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Escrito por

Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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Los mundos visibles e invisibles de la ciencia ficción china

Hace un par de años un presentador de CCTV, el canal estatal de televisión más importante de China, anunció que pronto comenzarían una serie de entrevistas sobre ciencia ficción, ante lo cual más de cien personas en el estudio comenzaron a cantar: "¡Eliminemos la tiranía de los humanos! ¡El mundo pertenece a Trisolaris!" El presentador se mostró sorprendido: por lo visto, no había leído El problema de los tres cuerpos, la novela de Liu Cixin ganadora del Hugo -el premio más importante de la ciencia ficción-- que, con casi dos millones de ejemplares vendidos en el mundo, era en buena parte responsable de la popularidad de la versión china de este género.

Puede que para algunos una golondrina no haga verano, pero dos quizás sí: el premio Hugo a la mejor nouvelle de este año fue para Hao Jungfang, por Folding Beijing; esa nouvelle, junto a un par de cuentos de Cixin y una selección de otros cinco autores, se encuentra en Invisible Planets (Tor, 2016), una antología de ciencia ficción china contemporánea que sirve de entrada a este vasto universo. Ken Liu, el antologador y traductor, insiste con justeza en el prólogo que estos cuentos y nouvelles deberían ser juzgados por su valor literario universal; a la vez, sin embargo, también se puede leer la ciencia ficción china como, en palabras de la escritora Xia Jia, una "alegoría nacional en los tiempos de la globalización". Las grandes transformaciones sociales y económicas del país se reflejan en un género que juega siempre a dos bandas: imagina los "mundos invisibles" del futuro a la vez que dialoga y critica con los "mundos visibles" del presente.

En Folding Beijing, por ejemplo, Hao Jungfang ha encontrado una metáfora perfecta para hablar de las disparidades sociales y las brutales divisiones de clases: una ciudad dividida en Tres Espacios, que se va plegando y desplegando literalmente a lo largo de 48 horas de modo tal que los que viven en un Espacio jamás entran en contacto con los de los otros dos Espacios, y donde hasta las horas de luz son divididas de acuerdo a clases: quienes viven en el Primer Espacio tienen más derecho al sol. En esa ciudad quebrada se desplaza el procesador de basura Lao Dao, y su misión arriesgada será llevar un mensaje del Tercer al Primer Espacio (lo mueven razones económicas: necesita dinero para pagar la elevada pensión del kinder de su hija).   

Si bien la trama o el lenguaje de Folding Beijing no son muy originales, sí lo es ese Beijing quebrado que imagina Jungfang: los sueños de la China única, de la sociedad comunista igualitaria, han dado lugar a un estratificado monstruo del hiperdesarrollo. Hay otras ciudades distópicas en la antología, como la de Ma Boyong en "City of Silence", que actualiza el 1984 de Orwell: un mundo en que las "autoridades apropiadas" publican todos los días el listado de "palabras sanas" que pueden usar sus habitantes y las "protegidas" o prohibidas ("irónicamente, protegida era una palabra protegida"), y en el que todas las comunicaciones se llevan a cabo en la red, porque así es más fácil vigilar y censurar (el progreso tecnológico permite los sueños y pesadillas del presente); la rebelión comienza cuando grupos de gente se reunen en secreto a, simplemente, hablar y hacer cosas en libertad.

Hay mucha diversidad en Invisible Planets: el cyberpunk de Chien Qiufan, los cuentos de fantasmas en Xia Jia, el surrealismo de Tang Fei, el híbrido de fantasía y ciencia ficción de Cheng Jingbo, la visión épica de Liu Cixin ("The Circle", uno de los mejores de la antología, adapta una sección de El problema de los tres cuerpos para contar una historia alternativa ambientada en el 227 a.c. III, en el que se imagina la invención de la computadora). No todos los cuentos quedarán, pero un género que cuenta con Jungfang, Boyong y Cixin está en buenas manos en China.   

 

(La Tercera, 18 de diciembre 2016)

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18 de diciembre de 2016
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Ted Chiang y el lenguaje extraterrestre

            Hace un par de años leí por primera vez "Story of Your Life", la nouvelle de Ted Chiang (Nueva York, 1967) recientemente adaptada al cine por el canadiense Denis Villeneuve como La llegada, y pasé de largo ante la revelación: sus constantes pulsiones discursivas, con incursiones esotéricas en la filosofía del lenguaje y la física teórica --¡el principio de Fermat!--, me perdieron; me armé de paciencia, volví a intentarlo hace unos días, y quedé deslumbrado y me desdije de mi primera impresión: Chiang ha escrito una de las cumbres de la ciencia ficción contemporánea. La obra escasa de este autor -quince cuentos/nouvelles- ha recibido merecidamente los premios más importantes del género (el Nébula, el Hugo, el Locus, el Sturgeon y el John Campbell) y también trasciende al género: Junot Diaz ha escogido su último cuento, "The Great Silence", entre su selección de The Best American Short Stories de este año.

