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Escrito por

Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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La educación sentimental

Hace algunos días fui desafiado a escribir la lista de libros que habían constituido mi educación sentimental. Aquellos libros que me habían conmovido e impactado. Mi respuesta fue algo falsa: era una lista de los libros que debían haberme sacudido y no de los que de veras lo hicieron.

Aquí va, entonces, mi lista verdadera, escrita mi primera mañana en Ithaca después de algo más de un año de ausencia. Trato de seguir un orden cronológico, y soy muy consciente de que si la escribiera mañana habría otros títulos. Tampoco soy exhaustivo; sólo llego hasta la juventud temprana, quizás porque después de esa edad los libros que nos impactan son menos (pero están ahí: Marías, Cheever, Eugenides, Lampedusa, Yourcenar, Céspedes, Cerruto, Conrad, Dick, Dostoievski, Cavafis, Roth...).

Emilio Salgari: toda la serie del pirata Morgan. La leí a los diez años; fue mi primer encuentro con un personaje capaz de seducirme en los libros. Quería leer todas las novelas en las que Morgan apareciera.

Agatha Christie: Diez negritos. La leí entre los once y los trece años. Uno de mis títulos favoritos de la Christie (otros son Asesinato en el Orient Express, El asesinato de Roger Ackroyd). Aclaro que la Christie representa aquí un período, y que hubo otros autores de novelas policiales que me marcaron esos años (Ellery Queen, John Dickson Carr). Prefería la variante británica del policial, la del asesinato como un problema intelectual a resolver, no el noir de los Estados Unidos, aunque El largo adiós, de Chandler, leída casi diez años después de esta época, es una de mis cumbres literarias)

Borges: Ficciones. Leí estos cuentos a los catorce años, gracias al profesor Ávila, en el colegio Don Bosco en Cochabamba. El profesor Ávila fue el primero que me puso a leer a los grandes clásicos. Y cuando descubrí a Borges, a esa edad temprana, pensé que la literatura podía ser el mejor de los juegos. La ignorancia es atrevida: quizás a edades más tardías Borges intimida, pero a esa edad Borges sólo produce placer.

Mario Vargas Llosa: La ciudad y los perros. El Boom también lo descubrí gracias al profesor Ávila. De todos los libros del Boom, ninguno me hablaba tan de cerca como la primera novela de Vargas Llosa. Lo sentía como un libro muy personal, quizás porque Perú es el país que más se parece a Bolivia, quizás porque el lenguaje era muy similar al que yo hablaba: aquí, los personajes se ponían "chompa", y eso me fascinaba.

Nabokov: Lolita. La leí de escondidas unas vacaciones en Santa Cruz, en la casa de mis tíos, a mis catorce años. Todavía hay ciertos olores de Santa Cruz que asocio a esta novela. En ese entonces, me cautivó sobre todo la historia básica del profesor seducido por Dolores Haze. Diez años después, cuando volví a leer la novela, esta vez en inglés, descubrí los juegos de palabras, las complejidades interminables del lenguaje de Nabokov; era otro libro, pero era el mismo.

Ernesto Sábato: Abbadon el exterminador. Estudiaba ingeniería en Mendoza, tenía dieciocho años y comenzaba a descubrir que me había equivocado de rama de estudios. Cuando leí esta novela de Sábato, supe que no estaba solo. Este libro, como pocos, me ayudó a tomar una decisión: la de abandonar los números y asumir que lo mío era la literatura.

Franz Kafka: De la construcción de la muralla china. Son más los que prefieren las novelas de Kafka; yo me quedo con los relatos breves, con esas parábolas algo inescrutables, con esas alegorías de tono entre moral y religioso sobre hombres culpables que no saben por qué lo son, leídas a los diecinueve años en Buenos Aires, en un departamento sin mucha luz en la calle Paraguay.

