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Cómo colaborar con los terroristas

Por 25 de diciembre de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Han llegado a mis manos al mismo tiempo una reseña sobre estrategia contrasubversiva tras el 11-S publicada por Max Rodenbeck en el New York Review of Books y un documental norteamericano llamado State of fear, sobre la guerra del Estado peruano contra Sendero Luminoso en los años 80. Después de revisar ambos, mi conclusión es que los gobiernos más disímiles pueden cometer los mismos errores –diría con más énfasis: las mismas estupideces- en situaciones equivalentes. Y que ambas estrategias contra el terrorismo, en vez de resolver el problema, fueron de gran ayuda para los terroristas.

Rodenbeck resalta que el terrorismo no es nuevo: está documentado por lo menos desde tiempos de Cristo, cuando los zelotas trataban de provocar mediante asesinatos una reacción desmesurada del imperio romano. Y sin embargo, en veintiún siglos, muy pocos grupos han conseguido por sus propios medios el objetivo de tumbar al sistema establecido o liberar un territorio. Su primer objetivo en realidad es que el Estado los tome en serio y los considere rivales a su altura. Eso es lo que hizo Bush.

Las cifras enseñan que las probabilidades que tiene un americano de morir en un atentado terrorista son las mismas que tiene de fallecer por una reacción alérgica a los cacahuates. Cada año mueren seis veces más americanos en manos de conductores borrachos de los que murieron en las torres gemelas. Pero, por la espectacularidad del atentado, América hizo precisamente lo que Bin Laden esperaba. Considerar a Al Qaeda un ejército a su altura y declararle la guerra. Como consecuencia, muchos más americanos han muerto en Irak que en toda la historia previa de Al Qaeda y en todo el resto del planeta. Y ahora hay más terroristas. 

Lo mismo ocurrió en Perú: las sucesivas reacciones del gobierno a comienzos de la década fueron: enviar a la policía, enviar a la policía militarizada llamada sinchi y enviar al ejército. Como resultado, Sendero Luminoso multiplicó sus acciones en toda la llamada zona de emergencia y, lo más importante, recibió más apoyo popular que el Estado, al menos en sus primeros años.

Según Rodenbeck, dejar el problema en manos militares crea más problemas de los que ahorra. Como prueba, argumenta que el apoyo a la resistencia armada entre la población iraquí creció entre fines del 2003 y comienzos del 2004 del 8% al 61%. Lo mismo ocurrió con la invasión israelí de Líbano y las tropas inglesas en Irlanda del Norte en 1969. Y con Perú, claro. Según las evidencias, es tácticamente viable matar a todos los subversivos si y sólo si carecen de capacidad de recambio y apoyo entre la población. De lo contrario, todo golpe les suma argumentos y mártires. La violencia subversiva tiene una motivación política, por eso,  requiere una respuesta política.

Pero lo que no menciona Rodenbeck –y sí un poco State of fear– es que tanto el Estado peruano como el americano de Bush eran democracias. Todos estos absurdos errores estratégicos contaron con el beneplácito de los ciudadanos de sus países, que con frecuencia aprobaron o al menos hicieron la vista gorda ante la tortura, las desapariciones o los abusos. Al Qaeda es conciente de este argumento, con el que justifica sus matanzas de civiles. Pero no siempre lo somos nosotros mismos. Los derechos humanos no son una barrera sino un requisito de la lucha contra el terrorismo, como muestra la relativamente reducida capacidad de aniquilamiento que ha tenido ETA durante cuarenta años (menos de 1.000 víctimas ante un estado español que no se echó en brazos militares; Sendero, en cambio, causó 35.000 muertes en sólo diez años).

Este año que termina se han registrado rebrotes senderistas en Perú, se ha ensayado un proceso de paz en España y EE. UU. ha terminado por desaprobar en las elecciones la estrategia de Irak. Recordar la responsabilidad de los ciudadanos en la paz y la guerra quizá nos ahorre a nosotros y a nuestros enemigos mucha sangre.

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