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Escrito por

Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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Fernanda Melchor: intensidad y horror

Hay una escena memorable al principio del falso documental satírico This is Spinal Tap (1984), en la que el guitarrista de la banda de heavy metal dice que ellos tocan tan fuerte que el volumen de sus amplificadores está a 11. He recordado esta escena al leer Temporada de huracanes (Random), la segunda novela de la mexicana Fernanda Melchor: desde la primera a la última frase, está escrita con el volumen a 11. Eso no significa que en todas las páginas haya acción, sino algo más complejo y difícil de lograr para un novelista: incluso las escenas de diálogos más tranquilos, los momentos reposados, están narrados con intensidad, como si todo contara y no hubiera transiciones.  

Para narrar la violencia de la sociedad mexicana -el pueblo ficticio es La Matosa, en un estado que se asemeja a Veracruz-- Melchor ha elegido como modelo la estructura narrativa de El otoño del patriarca, en la que García Márquez prescindía del punto aparte: casi toda la novela era un larguísimo párrafo. García Márquez utilizaba ese recurso retórico para contar los excesos del poder y mostrar la realidad latinoamericana como un espacio donde lo extraordinario es cotidiano; Melchor representa otro tipo de excesos --los que vienen de abajo, de una marginalidad conectada con la pobreza, la violencia, el machismo y la misoginia-- y una cotidianeidad harto más brutal, en la que, sin embargo, también lo extraordinario se ha normalizado. Aquí el Estado-nación no parece haber dejado más huella que la de la corrupción de sus representantes, y rige la ley de Darwin: "Este mundo es de los vivos, pontificó; y si te apendejas, te aplastan

El relato gira en torno a la muerte de la Bruja, una mujer respetada y temida por el pueblo por su asociación con el mal: quien quiera hacerse un aborto, recuperar a su pareja o curarse de almorranas la busca, pero hay que persignarse porque se la puede imaginar "desnuda, montando al diablo". La Bruja es el principio y el fin: entre ambas partes se abren capítulos que cuentan la historia de los jóvenes involucrados con su muerte -Munra, Brando, Norma, Luismi--. Melchor despliega una prosa que convierte la oralidad en poesía, en la que las malas palabras, el deseo de nombrar lo obsceno y lo escatológico, se revelan en toda su explosiva belleza: "la pinche Vanesa cabrona hija de la chingada no estaba ahí porque la muy puta seguramente aprovechó que la tía la dejó suelta para irse a ver al novio, el greñudo mariguano ese que siempre la andaba rondando..." Todas las secciones de esta novela son brillantes, pero quizás la mejor es la que narra la relación de la adolescente Norma con su padrastro Pepe.   

La Bruja es poderosa en el pueblo porque sus habitantes la ven vinculada a un Mal que trasciende a todos, pero su mito también se construye a partir de su rabiosa independencia en un mundo masculino dominado por atavismos, en el que las mujeres están subordinadas y deben buscar estrategias de supervivencia. Temporada de huracanes se disfraza de ficción antropológica, aparenta buscar una explicación al horror mexicano a partir de las creencias de una comunidad en leyes sobrenaturales, para decantarse por algo más terrible: el mal somos nosotros, los hombres. Cuando la madre de Brando exclama: "¿Cómo permitiste que el diablo entrara en su cuerpo, Señor?", Brando responde: "El diablo no existe y tu pinche Dios tampoco". Lo cual no implica que no nos sigamos agotando en construir leyendas para comprender algo que escapa a nuestra razón.

 

 

(La Tercera, 20 de agosto 2017)

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23 de agosto de 2017
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Horror y tecnología en Nefando, de Mónica Ojeda

Por cada autor incluido en la reciente lista de Bogotá39 (dedicada a los escritores menores de 40 años más representativos de América Latina), se puede pensar en otro no incluido pero perfectamente merecedor de ello: así de caprichosas y arbitrarias son estas cosas. Más que celebrar o indignarse, entonces, es mejor entender la selección como un aporte al debate y sumergirse en las obras de estos autores. Mi primer descubrimiento es Nefando (Candaya, 2016), de la ecuatoriana Mónica Ojeda (1988), una potente y perturbadora exploración del cruce entre horror y tecnología, de los límites difusos entre erotismo y pornografía, de la sexualidad infantil y lo que se puede representar o no con la escritura, y de las formas extrañas que tienen los individuos de lidiar con los traumas.