Ernest Hemingway: Cuentos completos. A los veinte años, en Buenos Aires, el mundo se me ofrecía como puro goce y placer. Recuerdo largas tardes tirado en la cama, leyendo y leyendo. Nunca más leeré tanto y tan bien como esos días. Yo buscaba modelos para escribir cuentos y cuando llegué a Hemingway pensé que la literatura podía ser fácil, no tenía por qué asustar. Con los años, claro, uno descubre que la construcción de un estilo "fácil" como el de Hemingway, con esa prosa tan transparente, tan cristalina, es de las cosas más difíciles de lograr. Pero la realidad no importa tanto como las percepciones, así que a mí me bastaba con haber descubierto un modelo.

Juan Carlos Onetti: "Bienvenido, Bob", "El infierno tan temido". Otro autor de mis años porteños. El necesario toque de cinismo existencialista para la adolescencia, la amargura destilada en una prosa implacable en sus ritmos, en la manera en que se nos revela el dolor de la vida, la corrupción del mundo.

William Faulkner: Sartoris. No es de las novelas más elogiadas de Faulkner, de hecho es una versión preliminar de lo que luego sería Intruso en el polvo, pero me permitió descubrir a Bayard Sartoris y encontrar un personaje con quien me pudiera identificar.   

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22 de agosto de 2008
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Ravenwood (un cuento)