            Chiang no esconde su admiración por Borges; de hecho, sus mejores textos -"Tower of Babylon", "Story of Your Life" y "Seventy Two Letters", todos ellos en el libro Stories of Your Life and Others (2002)-- dialogan con la obra del autor argentino; en el caso de "Story of Your Life", Chiang menciona una "fabulación borgeana" sobre el tiempo como una forma de entender su propuesta narrativa. A la manera de "El jardín de senderos que se bifurcan" -aunque sin su admirable concisión--, "Story" ficcionaliza ideas de la física teórica: si Borges trabaja con la posibilidad de tiempos y universos paralelos, Chiang especula a partir del hecho de que las "leyes fundamentales de la física son simétricas en relación al tiempo", por lo que no hay "diferencia física entre pasado y futuro" y, en principio, no se puede descartar la posibilidad de "conocer el futuro... con certeza absoluta y detalles específicos". Esa especulación tiene un ancla íntima y potente en la nouvelle y en la película: si pudieras conocer el futuro y supieras que allí te aguarda algo terrible, ¿lo vivirías o harías algo por evitarlo?

            La nouvelle de Chiang es también una reflexión sobre el lenguaje como crisis epistemólogica y apertura a otros sistemas de conocimiento. Ante la llegada de unos misteriosos platillos voladores, la lingüista Louise Banks -en la película, una maravillosa Amy Adams-- recibe el pedido del gobierno de ayudarlos a comunicarse con los extraterrestres (heptápodos). El lenguaje escrito de los heptápodos no se parece en mucho a los de la tierra, se maneja a través de logogramas y no de una escritura alfabética; descifrar ese lenguaje es también descifrar una forma de ver el mundo diferente, que incluye también otra forma de entender el tiempo, una en que los heptápodos perciben el pasado de manera simultánea al futuro. Ese "modo simultáneo de comprensión" será el regalo envenenado para los seres humanos y su "modo secuencial de comprensión": regalo, porque implica el sueño de un lenguaje universal para la comunicación; envenenado, porque ahora podremos saber qué nos depara el futuro.

            "Tower of Babylon", sobre la construcción de una torre capaz de llegar al cielo, tiene un final tan elegante y preciso como la resolución de un teorema: los extremos se tocan, el fin es el principio; lo mismo "Seventy Two Letters", una interpretación original del mito del Golem. No todos los textos seducen: la historia que sostiene "Division by Zero", sobre la consistencia de las matemáticas, no tiene la misma fuerza que su teoría (Russell, Hilbert, Einstein); "Hell Is the Absence of God", sobre apariciones de ángeles, es una parábola simple a pesar de su apariencia compleja. Chiang puede fallar, pero incluso ahí demuestra una gran ambición por utilizar la narrativa como vehículo para preguntarse por la naturaleza misma del lenguaje y el conocimiento.   

(La Tercera, 4 de diciembre 2016)

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4 de diciembre de 2016
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La risa congelada de Paul Beatty

Estados Unidos, lo hemos visto en la elección reciente, es un país obsesionado por las políticas de la identidad: antes que norteamericano uno es negro o blanco o latino. La raza, la etnicidad son temas tan sensibles que pocos escritores se animan a burlarse de ellos; eso es lo que hace Paul Beatty en The Sellout --brillante novela ganadora del premio Man Booker y de próxima publicación en español por Malpaso-- con fuerza, inteligencia y un lacerante sentido del humor del que no se salva nadie. Su novela es una sátira impecable e implacable del dividido Estados Unidos de hoy; uno no para de reirse, pero, como en toda gran sátira, esa risa se congela cuando percibimos que estamos leyendo la cruel verdad de las relaciones sociales.

"Esto puede ser difícil de creer, viniendo de un negro, pero lo cierto es que nunca he robado nada. Nunca he hecho trampa con mis impuestos o jugando a las cartas. Nunca entré a un cine sin pagar o me quedé con el cambio extra que me dio un cajero en la farmacia... Pero aquí estoy, en las cámaras cavernosas de la Corte Suprema de Justicia... sentado en una silla densamente acolchada que, como gran parte de este país, no es tan cómoda como parece". Así comienza The Sellout, y no decae nunca: hay una broma o comentario agudo en cada párrafo, una burla amarga sobre uno mismo o sobre los demás.

