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La educación sentimental

Por 22 de agosto de 2008 Sin comentarios

Edmundo Paz Soldán

Hace algunos días fui desafiado a escribir la lista de libros que habían constituido mi educación sentimental. Aquellos libros que me habían conmovido e impactado. Mi respuesta fue algo falsa: era una lista de los libros que debían haberme sacudido y no de los que de veras lo hicieron.

Aquí va, entonces, mi lista verdadera, escrita mi primera mañana en Ithaca después de algo más de un año de ausencia. Trato de seguir un orden cronológico, y soy muy consciente de que si la escribiera mañana habría otros títulos. Tampoco soy exhaustivo; sólo llego hasta la juventud temprana, quizás porque después de esa edad los libros que nos impactan son menos (pero están ahí: Marías, Cheever, Eugenides, Lampedusa, Yourcenar, Céspedes, Cerruto, Conrad, Dick, Dostoievski, Cavafis, Roth…).

Emilio Salgari: toda la serie del pirata Morgan. La leí a los diez años; fue mi primer encuentro con un personaje capaz de seducirme en los libros. Quería leer todas las novelas en las que Morgan apareciera.

Agatha Christie: Diez negritos. La leí entre los once y los trece años. Uno de mis títulos favoritos de la Christie (otros son Asesinato en el Orient Express, El asesinato de Roger Ackroyd). Aclaro que la Christie representa aquí un período, y que hubo otros autores de novelas policiales que me marcaron esos años (Ellery Queen, John Dickson Carr). Prefería la variante británica del policial, la del asesinato como un problema intelectual a resolver, no el noir de los Estados Unidos, aunque El largo adiós, de Chandler, leída casi diez años después de esta época, es una de mis cumbres literarias)

Borges: Ficciones. Leí estos cuentos a los catorce años, gracias al profesor Ávila, en el colegio Don Bosco en Cochabamba. El profesor Ávila fue el primero que me puso a leer a los grandes clásicos. Y cuando descubrí a Borges, a esa edad temprana, pensé que la literatura podía ser el mejor de los juegos. La ignorancia es atrevida: quizás a edades más tardías Borges intimida, pero a esa edad Borges sólo produce placer.

Mario Vargas Llosa: La ciudad y los perros. El Boom también lo descubrí gracias al profesor Ávila. De todos los libros del Boom, ninguno me hablaba tan de cerca como la primera novela de Vargas Llosa. Lo sentía como un libro muy personal, quizás porque Perú es el país que más se parece a Bolivia, quizás porque el lenguaje era muy similar al que yo hablaba: aquí, los personajes se ponían "chompa", y eso me fascinaba.

Nabokov: Lolita. La leí de escondidas unas vacaciones en Santa Cruz, en la casa de mis tíos, a mis catorce años. Todavía hay ciertos olores de Santa Cruz que asocio a esta novela. En ese entonces, me cautivó sobre todo la historia básica del profesor seducido por Dolores Haze. Diez años después, cuando volví a leer la novela, esta vez en inglés, descubrí los juegos de palabras, las complejidades interminables del lenguaje de Nabokov; era otro libro, pero era el mismo.

Ernesto Sábato: Abbadon el exterminador. Estudiaba ingeniería en Mendoza, tenía dieciocho años y comenzaba a descubrir que me había equivocado de rama de estudios. Cuando leí esta novela de Sábato, supe que no estaba solo. Este libro, como pocos, me ayudó a tomar una decisión: la de abandonar los números y asumir que lo mío era la literatura.

Franz Kafka: De la construcción de la muralla china. Son más los que prefieren las novelas de Kafka; yo me quedo con los relatos breves, con esas parábolas algo inescrutables, con esas alegorías de tono entre moral y religioso sobre hombres culpables que no saben por qué lo son, leídas a los diecinueve años en Buenos Aires, en un departamento sin mucha luz en la calle Paraguay.

Ernest Hemingway: Cuentos completos. A los veinte años, en Buenos Aires, el mundo se me ofrecía como puro goce y placer. Recuerdo largas tardes tirado en la cama, leyendo y leyendo. Nunca más leeré tanto y tan bien como esos días. Yo buscaba modelos para escribir cuentos y cuando llegué a Hemingway pensé que la literatura podía ser fácil, no tenía por qué asustar. Con los años, claro, uno descubre que la construcción de un estilo "fácil" como el de Hemingway, con esa prosa tan transparente, tan cristalina, es de las cosas más difíciles de lograr. Pero la realidad no importa tanto como las percepciones, así que a mí me bastaba con haber descubierto un modelo.

Juan Carlos Onetti: "Bienvenido, Bob", "El infierno tan temido". Otro autor de mis años porteños. El necesario toque de cinismo existencialista para la adolescencia, la amargura destilada en una prosa implacable en sus ritmos, en la manera en que se nos revela el dolor de la vida, la corrupción del mundo.

William Faulkner: Sartoris. No es de las novelas más elogiadas de Faulkner, de hecho es una versión preliminar de lo que luego sería Intruso en el polvo, pero me permitió descubrir a Bayard Sartoris y encontrar un personaje con quien me pudiera identificar.   

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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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