El fantasma tutelar de Nefando es -lo ha visto bien Jorge Carrión-- Roberto Bolaño: la estructura de testimonios y entrevistas, los dibujos del final, incluso la última frase -"¿Hay palabras para todo el silencio que vendrá?"--, remiten a Los detectives salvajes. Pero las preocupaciones de Ojeda son otras: lo que les interesa a sus personajes --seis jóvenes que comparten un piso en Barcelona-- es el deseo de representar, a través del arte y la tecnología, los fantasmas más sórdidos de su infancia y su presente. Nefando puede ser a ratos algo retórica en la narración de esas búsquedas, pero luego es capaz de mostrarnos su más oscuro y violento corazón en escenas incómodas, tan terribles como admirables. 

El destino de los tres hermanos Terán es el más complejo: abusados por sus padres cuando niños, deciden crear un videojuego prohibido llamado Nefando que dice algo de esa experiencia que los marca, y lo alojan en la Deep Web; después de todo, como dice el Cuco -compañero de piso, diseñador de videojuegos--, "¿para qué servía la tecnología si no era para narrar nuestros horrores?" Internet, aquí, no es el espacio utópico de libertad con el que soñaron sus creadores, sino una réplica de las perversiones morales que se encuentran en el mundo.

Los Terán han decidido hacer frente a su trauma no desde la perspectiva más tradicional de víctimas, sino, en una de las jugadas más radicales de la novela, uniéndose entre ellos -se insiste mucho en que uno no puede disasociarse del otro-, hablando del tema como si fuera normal y haciendo como que no ha pasado gran cosa. La existencia del videojuego prueba que ha pasado mucho, al igual que los recuerdos: "Veo los senos chicos de [mi hermana] Cecilia rebotando... A papá le gustaba más antes, pero crecimos... Mi madre nos miró siempre desde una esquina filosa. Sabía lo que papá nos hacía". Mónica Ojeda sugiere que no hay formas fáciles de enfrentarse al abuso sexual, y que no todas esas formas son inteligibles para los demás.

La sexualidad infantil está también presente en una compañera de piso, la mexicana Kiki Ortega, que está escribiendo una novelita erótico-pornográfica y explorando un tema tabú complementario al que aparece a través de los Terán: la poliforme sexualidad de los niños, la manera natural con que asumen sus deseos no inocentes. Pese a que se nieguen a verse como víctimas, los Terán son sobre todo objeto de la fantasía de un adulto; Eduardo y Diego, los personajes preadolescentes de Kiki, son en cambio sujetos gozosos y activos. Escribir sobre estos temas permite reflexionar sobre lo que conlleva un proyecto radical de escritura: "Lo revulsivo merecía ser articulado; alguien debía ensuciarse en el lenguaje para que los demás pudieran verse".

Nefando es una novela de horror que trata de la escritura de una novela de horror y sabe que no hay horror sin deseo ni belleza: "En lo innombrable hay imperios de luciérnagas". Ojeda se aventura a lo revulsivo y logra articularlo.

(La Tercera, 6 de agosto 2017)

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6 de agosto de 2017
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La acusación: de Corea del Norte, sin amor

Busqué La acusación: Cuentos prohibidos de Corea del Norte (Libros del Asteroide), de Bandi –un seudónimo que significa “luciérnaga”en coreano--, porque nunca había leído a un escritor de ese país y quería conocer algo de su literatura. Es peligroso convertir a un autor en representante de una nación, pero en el caso de Bandi parece inevitable: lo leemos para que nos revele la esencia profunda de una extraña sociedad totalitaria. Y sí, algunas verdades se nos revelan, pero eso no significa que el libro sea bueno. De hecho, pese a que tiene grandes aciertos, no lo es.