El narrador concibe un plan delirante para devolver al mapa del país a su querido, olvidado y pobre pueblo negro de Dickens, en las afueras de Los Angeles: reiniciar la esclavitud en su casa y segregar el colegio local. Para ello lo ayuda Hominy Jenkins, que alguna vez fue actor de televisión en los años cincuenta, en uno de esos shows que exageraban los estereotipos negativos de los negros. Sus ideas se articulan en el café Dum Dum Donut, donde un grupo de seudointelectuales negros se reune a pasar las horas, discutir qué significa "bimensual" (¿cada dos semanas o cada dos meses?) y leer The Ticker, una hoja con las estadísticas actualizadas sobre Dickens: el desempleo, la pobreza y la mortalidad suben siempre, y bajan la expectativa de vida y los promedios de graduación. En ese ambiente en el que los negros están segregados del progreso nacional, ¿qué le queda a un negro, excepto hacer que esa segregación sea oficial?

Beatty se burla de todos los símbolos de la cultura negra -incluso del sacrosanto Martin Luther King- y de los grandes íconos de progreso racial -Huckleberry Finn es retitulada como Las aventuras sin peyorativos y las jornadas intelectuales y espirituales del Africano-Americano Jim y de su joven protegido, el hermano blanco Huckleberry Finn, mientras van en busca de la perdida unidad familiar negra--; también se burla de los latinos: "A los mexicanos se les culpa de todo en California... ¿Tu caballo agarra mal la parte final de la carrera en el hipódromo de Santa Anita? Demasiados mexicanos... ‘Demasiados mexicanos' es una racionalización oral que nos permite seguir aferrados a nuestra forma de ser".   

La novela termina con una falsa esperanza: cuando el narrador recuerda el momento en que un negro llega a la presidencia. Un amigo le dice que por fin el país ha pagado sus deudas históricas. El narrador, nihilista hasta el final, le recordará que el país todavía tiene deudas con otros grupos, con el medio ambiente, incluso con el cóndor de California. "¿Y cuándo se les paga a ellos?" Beatty sugiere que conviene pensar lo peor (y reírse de ello si es posible): hoy está claro que el país no tiene ninguna gana de pagar ninguna deuda. 

 

(La Tercera, 20 de noviembre 2016)

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20 de noviembre de 2016
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Cuatro cuentos latinoamericanos

Hoy voy a hablar de cuatro cuentos de autores latinoamericanos que me deslumbraron recientemente. Uno de ellos está en Enciclopedia plástica (Estruendomudo), del peruano Ricardo Sumalavia. Sumalavia es uno de los mejores cultores actuales del relato breve, ese subgénero tan difícil y complejo a pesar de esa aparente sencillez que hace que muchos lo confundan con la anécdota o el chiste; "Para las nubes queda perfectamente claro que los seres humanos somos lentos y aburridos. Y de las formas que vamos adoptando, ni se diga", se lee en "Decepción": aquí prácticamente no hay relato. A cambio, hay una mirada poética sobre el mundo, comprimida como en un aforismo de Antonio Porchia.

En La condición animal (Páginas de espuma), un libro de la argentina Valeria Correa que entremezcla con sabiduría el realismo tradicional con elementos fantásticos, de horror o incluso ciencia ficción, se encuentra "Aún a la intemperie", un cuento enigmático, la historia de un anciano que se ha quedado solo en un caserío de montaña. El relato alude al fin de este mundo rural: el anciano pierde a su familia por culpa de la noche, "que se lo traga todo", y a la demás gente del pueblo: "Los vi irse viejos, mujeres, hombres, buenos y malos. ¿Buenos y malos? (Qué más da: ésa no es la pregunta)". "Aún a la intemperie" funciona a partir de lo no dicho --¿qué representa la noche, una enfermedad o los lobos o algo más inquietante?- y de la voz que ha encontrado Correa para captar a este anciano: "Siempre a esta boca mía le gusta estar moviéndose. Boca sin sosiego ni dientes, le digo. No sirve para masticar: con las encías peladas recibe comida de mi mano y no se mueve".