     Santi abrió el refrigerador, lo vio vacío y le dijo a su padre que tenía sed.
     --¿Quieres leche? --preguntó Fernando--. ¿Jugo de naranja? En un rato vamos de compras.
     --Y cereales también. Los Lucky Charms, y los que tienen miel. ¿Puedo tomar agua?
     Fernando sacó un vaso de plástico de la alacena y lo llenó con agua de la pila. Santi lo vació de un trago. Era verdad que tenía sed. Quizás no había sido buena idea traerlo al piso tan temprano; debió haber esperado hasta la tarde, después de haberse dado una vuelta por el supermercado y Wal-Mart. Había una televisión, pero no un sofá donde verla; la mesa era aquella que Eli y él habían usado alguna vez cuando iban de picnic, cojeaba de una pata.  
     --¿Y ahora qué hacemos? --preguntó su hijo--. Ya sé: ¡espadas!
     Santi sacó un par de espadas de plástico de una caja de cartón donde Fernando había puesto, a la rápida, juegos de mesa y otras cosas con las que pensaba entretener ese fin de semana a su hijo. Eli le había dicho que se llevara todo lo que quisiera, pero él, entre apurado e incómodo, no había escogido bien. Con la Playstation 2 hubiera sido más que suficiente. Quizás debía pasar por el centro comercial, ver si los Gamecube seguían en oferta.
     Santi le dio una de las espadas a Fernando y le dijo que ganaba el que tocaba al otro cinco veces con la espada. Fernando le pidió que fueran a la sala, había más espacio allí. Cuando lo hicieron, Santi se aproximó al ventanal de la puerta corrediza y señaló a un alce en medio del césped del condominio. Tenía el pelaje marrón y una de sus astas estaba quebrada; los miraba sin mirarlos.
     --¿Le sacamos una foto?
    Fernando fue a la habitación y buscó la cámara al lado del colchón en el suelo, donde había dormido la última semana. Al volver a la sala, vio el rostro radiante de su hijo --el cerquillo rubio, los ojos verdes--, y se sintió mal de haberle dicho, hacía una semana, que a partir de ahora estaría mejor que sus compañeros en el kinder, tendría dos casas y dos autos, y que Fernando tenía que dejar la casa para ir a cuidar la casa y el auto nuevos. A Santi le había gustado la idea, además ahora podría dormir todas las noches en la "cama grande", junto a su mamá. Eli opinó que no era bueno mentirles a los niños, ellos entienden más de lo que parece, pero al final no se opuso; tan difícil, saber qué era lo correcto con un niño. Lo único que alegraba a Fernando era algo que le había dicho la sicóloga del colegio de Santi: si ocurre, mejor que sea entre los cuatro y los siete. A esa edad aceptan los cambios sin mucho cuestionamiento. Fernando no estaba seguro de que tuviera razón, pero estaba dispuesto a aferrarse a lo que ella había dictaminado.
     Fernando sacó la foto. El alce mantuvo la cabeza erguida un buen rato; luego se dio la vuelta y desapareció. Mientras aproximaba el rostro a la ventana de la puerta corrediza, Fernando sintió un golpe en las costillas. Era una estocada de Santi.
     --Uno a cero, uno a cero--, gritó su hijo.
     Fernando fingió furia y se enfrentó a Santi como había visto que lo hacían en La guerra de las galaxias; el suyo era un lightsaber, y él el padre de la voz ronca que luchaba con ese hijo que todavía no sabía que lo era. Él era la encarnación del mal, y su hijo, pobre, la luz que se dejaría corromper por ese padre imperfecto.
     No, no estaba bien que pensara así. La culpa era un sentimiento valioso, pero no debía dejarse dominar por ella.
     Fernando corrió por la sala detrás de Santi. Uno a uno. Dos a uno. Era un piso grande, debía haber alquilado el estudio, no estaba en condiciones de gastar mucho; el abogado le había dicho que todo esto, en términos económicos, le haría perder unos cinco a siete años.   No quería pensar en eso. Ravenwood estaba bien, tenía una piscina, un parque con columpios donde Santi podría divertirse, y alces merodeando por el condominio. El día que fue en busca de un lugar dónde dormir, lo había acompañado Santi; había dejado que Santi eligiera el piso, y cuando lo hizo, aunque pensó que el alquiler era caro, se dio cuenta de que no estaba en condiciones de negociar con Santi; o sí lo estaba, pero no quería hacerlo.
     Tres a uno, ganaba Santi. Cuatro a uno. Cuatro a dos.
     Fernando se detuvo al lado de varias cajas de libros en el suelo. Recordó el dibujo de Santi que la sicóloga le había mostrado, hecho al tercer día de que él no durmiera en casa; allí había una persona de sexo indefinido que lloraba. "Mommy", había escrito Santi en la parte inferior. Fernando pensó en Eli, en los años transcurridos desde que la había conocido. ¿En qué momento la maravilla había dejado de serlo? ¿Dónde estaban, qué hacían, por qué no se habían dado cuenta a tiempo?
     --¡Cinco!--, gritó Santi.
     Fernando se tiró al piso de alfombra gris de la sala, farfulló unas palabras de agonizante, puso una cara de dolor. Santi sonreía.
     --¿Jugamos con las cartas de Pokemon ahora?
     Buena pregunta, se dijo Fernando entreabriendo los párpados. ¿Ahora qué?
     Tirado en el piso mirando el techo blanquísimo, sintió el vértigo, el miedo ante ese vacío que se abría a sus pies. Se preguntó si era más fácil cruzar los puentes colgantes con los ojos abiertos o cerrados.
     --Okey, Pokemon -dijo--. Pero te advierto que no me acuerdo de las reglas.
     --No importa --dijo Santi--. Esta vez te voy a dejar ganar.
     Perfecto, se dijo Fernando. Eso quería. Que alguien lo dejara ganar.
     Debía incorporarse, pero se estaba muy bien ahí, en el suelo.
     Se quedó ahí, esperando que los segundos, los minutos, se estrecharan, que Santi tardara en encontrar las cartas de Pokemon en la caja de sus juguetes.

(Revista del Verano, El País, 14 de agosto 2008)

 

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19 de agosto de 2008
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La vida instrucciones de uso

Hace poco estuve en Madrid, y debí recoger una maleta de libros que había dejado cuando vivía allí. De paso, visité librerías y terminé con más libros. Llegué a Bolivia y, viendo lo que pesaban mis maletas, me dije que ya basta, debía pararla; de otro modo, no podría viajar a los Estados Unidos.