Nacido en 1950 en Hamgyeong, el autor, que todavía vive en Corea del Norte, fue un obediente trabajador del régimen que desde temprano dio muestras de su talento para la escritura. A fines de los ochenta, las hambrunas durante el gobierno de Kim Il-sung y la muerte de familiares y amigos llevaron a Bandi a adoptar una postura crítica ante el régimen. Fue así que comenzó a escribir los cuentos de La acusación: todos están fechados entre 1989 y 1995. Décadas después, una pariente se fugó del país y contó del manuscrito a un surcoreano que dirigía una ONG en China; este se interesó en el tema y, a través de un amigo que viajaba a la ciudad de Bandi, logró contactarse con él; el amigo recibió el manuscrito y lo sacó clandestinamente del país. La acusación fue publicado por primera vez en Corea del Sur el 2014.

Lo mejor de Bandi es su capacidad para encontrar detalles que capturan de manera burlona y surreal el funcionamiento de una sociedad totalitaria dedicada de lleno al culto a la personalidad. En “La capital del infierno”, un importante nudo ferroviario se sume en el caos debido a que el Acontecimiento Número Uno bloquea el tráfico de trenes durante treinta y dos horas. El Acontecimiento es, simplemente, que hay que esperar que pase por ahí el tren de Kim Il-sung: “Nadie [en la estación] se atrevía a quejarse de nada, si alguien se hubiera atrevido a levantar un poco la voz no hubiera tenido más oportunidades de seguir con vida que las de un ratón entregado a mercer de los gatos”. En “La acusación”, ante la muerte de Kim Il-sung, las ciudades y sus alrededores se quedan sin flores porque los ciudadanos las cortan y llevan a los altares en los centenares de locales del Partido (es obligatorio expresar el duelo al menos una vez al día). En “La ciudad del fantasma”, un niño tiene pesadillas al ver desde la ventana de su departamento un retrato de Karl Marx situado a un lado de la plaza al frente: cree que Mark es el Obi, un temible monstruo del folklore norcoreano.

Con tantas imágenes poderosas Bandi podía haber hecho un gran libro. Su principal problema es que no confía del todo en ellas y necesita ser didáctico una y otra vez. Los cuentos de La acusación carecen de ambigüedades, en ellos prima la denuncia explícita de un régimen que ha condenado a sus ciudadanos a una vida miserable. El más obvio es “La fuga del norte”, en el que Il-cheol decide “huir de esta tierra de mentiras, de falsedades, de humillaciones y de tiranía, en la que es imposible arraigar incluso trabajando dura y honestamente”. En “La capital del infierno”, la señora Oh, que llega a toparse cara a cara con el Gran Líder, quiere olvidarse de ese encuentro terrorífico e inventa un cuento para su hija: habla de un brujo que tiene hechizados a sus esclavos “porque quería ocultar que los estaba maltratando y engañar de este modo a la gente que vivía fuera de la colina y hacerles creer que en aquel lugar todo el mundo era feliz”. En ese cuento está condensado Bandi: sabe hechizar a sus lectores, pero luego no se resiste a explicar el truco.   

 

(La Tercera, 9 de julio 2017)

 

 

 

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9 de julio de 2017
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Los seres queridos de Vera Giaconi

Un amigo me conminó a que leyera Seres queridos (Anagrama, 2017), el segundo libro de cuentos de Vera Giaconi (Uruguay, 1974); estaba tan desesperado por compartir su entusiasmo que me regaló su ejemplar. Tenía razón en hacerlo. Si hace algunos años Carne viva (2011), el primer libro de Giaconi, fue descrito como "realista con un resquicio gótico", Seres queridos podría describirse de la misma manera hasta llegar al último cuento, "Reunión", en el que el resquicio se amplía hasta dejar un boquete abierto por el que se cuela un mundo sorprendente, complejo y siniestro: treinta de las mejores páginas que he leído este año.