El mexicano Luis Jorge Boone tiene una apabullante diversidad de registros, como lo prueba su último y maximalista libro, Figuras humanas (Alfaguara): hay hasta un relato en verso. De todos los cuentos, me quedo con "Resistencia del agua a evaporarse", una historia erótica larga -más en la tradición del cuento anglosajón-- sobre una pareja joven y otra no tanto, y sus fantasías sexuales en un hotel de playa: un intercambio de parejas, en el que Boone explora al detalle las repercusiones del encuentro en Temis, el enamorado que descubre que su pareja, Amanda, disfruta del acostarse con otro hombre. El temor a la pérdida se convierte en manos del autor en una sorprendente afirmación de la pareja: mientras ambos están con otros, "Temis se sintió, por primera vez, nítidamente empatado con Amanda. Vía el cuerpo de un extraño, la sentía en su mismo nivel de existencia... Anheló no perder esa profunda conciencia de lo que entraña una compañía".

Lo sexual aparece de otra manera en "Laika", uno de los cuentos de Paulina Flores en Qué vergüenza (Hueders/Seix Barral). El realismo sigue siendo el tronco principal de nuestra literatura, y Flores es una de esas autoras que lo está renovando al profundizar en la indagación psicólogica de los personajes, en la minuciosa percepción de los hechos y las sentimientos, en la múltiple variedad de perspectivas narrativas. En "Laika", la niña Josefa sueña con "convertirse rápido en adulto, despertarse un día y darse cuenta de que era una persona grande y podía hacer todas las cosas que un adulto hacía, o que ella creía que un adulto hacía, como ocupar una pala de metal y no una de plástico". Lo que ella no sabe es que ese sueño está a punto de convertirse en realidad, en una noche en la playa en la que sale a esperar un avistamiento de ovnis con un joven que quiere aprovecharse de ella. El tema es clásico -la pérdida de la inocencia--, pero está trabajado con tanta elegancia en la prosa y finura perceptiva que lo viejo se convierte en nuevo.

 

(La Tercera, 9 de octubre 2016)

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9 de octubre de 2016
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Han Kang y la historia de una mujer que quería convertirse en planta

Hace cuatro años, el sello independiente argentino Bajo la luna publicó la novela La vegetariana, de la surcoreana Han Kang (1970). Al libro no le fue nada mal: llegó a la segunda edición y tuvo reseñas muy entusiastas. Eso, sin embargo, no preparaba a la pequeña editorial para el gran golpe de este año: el Man Booker International, a la mejor novela traducida al inglés. Había finalistas de peso -novelas de Orhan Pamuk y Elena Ferrante--, pero esta novela corta se merece todos los elogios.

La vegetariana comienza con fuerza: al despertar una mañana después de un sueño sangriento y brutal, Yeong-hye decide convertirse en vegetariana. Su matrimonio apocado y la reacción extrañada de su familia -que quiere forzarla a comer carne, en una escena magnífica--, hacen pensar en la novela como una sátira a las costumbres de una sociedad incapaz de desprenderse de la carne. Poco a poco, sin embargo, Han Kang irá ampliando su objetivo y la sátira dará paso a una profunda disquisición sobre lo extraño que puede ser seguir una pulsión interior, sobre todo si lo que esta pide va a contrapelo del mandato social. Yeong-hye, así, se convierte en un personaje memorable, una descendiente directa del Bartleby de Melville y del "artista del hambre" de Kafka: alguien que prefiere no hacerlo, aun a costa de sí mismo.

La novela está dividida en tres partes, tres asedios a Yeong-hye: desde el esposo, que descubre de pronto cuán profundamente desconocida puede ser la mujer con la que convive, hasta la hermana, cuya frágil subjetividad es cuestionada por la postura radical de Yeong-hye, pasando por el cuñado, cuyo deseo lo lleva a obsesionarse por ella y querer filmarla en escenas eróticas que no lo abandonan. Cada sección es un intento de acercarse al personaje, pero lo que Han Kang devela más bien, con un lirismo violento y un realismo en diálogo constante con una imaginería surreal, es el fascinado alejamiento de Yeong-hye. Mientras más se sabe de ella, menos se sabe de ella. En una sociedad patriarcal, al sujeto femenino se le ordena regular su conducta y se lo convierte en blanco de las pulsiones libidinales; quizás la única forma de ganar agencia es afirmarse en la negatividad.

Camus decía que desconfiaba de los relatos de sueños dentro de una novela; La vegetariana demuestra más bien que estos pueden ser útiles como piezas centrales de la estructura narrativa: "¿Pararán los sueños ahora?", se pregunta Yeong-hye; "pensé que todo era porque comía carne... Creí que solo era cuestión de dejar de comer carne para que los rostros no volvieran. Pero no funcionó... Ahora lo sé: ese rostro está dentro de mi estómago. Despierta desde el interior de mi estómago". "Es solo un sueño", lo dice ella, que también sueña con convertirse en una planta, y también lo dice su hermana, para quitarle poder a ese malestar psíquico; "seguro que el sueño no lo es todo, ¿no? En algún momento tenemos que despertar... Porque..."