Ayer visité la feria del libro de La Paz. Pasé por el stand de Plural, y conseguí reediciones de un par de libros de Jaime Saenz (La piedra imán y Vidas y muertes); luego fui por Gente Común, y me quedé con un magnífico libro de crónicas de Paul Tellería y con uno de cuentos de William Camacho. En el stand de Alfaguara coseguí La toma del manuscrito, novela ganadora del premio nacional y de la que Wilmer Urrelo me había hablado con entusiasmo. Luego me regalaron ejemplares de la revista Alejandría, y el gran Ricardo Bajo apareció con ejemplares de Archipiélago y Le monde diplomatique. Añado a esta lista los DVDs que conseguí en Cochabamba, en el segundo piso del I.C. Norte (las últimas de Reygadas y Wong kar-Wai).

Es inútil: no podré domesticar mis impulsos. Mi paraíso son las bibliotecas, las ferias del libros, las visitas a editoriales (que siempre te regalan más libros de los que quisieras). Pertenezco a la cofradía de los que no sólo se emocionan cuando ven un libro que quisieran leer, sino que también se mueren por poseerlo. No somos muchos, pero nos reconocemos fácilmente por la forma de caminar algo inclinada hacia un lado por el peso de las bolsas, por los ojos brillosos al ver que en esa librería de mala muerte se encuentra un ejemplar polvoriento de La vida instrucciones de uso.

Eso. La vida. ¿Cuáles son las instrucciones de uso? Pues, por lo pronto, seguir dejándome seducir por los libros, los DVDs, la música, el arte que, como buen caníbal, quisiera poseer primero para devorar después.

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18 de agosto de 2008
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Vida fugitiva

A la notable lista de escritores que ha producido Trieste -Italo Svevo, Umberto Saba, Claudio Magris--, debe añadírsele el nombre de Giani Stuparich (1891-1961). Su novela más importante, La isla, publicada originalmente en 1942, acaba de ser editada en España por la editorial Minúscula, con traducción de J. Á. González Sainz. Se equivocan quienes creen que la literatura es un edificio hecho sólo por colosos; para que existan Kafka, Faulkner y Woolf deben existir los Stuparich, esos autores que creemos menores y por ello prescindibles. Así, pasan los años y sus obras acumulan polvo y olvido, y de pronto, un día, se hace la luz: La isla es, ha escrito Enrique Vila-Matas, "un libro perfecto, una obra maestra". ¿Qué más se puede decir? Preservar, quizás, la recuperación. Pero en eso, ya lo sabemos, no somos buenos: nos es más fácil cuidar a un Rulfo que a un Julio Torri;  defendemos a Borges, pero no hacemos mucho por José Bianco.

El que lea esta corta novela que es La isla se topará con el autor italiano que más cerca está de Thomas Mann. La isla es una suerte de cruce de Muerte en Venecia con La montaña mágica. El enfrentamiento del ser humano con la muerte, tema de Mann por excelencia -y en general, gran tema de la literatura europea, dice Claudio Magris en su posfacio a La isla--, tiene en Stuparich el tono elegiaco de Muerte en Venecia, al que se le añade ese encuentro entre tecnología y condición humana que ha dado algunas de las mejores páginas de La montaña mágica. Un padre con un cáncer terminal le pide a su hijo que lo acompañe a visitar el lugar del principio, la isla del mar Adriático en la que nació. En la belleza deslumbrante de esa isla, el padre y el hijo descubren el otro lado de la vida: "una fría palidez de muerte estaba detrás de la transparencia de una sangre cálida y exultante; en el transcurso de un día lleno de sol, disfrutado en la libertad de la luz y del viento, había un estancamiento, una cerrazón canicular, donde el cerebro se disolvía y el alma fermentaba de miedos". Nos engañamos los que nos quedamos con la superficie festiva de las cosas.

