanzas de civiles. Pero no siempre lo somos nosotros mismos. Los derechos humanos no son una barrera sino un requisito de la lucha contra el terrorismo, como muestra la relativamente reducida capacidad de aniquilamiento que ha tenido ETA durante cuarenta años (menos de 1.000 víctimas ante un estado español que no se echó en brazos militares; Sendero, en cambio, causó 35.000 muertes en sólo diez años).

Este año que termina se han registrado rebrotes senderistas en Perú, se ha ensayado un proceso de paz en España y EE. UU. ha terminado por desaprobar en las elecciones la estrategia de Irak. Recordar la responsabilidad de los ciudadanos en la paz y la guerra quizá nos ahorre a nosotros y a nuestros enemigos mucha sangre.

Leer más
profile avatar
25 de diciembre de 2006
Blogs de autor

Blog de Navidad

Como el Pitufo Gruñón, yo siempre odié la Navidad. Y como yo, todos los hijos de divorciados le encontraban poca gracia a esta celebración de la familia que habitualmente conllevaba la pelea familiar por cuánto tiempo pasarían con cada progenitor. Unos minutos de retraso en el camino a la casa del abuelo de turno podían desencadenar un conflicto sin precedentes.

Lo más triste no era la competencia familiar, sino la obligación de ser felices. Los comerciales, las campañas navideñas, los centros comerciales, las series de televisión te obligaban fanáticamente a sonreír y dejarte llevar por el espíritu navideño, que parecía ser un cóctel entre la morfina y el gas de la risa: es Navidad, aunque el mundo te parezca horrendo, debes celebrar lo hermoso que es.

Incluso el cine forma parte de la campaña. Hace tres años, fui por última vez al cine a ver una película de Navidad. Nicholas Cage era un ejecutivo de éxito que un día veía cómo habría sido su vida de haberse casado con su novia de adolescencia. En esa vida alternativa, era un provinciano pobre y lleno de hijos que trabajaba como empleado en la tienda de su suegro. Pero terminaba descubriendo que esa era la vida que quería en realidad, y no su éxito egoísta. Era una película para que te sientas bien con la vida que llevas sin importar cómo sea. Era Arte con A de Anestesia.   

Para un adulto real, la Navidad en realidad es una medida del éxito empresarial. La magnitud de las cenas o fiestas de cada compañía grafican su año fiscal. Si en tu fiesta hay elfas en tanga y sirven champaña, sabes que estás entre los triunfadores. Si sólo hay un jefe bebido en un restaurante barato, quizá tu carrera necesita un empujón.   

Hay una imagen que han explotado grandes artistas norteamericanos, desde Tom Waitts hasta los guionistas de Matrimonio con Hijos: Papá Noel apestando a alcohol y con un cuchillo en la mano. Pocas metáforas resumen con tanta precisión mis sentimientos infantiles hacia la Navidad.

A pesar de todo, he empezado a valorar las fiestas. Porque mientras más me alejo de la niñez, más me impresionan los niños. Y ellos en estos días están realmente felices, excitados, creen en todas las cosas que hay que creer y esperan con ansias la llegada de Papá Noel. Supongo que les tengo envidia. Quizá sean manipulados por la atmósfera navideña, pero a mí me gustaría ser manipulado también. Para los niños que conozco, la Navidad es como un día en que la magia existe, aunque para sus padres sea el día en que revienta la tarjeta de crédito.
      
Así que feliz Navidad y sean felices este fin de semana. Pero eso sí, cuando vean a sus niños acercarse al árbol con entusiasmo, o abrir los paquetes, o preguntar por Papá Noel, recuerden: ellos no son felices porque ésta sea una fiesta familiar. Ni porque sea el cumpleaños del niño Jesús. Ellos, en realidad, solo quieren los regalos.

Leer más
profile avatar
22 de diciembre de 2006
Blogs de autor

El lado oscuro del amor

Si los personajes de una historia se pareciesen a su autor, el coreano Kim Ki Duk debería ser: 1) mudo, 2) misógino y 3) maltratador doméstico.

Así son al menos los protagonistas de Hierro 3 y Bad guy, las dos películas suyas que yo había visto hasta hoy. El extraño talento de Kim Ki Duk le permite narrar historias con protagonistas que no abren la boca en los noventa minutos y que se enamoran sin sexo. De hecho, el sexo en ambos filmes no es más que una variante de la violencia. Los hombres golpean a las mujeres y a veces, si están de humor, también se acuestan con ellas. Pero en el universo del director coreano los verdaderos enamorados no hacen el amor, ni siquiera cuando trabajan como proxenetas de su mujer amada. 

Con esos argumentos, Kim Ki Duk ha cosechado una legión de fieles –sobre todo para alguien que no hace precisamente películas con Silvester Stallone- y una nada despreciable colección de osos, leones y toda la fauna de plata que se reparte en los principales festivales europeos. Y sin embargo, su última entrega, Time, es diferente.

Los fans ya se esperaban un cambio, porque ha pasado un año sin películas de Kim Ki Duk, y eso es mucho para un autor que lanzó su primer largometraje en 1996 y ya lleva trece. Pero los cambios son varios. Para empezar, esta vez los protagonistas hablan. A menudo, a gritos. En segundo lugar, el promedio habitual de porrazos y cachetadas se ha reducido considerablemente. Kim ki Duk es refinado en el arte de la tortura física: en Hierro 3 los rivales del triángulo amoroso se disparaban pelotas de golf. Pero esta vez, los golpes se reducen a un par de episodios y nunca están dirigidos a mujeres. Y en tercer lugar, quizá el más importante, esta película tiene escenas de sexo con amor. 

Tampoco hay que creer que estamos ante una comedia romántica. El coreano sigue siendo perturbador, perverso y siniestro. La premisa de la historia, de hecho, ya es bastante retorcida: un novio cuyo amor físico se enfría con el tiempo y una novia que, para remediarlo, decide cambiar de cara y cuerpo quirúrgicamente. No mejorar su cuerpo sino cambiarlo. No aumentarse el busto o quitarse arrugas, sino convertirse en otra persona. Una manera como cualquier otra de combatir la rutina.

A partir de aquí, toda la tortura es psicológica: durante los meses postoperatorios, la chica desaparece sin dejar rastro, pero vigila y persigue a su novio para impedir que se enamore de otra. Al reaparecer, convertida en una mujer distinta, empieza a sentir celos de sí misma. Hay una escena en que se hace una máscara con una foto de su antiguo rostro. Hay una escultura en que un perro muerde el pene de una estatua. Y todo da mucho, mucho miedo.

Paradójicamente, lo que más atemoriza es que la pareja resulta mucho más “normal” que los personajes de películas anteriores. Los personajes de esta película no son prostitutas, marginales o allanadores de morada, sino una pareja enfrentada a lo que todos conocemos: el deterioro que el tiempo le inflige al deseo. Nosotros vivimos con eso. Los personajes de esta historia buscan una solución. Lo más perturbador de Time es la sensación de que esa gente en la pantalla se parece a la de aquí afuera más de lo que nos gustaría. Así, Kim Ki Duk añade una nueva dimensión a lo que, en el fondo, ha sido su tema desde siempre: el lado oscuro del amor.

Leer más
profile avatar
20 de diciembre de 2006
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.