La vegetariana es una novela de prosa elegante y sutil sobre una mujer que no quiere despertar: Yeong-hye sueña con una metamorfosis que la lleve del mundo animal al de las plantas; al narrar su historia, Han Kang ha escrito una gran novela sobre cuán radical puede ser, simplemente, hacerse caso a uno mismo y no al mundo.

     

(La Tercera, 25 de septiembre 2016)

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26 de septiembre de 2016
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Sara Mesa: "La fantasía se expande para ocupar los huecos"

Los lugares en los que vivimos terminan conectados íntimamente a las personas que viven ahí; al final, puede que esas personas sean ese lugar. El año pasado viví en Sevilla y una de esas personas que son para mí Sevilla es Sara Mesa.

Cicatriz (2015) es una de las mejores novelas españolas de la narrativa reciente. Es una novela con una atmosfera asfixiante, sobre la relación obsesiva que se establece por internet entre Sonia y Knut. Se la puede entender como una novela sobre la escritura, en más de un nivel: Knut quiere educar literariamente a Sonia, ayudarla a convertirse en escritura, y no deja de regalarle libros; ella a ratos rechaza ese interés enfermizo, pero reconoce que Knut tiene el perfil de hombres que le atraen: "los anormales, excéntricos y marginales... los que tienen algo que ocultar". Pero también la escritura es lo que media en su relación, pues ellos no se conocen en persona. En esa distancia que separa a los personajes, se cuela la fantasía: no hay relación interpersonal en la que no se cuele, eso lo sabíamos, pero Sara Mesa sugiere que, con los nuevos dispositivos de comunicación, una relación es cada vez más una irrealidad, una fantasía.

Pese al despliegue de las nuevas tecnologías, Cicatriz no oculta su anclaje a la vieja tradición de la novela epistolar y a sus escarceos con los sentimientos y las perversiones: Sara Mesa sabe dialogar con Las relaciones peligrosas. Es, así, clásica y contemporánea a la vez, con un gran manejo de los tiempos: después de la primera escena -que insinuará la explicación simbólica del título--, la narración se retrotrae a incidentes ocurridos siete años atrás, y luego a dos años antes y a cuatro meses después... nada, sin embargo, es arbitrario, como lo descubriremos de a poco.

Escuché a Sara en la presentación de su libro de cuentos Mala letra (2016) -hay ahí varios cuentos excelentes, entre ellos "Mustélidos", de inevitable aparición en futuras antologías de narrativa en español-- y descubrí que su palabra más odiada era feminazi y que un escritor que no le interesaba era Javier Cercas; en una clase a la que la invité me enteré de que trabajaba en una institución estatal que se encarga de responder a las quejas de los oyentes al contenido de un programa radial, y me pregunté cuándo aparecería ese escenario tan sugerente en una de sus novelas; contó también que su nueva novela es sobre la relación entre una adolescente y un hombre mayor. Supe que nació en Madrid en 1976, y también de su llegada temprana a Sevilla y su conexión intensa a esa ciudad, pese a que no vive exactamente en ella (reside en Tomares, un pueblo en las afueras) ni está interesada en narrarla: su narrativa se aleja intencionalmente de espacios narrativos específicos; sus ciudades son borrosas, están desprovistas de detalles reconocibles, tienen algo tan genérico como fantasmal. A cierta distancia del centro, Sara Mesa está desarrollando algunos de los análisis narrativos más penetrantes de la condición contemporánea, esa en la que "la fantasía se expande para ocupar los huecos".

 

(98 grados, septiembre 2016)

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13 de septiembre de 2016
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Las múltiples voces de Mauro Javier Cárdenas

Las novedades literarias del otoño son tantas en los Estados Unidos -McEwan, Safran Foer, Patchett, Chabon, Smith-que más de un gran libro de autor no tan conocido quedará enterrado. Que eso no le pase a Mauro Javier Cárdenas, por favor: The Revolutionaries Try Again (Coffee House Press), la primera novela de este autor ecuatoriano que escribe en inglés -de pronta publicación en español por Random--, establece la presencia de una poderosa nueva voz para las literaturas latina/ecuatoriana/latinoamericana/norteamericana/lo que sea (¿se escribe Cárdenas o Cardenas o da lo mismo?)