En esa disociación, a ambos les ocurre lo que a Hans Castorp en La montaña mágica, cuando visita a su primo en el sanatorio en los Alpes suizos: encontrar la enfermedad en el corazón de la vida. Somos espíritu, pero también materia, y por ello la ciencia, la tecnología, son aquellas que dan sustancia a nuestras metáforas; la obsesión de Castorp por lo que dicen los rayos X de su tuberculosis es la misma del hijo en La isla, cuando acompaña a su padre a visitar al radiólogo: "mientras su padre se vestía en la habitación contigua, el radiólogo le había garabateado deprisa unos pocos trazos sobre una hoja de papel: el canal del esófago y, aproximadamente en su mitad, un estrangulamiento".

En La isla, el padre sabrá de los lazos de la sangre -"¡Su hijo! Tenían poco que decirse, pero qué sencillo era sentirse unidos--, y el hijo tendrá conciencia de lo que significa perder al padre. El padre, un vivo que ya es un hombre muerto, y el hijo, son lo mismo, se acompañan en esta "bufonesca alianza". Stuparich se pregunta por qué los hombres, al actuar como si no fueran mortales, "rehúyen la conciencia del animal que hay en ellos". La respuesta viene dada de manera implícita por el escenario geográfico de la novela: porque ante la "luz despiadada" de la isla, en la que "los contornos de las cosas vibra[n] como electricizados", la idea del fin es intolerable. Nosotros nos vamos, pero la belleza de la isla continúa ahí, retando al tiempo.

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14 de agosto de 2008
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Música para camaleones

Hubo una vez, a mediados de los ochenta, en que fui un chico heavy metal: juraba y rejuraba por Van Halen, AC/DC, Judas Priest y compañía. Eran los tiempos de la adolescencia en Cochabamba. Después, en mis años de estudio en Buenos Aires, fui de todo corazón del rock en español: Soda Stereo, Charly García y otros grupos ya olvidados fueron la música de fondo de esos días en que descubrí que quería ser escritor. Ya en los Estados Unidos, fui un chico pop y new wave en Alabama, y en Berkeley supe del grunge de Nirvana y Soundgarden. Hubo, claro, también, R.E.M., Blink 182, Green Day. En Sevilla me entregué al "placer culpable" de grupos españoles como Amaral y Pastora, y luego, en Ithaca, fui un muchacho Britpop: Kaiser Chiefs, Keane, Snow Patrol, The Magic Numbers...

Ahora estoy, me imagino, en mi período ecléctico. Aquí va una lista de algunas canciones descubiertas estos meses, mientras recorría las misiones en jeep, me encerraba en un departamento con amigos escritores y cineastas a hablar de todo y de nada, pasaba las horas en la habitación de un hotel en El Escorial, y volvía a entender que la vida era un largo viaje y que no quería que acabara.

Andrés Calamaro: "Clonazepan y circo".

Joy Division: "Atmosphere".

Kevin Johansen: "La hamaca", "Por las ruas pelas calles", "S.O.S. tan fashion".

Teleradio Donoso: "Máquinas".

Stereophonics: "Getaway", "Climbing the Wall".

The Walkmen: "Postcards from Tiny Islands".

The National: "Apartment Story", "Start a War".

Bat for Lashes: "What's a Girl To Do".

Francisco Nixon: "Vagamos por las calles".

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13 de agosto de 2008
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"Empate catastrófico" y derrota de todos

A dos días del referendo revocatorio que se inventó la clase política como método para salir del "empate catastrófico" en el que se encuentra Bolivia desde hace un buen tiempo, Evo se muestra triunfal: el 52% de apoyo ha sido claro. La lectura de este resultado parece sencilla para Evo: los votantes le estarían dando la carta blanca para profundizar el modelo socialista y para insistir en la aprobación de una nueva Constitución capaz de refundar el país.

