Vicente Verdú
Los periódicos padecen una importante y extraña dificultad para fabricarse en Navidades. La falta de personal podría creerse un motivo pero no es precisamente la razón. Si fuera algo parecido a las deficiencias de producción no habría en ello nada de extraño; lo raro o rarísimo procede del incomodo que siente un periódico hacia los repertorios relacionados con la bondad.
No parece asunto propio de un periódico serio distribuir sentimientos amables entre la población ni tampoco entretenerse en atmósferas confortables ni demasiado afectivas.
La naturaleza de un periódico lo acerca a una construcción dispuesta para la noticia bomba o la diatriba. Se compone efectivamente de otros elementos más pero siempre como relleno si se compara con la importancia desempeñada por las cuestiones crudas.
La espina dorsal de un diario suele ser dura, incisiva, cortante y cosas así. Todos los periódicos nacieron de manos de los hombres y la masculinidad ha sido su marca desde la misma fundación hasta nuestros días, director arriba, director abajo.
No bastó hasta ahora mismo que la redacción contratara mujeres, que algunas grandes señoras invirtieran su cuantioso capital familiar o incluso ocuparan los encimados despachos del poder. Esas mujeres han reproducido casi hasta ahora el modelo recibido de la virilidad o no lo han travestido.
¿Un periódico femenino? Casi resulta una contradicción o una ridiculez testimonial, por el momento. Hay semanarios femeninos, pero diarios femeninos no se conoce ninguno que haya bullido más allá de lo anecdótico.
La práctica generalidad del panorama de la prensa se encuentra teñido (aunque en plena decoloración) de pigmentaciones masculinas, e incluso las cabeceras sensacionalistas británicas o alemanas siguen inspiradas en la prensa canalla de tipos forjados en los viejos garitos de madrugada. La Navidad no es necesariamente femenina pero ¿cómo dudar que huele a maternidad? La Navidad no es necesariamente pacífica pero ¿cómo discutir que predominan los suaves productos de azúcar y miel? Una pastelería incompatible con la mitología de la tinta, el plomo y la estampida del scoop.