"Poderosa nueva voz", escribe el crítico, y luego se ríe, porque lo que define a Cárdenas es, sobre todo, su incapacidad para quedarse en una voz singular, su talento para que las voces proliferen, su habilidad para alterar registros narrativos. Porque esta novela que cubre las últimas dos décadas del pasado siglo en la vida política y social del Ecuador -los tiempos turbulentos que van de Roldós al Loco Bucaram, pasando por Febres-Cordero--, es la historia de un grupo de amigos -Leopoldo, Antonio, Rolando-- de clase alta de un colegio exclusivo de Guayaquil, de sus deseos de participar en las elecciones presidenciales a fines de los noventa, an outsider could sweep the elections and effect real change, le dice Leopoldo desde Guayaquil a Antonio, que vive en California y sueña con hacer algo por el país (aunque quizás pueda más su egoísmo), everyone thinks they're the chosen ones, está escrito a un lado del manuscrito que escribe Antonio sobre un hecho importante de su infancia (y más aun los hijos de la oligarquía).

Pero Cárdenas no se contenta con narrar esa historia de amigos que podría ser, con su generosa carga de emoción y empatía y humor, una crítica a ese sueño tan latinoamericano de intervenir de manera mesiánica en los destinos del país, sino que narra las interferencias a ese sueño, las voces del pueblo que se cuelan para contar la historia verdaderamente, Juana, carajo, quit eavesdropping on the politicians and go basket some eggs, las voces del pasado, de la familia, el español que interfiere en el inglés, Tu tío Manolo rentaba sus caricaturas, Antonio's grandmother said, Ataba una piola en las barras de hierro de las ventanas de afuera y ahí rentaba sus, ah?, el escritor que deforma el inglés de los Estados Unidos como venganza por el hecho de que los norteamericanos han deformado América Latina con sus políticas intervencionistas, ¿páginas enteras en español en una novela en inglés?

Esta novela relativamente corta no deja de ampliar su radio de acción/ voces y más voces/ y siempre la pregunta que viene de la infancia en un colegio católico: ¿cómo ser cristianos en un mundo de indigencia e injusticia? Cárdenas/Cardenas añade otra pregunta: ¿Pueden los corruptos hijos de la corrupta oligarquía trascenderse a sí mismos, a su clase? El autor ecuatoriano/latino ha leído a Vargas Llosa, Faulkner, Krasznahorkai, Lobo Antunes, Bernhard, Cortázar: el high modernism y sus herederos están muy vivos en cada una de sus páginas. Lo suyo es un despliegue magnífico de inteligencia y ritmo verbal, capacidad para subvertir las formas narrativas, con un final joyceano a la altura de su promesa, en el que Alma, la hermana de Rolando, cuenta sus peripecias para cruzar la frontera y llegar a los Estados Unidos, black night black river someone behind me screaming father I'm drowning please take care alma how can a human being do that to another human being.

Cardenas ha llegado, lo ha hecho en sus propios términos, I think we have a chance, Hello? 

 

(La Tercera, 11 de septiembre 2016)

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11 de septiembre de 2016
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Para subrayar a Pedro Mairal

En una de sus tantas columnas felices -se encuentran en El subrayador (Libros del Laurel)--, Pedro Mairal escribe sobre un anciano que, a la manera de un Dios, se dedica a subrayar el periódico: "todas estas marcas en birome azul son como una lección de advertencia frente a los eufemismos, las frases hechas, los lugares comunes, y una manera de señalar diamantes escondidos en el barro"; Mairal no necesita leer el diario sino los subrayados del anciano. Leo La uruguaya (Emecé) --la última novela de Mairal--, y me tienta hacer lo mismo, para recalcar los aciertos y facilitarle el trabajo al siguiente lector de la novela. Al rato, desisto: descubro que estoy subrayando toda la novela.  

            Por ejemplo, subrayo: "Siempre me aterra esa cosa siamesa de las parejas: opinan lo mismo, comen lo mismo, se emborrachan a la par, como si compartieran el torrente sanguíneo". La uruguaya es la historia de Lucas y Catalina, una pareja que ya no es siamesa, y del encuentro arrebatador de Lucas con la uruguaya, una mujer que terminará de remecer sus escasas certezas. Una historia más de infidelidad, convertida en manos de Mairal en el punto de partida para una novela perfecta -la palabra no es una exageración--: no solo rasga en la intimidad de nuestras pulsiones repetitivas y turbulentas, también está muy marcada por lo social: en la Argentina populista de Kirchner, "época del dólar blue, el dólar soja, el dólar turista, el dólar ladrillo, el dólar oficial, el dólar futuro", las relaciones sentimentales se conectan a las fluctuaciones de la moneda de cambio; de hecho, la trama de La uruguaya, y su secreto mejor guardado, gira en torno a cómo conseguir un mejor cambio para ese dólar -yendo a Montevideo--, y en la tentación que significa ese dinero para los demás. Sin dólar blue, no hay La uruguaya.    