Las cosas, sin embargo, son harto más complejas. Pese a su aprobación popular, Evo es un presidente de movimientos cada vez más restringidos: la semana pasada, las fuerzas de la oposición lograron que Evo no pudiera aterrizar en cinco de los nueve departamentos del país (los cuatro de la "media luna" del Oriente, encabezados por Santa Cruz, y Sucre). Extraña paradoja: un líder de izquierda que llegó al poder con un gran apoyo a nivel nacional y el deseo de fortalecer el aparato estatal, se ha ido convirtiendo en un caudillo regional del Occidente andino -La Paz, Oruro y Potosí son sus bastiones--, no el primero de un nuevo momento histórico sino el último de un período de crisis que ha terminado con una profunda descomposición estatal.
 
Si el apoyo a Evo es sobre todo regional y rural, ¿basta para imponer un proyecto hegemónico? El gran error histórico del gobierno de Morales ha sido el de empeñarse en gobernar sin Santa Cruz, el departamento más rico (genera más del 30% del PIB de Bolivia). Sin Santa Cruz, ningún modelo nacional puede ser considerado incluyente, o factible en el largo plazo. Si Evo no entiende esto -parece muy dispuesto a no hacerlo--, su apoyo mayoritario se convertirá en una victoria pírrica. La oposición, por su parte, se aferra a sus planes autonomistas, pero más allá de eso tampoco ha sido capaz de generar un proyecto político capaz de cohesionar al país. Las victorias contundentes de los prefectos de la "media luna" dara fuelle a estos planes, pero no a la posibilidad de ofrecer un nuevo consenso nacional.

A medida que pasan los días y Bolivia no encuentra la salida, crecen las voces de la intolerancia; la semana pasada, hubo un par de mineros muertos en protestas, dos aeropuertos tomados, y un alcalde de Santa Cruz pidió al Ejército "tumbar al presidente". Nada augura que los resultados del referendo revocatorio vayan a calmar los ánimos. Más bien, lo único que harán es dar razones a las dos fuerzas enfrentadas para profundizar en su rechazo intransigente al otro y encastillarse en sus posturas ideológicas. Dejará de haber un "empate catastrófico", pero no por la victoria de uno de los bandos, sino por la derrota de todos los bolivianos.

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12 de agosto de 2008
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Javier Marías, premio José Donoso de Literatura

La noticia de la concesión del premio José Donoso -el premio literario internacional más importante que tiene Chile- a Javier Marías no debería sorprender a nadie. Si pensamos sólo en narradores, Marías se encuentra, junto a Juan Goytisolo, Juan Marsé y Enrique Vila-Matas, entre los grandes indiscutibles de la literatura española contemporánea. De los cuatro, Marías es el que ha logrado trascender más en su impacto fuera de las fronteras de España. Su obra ha sido traducida a treinta y cuatro idiomas, ha vendido casi cinco millones de ejemplares, y ha ganado premios del nivel del IMPAC.  

Javier Marías ha construido un mundo narrativo muy complejo que tiene la virtud de convocar a nombres centrales de la literatura universal -Shakespeare, Cervantes, Sterne, Henry James, Proust- sin por ello palidecer en la comparación, o desaparecer bajo el peso de influencias tan peligrosas (no es fácil buscar emparentarse con Shakespeare y vivir luego para contarlo). En Marías, el mundo importa a partir de sus narradores, y también, cada vez más, a partir de quienes escuchan las narraciones. Narrar es peligroso, la narración es un "cerco de sangre" que no desaparece de nosotros, un veneno para el que no hay antídoto. La prosa sinuosa de Marías, muy consciente de sí misma, es una puesta en escena formal de aquello que predica: pocas cosas hay en la ficción de nuestros días que sean más encantatorias que las voces de los narradores de Marías. O mejor, la voz del narrador, porque siempre parece ser el mismo: un ser dubitativo, oscilante, puntillista, cuya gran aventura es la del intelecto, pues todo pasa por su cabeza, todo repercute, todo reverbera en él. Un ser que sabe que el tiempo avanza y quisiera ampliar la narración del instante antes de la llegada inevitable de la "difuminación" (si Proust busca recuperar ese tiempo ya avanzado, Marías sabe que eso es imposible: al tiempo ya ocurrido no le queda más que la aniquilación).