Estos cuentos toman como bandera una frase de Clarice Lispector que habla de "la crueldad de la necesidad de amar... la malignidad de nuestro deseo de ser feliz". Dentro de la institución familiar, estamos condenados a querernos, pero puede que eso permita que afloren sentimientos atroces. En "Pirañas", la metáfora es perfecta: Víctor ha perdido dos dedos por culpa de un ataque de pirañas, pero  su hermana Romina y él son los que en verdad se comportan en su relación como esos peces de "bocas dientudas y feroces". Apenas aparezca una debilidad, uno atacará al otro, replicando al mismo tiempo los ataques de los padres: todo está por estallar desde la primera frase, y estalla en una situación tragicómica, pues mientras un hermano le da un puñetazo al otro, en la cocina los padres están "librando otra batalla y nadie sale a preguntar qué pasó" (hay que decir, de paso, que el "realismo" de Giaconi, que abreva tanto de Alice Munro como de Flannery O'Connor, es lo suficientemente elástico como para incorporar con naturalidad un anómalo ataque de pirañas en este cuento).

La prosa de Giaconi está matizando todo el tiempo: los detalles cuentan, tanto en las descripciones como a la hora de capturar sentimientos sutiles. Los retratos son brillantes: está Dumas, el abuelo del cuento con el mismo título, "eternamente bronceado aunque tenía dos trabajos... Con el fino bigote negro, la sonrisa amplia y esa facilidad para vencer el espacio personal de la gente..."; Adrián, el "tasador", incapaz de tener compasión de nadie: "mira alrededor y sabe que en casa de su madre nada vale nada; que ahí no existe la posibilidad de descubrir un tesoro escondido. En principio están los muebles y esa extraña obsesión de su madre por el mimbre. Los sillones, la lámpara del comedor... Todo es de mimbre"; y las hermanas de "Los restos", que, cuando se muere la menor de las tres, van a su caserón a revisarlo y preparar la "reunión íntima" de despedida: "Para muchos ésa sería una tarde amarga, y Graciela dijo que ellas debían encargarse de que todos tuvieran la boca llena de comida y no de frases hechas y comentarios fuera de lugar".

Los tres cuentos mencionados se encuentran entre los mejores, junto a "Bienaventurados" -una historia devastadora acerca de "un corazón simple"- y "Reunión". Si las atmósferas de Giaconi tienen siempre algo enrarecido, el magistral "Reunión" radicaliza la propuesta: la narradora relata la noche del reencuentro con su amiga Clara y su esposo Javier, que acaban de regresar a Buenos Aires después de vivir un tiempo en Bangkok. Los lectores se enterarán en el segundo párrafo que los esposos, que vivían desesperados por tener un bebé, ahora tienen una hija llamada Mali; la verdad acerca de Mali sugiere algo siniestro --¿magia negra?-- y convierte en literal el gran tema de este libro: una persona, una pareja, una familia pueden crear un espacio en el que sus actos son vistos por ellos mismos como "perfectamente lógicos y entendibles", pero, vistos desde afuera, todos, absolutamente todos, somos unos monstruos.

 (La Tercera, 4 de junio 2017)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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4 de junio de 2017
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Nosotros, los ciborgs

            Hace algunos meses estuve en la región amazónica de Bolivia y vi árboles que me deslumbraron por sus formas retorcidas. Amigos que vivían allí no supieron decirme cómo se llamaban; después de muchos esfuerzos la encargada de la recepción en el hotel despejó mis dudas. Recuerdo que ese momento pensé intuitivamente que todo sería más fácil si se pudiera apuntar a los árboles y que el celular me entregara una respuesta. La empresa Google acaba de anunciar una nueva aplicación, Lens, con la que a partir de ahora eso será posible. El filósofo francés Éric Sadin diría que esa aplicación es un paso más en "la administración robotizada de nuestra existencia". Su libro La humanidad aumentada (Caja Negra, 2017) es un brillante ensayo acerca de las consecuencias de los avances tecnológicos en la condición humana.