            Subrayo: "qué mujer más hermosa, qué demonio de fuego me brotó de adentro y se me trepó al instante en el árbol de la sangre. ¿Cómo te llamas? Magalí. Yo soy Lucas. Fuimos a buscar más cerveza". Magalí es la uruguaya, "una chica de armas llevar, presente y al choque, flequillo rollinga, el pelo mojado, mini de jean, remera floja sobre el corpiño de la bikini (soutien hubiera dicho ella), y descalza". ¿Es ella culpable o inocente de lo que le pasará a Lucas ese día en Montevideo? La escritura de La uruguaya, sutil, envolvente, transmite una sensación de éxtasis continuo -Mairal parece haber levitado cuando la escribía--, que se acrecienta con el misterio perturbador que esconde en su centro narrativo y que se despliega a medida que se desarrolla el complejo entramado de tiempos del relato.

Mairal no revela del todo el dato central, y en ese enigma uno queda colgado, buscando descifrar la solución en los gestos de un personaje. ¿Importa saberlo? Lo fundamental es precisamente su indecibilidad. Hay algo que no conocemos de la uruguaya y que contagia al resto de la novela: hay algo que no conocemos de Lucas, de sus relaciones con Catalina, de su vida de papá y de escritor. Al final se nos revelan cosas, pero Mairal lo hace con el guiño tramposo del jugador que ha apostado fuerte y ha ganado la partida: el misterio central es el de la condición humana.

            Subrayo: "Ojalá la muerte sea saberlo todo". Subrayo: "En la pausa antes de escuchar tu voz tuve la certeza de que te quería como te sigo queriendo y te voy a querer siempre, pase lo que pase". Subrayo: "Por el momento no queda más que imaginar".

(La Tercera, 7 de agosto 2016

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7 de agosto de 2016
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Los diarios tempranos de José Donoso: la vida es literatura

La consolidación del diario como género literario fundamental se encuentra entre las cosas más relevantes ocurridas en la literatura latinoamericana contemporánea. Han quedado atrás las épocas en que se especulaba que el diario no tenía vigencia en el continente porque, a diferencia del mundo anglosajón -en el que el diario ocupa hace rato un lugar importante--, no estábamos acostumbrados a escarbar en la intimidad; resulta que se escribían muchos diarios, solo que no se publicaban. La publicación del primer volumen de los Diarios de Ricardo Piglia fue uno de los acontecimientos literarios del año pasado; los Diarios tempranos de José Donoso (Ediciones UDP), editados rigurosamente por Cecilia García-Huidobro, lo serán sin duda de este año.

Los cuadernos que sirven de base a los Diarios tempranos, almacenados en la universidad de Iowa, cubren el período de 1950 a 1965 y funcionan como una precuela a Correr el tupido velo, el maravilloso y desasosegante libro que Pilar Donoso escribió basada en la correspondencia y los diarios de su padre almacenados en Princeton (cubren el período que va desde 1966 hasta la muerte de Donoso en 1996). En este período inicial, Donoso todavía no era descarnado como lo sería en sus diarios de principios de los 70, por lo que Diarios tempranos no tiene el impacto emocional de Correr el tupido velo. Sirve, sin embargo, como registro fascinante de la magnitud con la que Donoso entrelazaba vida y literatura: ambas eran lo mismo para él.    

Los Diarios tempranos son una creación conjunta de Donoso y García-Huidobro; es la investigadora quien ha seleccionado el material y ha tomado la decisión acertada de separar las notas de Donoso en base a temas: hay capítulos dedicados al crítico, otros al periodista, otros al narrador que apunta ideas para cuentos y novelas; los dos últimos están entre los más interesantes y se centran en la escritura de Coronación y El obsceno pájaro de la noche. Ahí está, en una anotación del 25 marzo de 1959, el germen de El obsceno: "Idea para un cuento: basándome en ese aristocrático niño deforme que vi pasar una vez en un auto de lujo con patente de Colchagua... Llamarlo ‘El último Azcoitia'".

En los Diarios tempranos uno puede ver a un Donoso sin falsas modestias ("El ‘Azcoitia' puede resultarme maravilloso y completamente decisivo para mi producción: me pongo sin duda en la línea creadora Borges-Cortázar-Kafka, etc"), capaz también de una feroz autocrítica: "tampoco me gusta este cuento, es pobre, no tiene nervio. No tiene más que una humanidad de cartón". Se trata de un Donoso que mezcla libremente el español con el inglés ("inspiration seems to have found me again"), que no para de leer y usar sus lecturas como modelos para su escritura ("escribir un cuento sobre la mujer soltera de 30 años tipo Marcela Vicuña. Tengo que fijarme mucho en la Eugenia Grandet de Balzac para hacerlo bien"), y que no tiene reparos a la hora de descartar textos o reescribirlos completamente. Asistimos a la forja obsesiva de un escritor: no hay escándalos de la intimidad contados directamente, todo se transmuta en escenas, personajes, literatura. 