Marías reivindica la novela como el único género artístico verdaderamente capaz de explorar en detalle la subjetividad del ser humano y moverse a sus anchas a través del tiempo y su envés. En la exploración incansable de ese tema, el escritor español ha escrito al menos tres obras maestras: Todas las almas, Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí. A ese conjunto de textos imprescindibles debe agregarse la monumental Tu rostro mañana, una trilogía arriesgada en su voluntad de llevar al extremo su experimentación con el tiempo narrativo y el de la historia, y Negra espalda del tiempo, ese híbrido de ficción y no ficción inicialmente poco comprendido, que, con el paso de los años, se va revelando como un texto cada vez más importante, un precursor de ciertas tendencias centrales en la narrativa contemporánea. Hay críticos y escritores que son capaces de defender a muerte su Vidas escritas, ese conjunto notable de perfiles de escritores, y, a pesar de la imagen de Marías como un escritor encastillado en su torre de marfil, como articulista se muestra como un agudo y malhumorado) observador de las vidas y costumbres de la sociedad española. En conjunto: se trata de una obra que se merece ampliamente el premio José Donoso.

(La Tercera, 8 de agosto 2008)

 

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11 de agosto de 2008
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Japón

Descubrí al cineasta mexicano Carlos Reygadas hace un par de semanas en un hotel en Santa Cruz. Ví, por fin, Japón, una película que conseguí en México meses atrás. ¿Por qué se llama Japón? No lo sé, pero seguro hay una explicación críptica. El cine de Reygadas tiene algo de enigmático: esos planos largos de gran belleza -el paisaje desolado del campo mexicano, las nubes que pasan dejando tras de sí una estela melancólica- parecerían querer decirnos algo sobre la profunda trascendencia de la vida y también sobre su precariedad. En Japón, su primera película (2002) --luego vendrán Batalla en el cielo (2005) y Luz silenciosa (2007)-- se encuentran fácilmente las huellas de los maestros de Reygadas: Kiarostami, Tarkovsky, Bresson. Un hombre se va de la ciudad al campo a buscar su muerte; allí, al toparse con una anciana, se reconectará con el deseo de vivir. Hay una escena grotesca de sexo (algunos la encontrarán conmovedora), y largos momentos de tedio: eso también es Reygadas. Lo que hace el mexicano es aquello que los críticos franceses de los sesenta buscaban como si se tratara del Santo Grial: cine de autor. No es fácil tomarlo, pero es imposible dejarlo. 

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7 de agosto de 2008
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Bolivia: el recuento de los daños

Bolivia conmemora un aniversario más de su fundación sumida en una crisis profunda. La anterior semana le escuché a alguien decir en Cochabamba: "nunca he tenido tanto miedo como hasta ahora". Un repaso a los titulares de los periódicos muestra con contundencia los alcances del desastre: "Caos, violencia y luto en el aniversario patrio", titula El Deber; "Bolivia cumple 183 años en medio del caos", dice Los Tiempos.

Hay un referendo revocatorio este domingo, pero los líderes políticos no se han puesto de acuerdo en el por qué y en el para qué (Evo ha señalado, sin embargo, que si gana, profundizará el modelo socialista en el país). La Corte Electoral, que solía ser una institución confiable, ha perdido su legitimidad desde la llegada de Exeni. El Tribunal Constitucional está descabezado, y cuando la única magistrada toma decisiones, las autoridades la ignoran (no podía ser de otra manera: Evo hace poco dijo que, cuando era necesario, no hacía caso a las leyes, y que sus abogados estaban para arreglarle los entuertos). Hay una huelga de hambre de quinientas personas en la "media luna". El gobierno amenaza con juicios a los líderes de Santa Cruz; el Fiscal General acusa de "genocidio" al ministro de Gobierno. Los mineros y la Central Obrera, que debían ser fuente natural de apoyo a Evo, lo acusan de "neoliberal" por la nueva Ley de Pensiones; ayer hubo dos muertos. A Tarija debían llegar a encontrarse con Evo la presidenta de Argentina y el de Venezuela, pero estudiantes, miembros del cómite cívico y una "Guardia Autonómica" lo impidieron; a Chávez no se le ocurrió otra cosa que decir que era culpa del "imperio, que contraataca". Mientras tanto, las celebraciones del 6 de agosto en Sucre se ven empañadas porque ese departamento ha dicho que Evo no es bienvenido hasta que pida disculpas por los sucesos trágicos de fines del año pasado.

Evo quiere seguir adelante con su proyecto de refundación nacional. Por no estar dispuesto a hacer concesiones, por no querer negociar y llegar a acuerdos, lo suyo parece más bien la "fundición" nacional (la oposición también tiene su parte de culpa en esto). Quizás Evo logre hacer aprobar su nueva Constitución, pero cuando lo haga, el país ya será otro. De hecho, ya lo es: Evo ganará este domingo el revocatorio, pero el precio a pagar será no ser bienvenido en al menos cinco de los nueve departamentos. Si a eso se le llama triunfo, habrá que decir que los principales dirigentes del MAS saben algo que nosotros no sabemos. Éste es el caso de un "empate catastrófico" que terminará en la derrota de todos los bolivianos.

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6 de agosto de 2008
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Terminal Aerosur

Todos tenemos nuestras quejas contra Aerosur; yo, de hecho, sumo diez horas de espera en mis últimos dos vuelos internacionales que tenían Santa Cruz como base: cinco, al llegar de Madrid; otros cinco, al volver. Durante esas horas de espera, a la compañía ni se le ocurre invitar un vaso de agua a sus frustrados pasajeros; y es imposible soñar con reembolsos de pasajes perdidos debido a los largos retrasos.

Esto, sin embargo, no es nada en comparación con la última de Aerosur. Según la noticia publicada hoy en El País, Aerosur niega el viaje a Bolivia a Carlos Zapata, enfermo terminal de cáncer en Madrid. ¿Las razones? Aerosur le exige a Carlos "que presente un certificado médico en el que se garantice que no va a morir durante el trayecto".

Lo único que quiere Carlos es volver a Bolivia a morir en paz. Los autores de la nota escriben:

"De nada ha servido el certificado médico que indica que el hombre "permanece estable" y que, "con la ayuda de oxígeno", se mantiene con un "94% de saturación", muy cerca del 100% ideal en una persona sana. Así lo afirma su médico de primaria, José Contreras, en un documento que la familia ha presentado a la compañía. La negativa ha sido rotunda. Aerosur, compañía aérea que opera en código compartido con la aerolínea Air Comet, lo justificaba así ayer inicialmente: "El oxígeno puede suponer un problema de seguridad". Luego, cuando se recordó a su portavoz que ésa no es la reglamentación, añadió como inconveniente la posibilidad de que el pasajero pueda morir durante el vuelo".

Esta noticia no necesita de mayores comentarios. ¿Y qué tal si cuando compramos un pasaje le exigimos a Aerosur un certificado que garantice que no se va a retrasar más de cinco minutos? Igual, nos quedaríamos cortos ante el cinismo y la falta de compasión de una aerolínea que solía ser buena.

actualización (miércoles, 6 de la mañana): leo en El País que Aerosur (operada por Air Comet) llevará hoy mismo a Carlos a Bolivia, y que incluso no le cobrará el pasaje. Qué bueno que Aerosur/Air Comet hayan decidido hacer lo correcto. Y habrá que decir que impresiona la influencia de El País.

 

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5 de agosto de 2008
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