 

 

(La Tercera, 16 de julio 2016)

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20 de julio de 2016
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El infierno de Wolfgang Hilbig

            ¿Reunificación de una comunidad o ruptura y desunión? Ahora mismo, en Europa, se discuten acaloradamente las virtudes y defectos de esas opciones. La gran mayoría se decantará por alguna, pero hay espíritus intranquilos para los cuales no sirve ni la una ni la otra. Wolfgang Hilbig (1941-2007), un escritor de la Alemania Oriental, era uno de ellos: disidente del régimen pro-soviético de su país y perseguido por la temible Stasi, una vez caído el muro de Berlín tampoco pudo encontrar su lugar en la Alemania unificada y se convirtió en uno de sus críticos más estridentes; para Hilbig, no había pacto social justo con el individuo, y la vida en la tierra era un infierno sin atenuantes. Hilbig, canonizado en Alemania, es poco conocido más allá de su país, pero eso está cambiando. Su libro de cuentos The Sleep of the Righteous (Two Lines Press), recién publicado en los Estados Unidos -con una maravillosa traducción de Isabel Fargo Cole--, es un buen lugar para comenzar (hace unos años Losada publicó su novela Yo; es lo único que está traducido al español).

            The Sleep of the Righteous es una velada autobiografía en siete cuentos, cuatro de ellos ambientados en la Alemania pre-unificación y el resto en la unificada. La historia que se cuenta es la de un niño en una desolada ciudad minera cerca de Leipzig, que crece junto a las mujeres de su familia (no hay muchos hombres alrededor: su padre, como el de sus compañeros, ha muerto en la batalla de Stalingrado), y que, poco a poco, va encontrando su identidad como escritor. Las intrincadas frases de Hilbig captan perfectamente la atmósfera de esa ciudad minera en la que la asociación con lo infernal es tanto simbólica como literal: los niños juegan en la calle, en medio de "un depósito infinito de polvo que avanzaba hasta los huecos de las escaleras de las casas y parecía brillar en medio del sol del mediodía", y hay minas en las que en la base del lignito del fondo las cenizas todavía arden y se reflejan las ascuas del "profundo fuego del infierno".

            Como un buen escritor en la tradición romántica, Hilbig encuentra equivalencias descriptivas para dar cuenta de los traumas de la historia: esos paisajes devastados de la infancia muestran la descomposición moral de un país que se asoma fragmentado al día después de la segunda guerra mundial. Si la Stasi montó su gran red de espías, era porque los ciudadanos de la Alemania Oriental eran sus cómplices voluntarios, como sugiere "The Afternoon": "lo hacían gratis, solo para mostrar cuánto les importaba la ley y el orden en ese pueblo". Pero en "The Memories", el narrador, ya instalado en la Alemania unificada, tampoco encuentra consuelo, pues si bien el mundo que dejó atrás es "el cólera", el nuevo país es "la plaga". Cuando regresa a la ciudad de la infancia, encuentra las fábricas cerradas y a los hijos de sus conciudadanos mirando al mismo futuro deprimente de siempre.

            Hilbig es un escritor realista cuyas tramas adquieren siempre connotaciones alegóricas e insinúan una verdad inquietante que trasciende los hechos, como en "The Memories", que menciona a una deidad del subsuelo como posible responsable de alterar la fisonomía de los trabajadores mineros -el "dios negro... había alterado la sangre en sus venas, por ellas fluía algo más oscuro y más lento"-: ¿es la historia la culpable de su disolución, o es esa deidad maléfica? ¿O son una las dos?

En "The Dark Man", el mejor cuento del libro, el narrador se encuentra con el informante de la Stasi encargado de su caso, el hombre que ha leído todas sus cartas a lo largo de las años y ha impedido que lleguen a manos de su amante: ese hombre es su enemigo, pero al mirarse en el espejo descubre que él se parece mucho al informante. El cuento sugiere que quizás él mismo sea el informante. No hay respuestas fáciles en el mundo opresivo de Hilbig, y nadie se libra de la culpa.

 

(La Tercera, 26 de junio 2016)

 

 

 

 

 

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30 de junio de 2016
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