            La ciencia ficción ha instalado en nuestro imaginario la idea de que algún día los robots se rebelarán y pasarán a dominar el mundo. A Sadin no le preocupa mucho esa posible rebelión; analiza lúcidamente, más bien, cómo poco a poco, digamos desde mediados del siglo XX, el progreso gigantesco de la inteligencia artificial ha permitido que las computadoras se vuelvan indispensables en nuestra vida cotidiana, asistiéndonos en todo tipo de decisiones: su "discernimiento algorítimico... encuadra el curso de las cosas, reglamenta o fluidifica las relaciones con los otros, con el comercio, con nuestro propio cuerpo". Las computadoras han penetrado tanto en nuestro inconsciente que no percibimos cómo van configurando nuestros días: les delegamos el control de aviones comerciales -pilotos automáticos--, la ejecución de decisiones financieras -el trading algorítmico--, el despliegue de nuestros pasos por una ciudad -el GPS--, y también nuestros gustos más íntimos: hace poco, un amigo me contaba que el algoritmo de Netflix lo conocía mejor que su pareja.

            Para Sadin, la revolución digital no consiste en la comunicación instantánea o en el fácil acceso a música o películas, sino en la instalación de una "capa matemática" que media nuestra relación con el mundo. El fetichismo por los celulares tiene que ver con esa forma invisible con que nos ayudan a gestionar esa relación: nuestra subjetividad se ha ampliado gracias a procesadores poderosos. Así, va emergiendo un profundo cambio ontológico y antropológico, una nueva condición humana "hibridada" con lo artificial, que no hará más que intensificarse cuando se normalice la implantación de chips en el organismo. Tenemos nuevas formas de relacionarnos con el tiempo y el espacio: si antes tomábamos decisiones a partir de una sensibilidad y una inteligencia particulares, ahora la vida está "aumentada o curvada por procesos cognitivos en parte superiores y más avezados que los nuestros".

            De modo que no hay que preocuparse de la rebelión de las máquinas, sino de cómo estas, relucientes y seductoras, nos acompañan todo el día y nos han convertido en "sujetos algorítmicamente asistidos". Vivimos en el tiempo de la "gubernamentalidad algorítmica", en el que procesos "mágicos" de los que no tenemos idea cómo ocurren controlan decisiones individuales y colectivas. A las máquinas les tenemos cariño y también nos intimidan; las hemos divinizado y no es de extrañar que cualquier rato surga una religión dedicada a ellas. Para Sadin, el gran desafío de los próximos años consistirá en buscar formas para que el ser humano recupere autonomía y soberanía al posicionarse "respecto de la verdad impuesta por los sistemas". No será fácil: hoy mismo, Google ha anunciado que su nuevo chip de inteligencia artificial será cuatro veces más rápido que el anterior.

 

(La Tercera, 21 de mayo 2017)

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21 de mayo de 2017
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Graciela Speranza y el tiempo en el arte de nuestro tiempo

Alguna vez leía clásicos, ahora no tanto: me inundan las novedades cada vez que ingreso a Internet, y me dejo llevar por ellas, una y otra vez. Alguna vez sentarme a escribir un cuento era precisamente eso, ahora no tanto: suficiente abrir la computadora para descubrir la cantidad de correos que me urge responder, las noticias con las que debo ponerme al día, las polémicas en las redes que me reclaman. Así pasan las horas, incapaz de proyectar el futuro o bucear en el pasado porque el presente me ha agarrado del cuello. Lo que me ocurre no es la excepción sino la norma, como sugiere la intelectual argentina Graciela Speranza resumiendo un libro de Jonathan Crary: "son muy pocos ya los intervalos significativos de la experiencia humana, a excepción del sueño, que no han sido penetrados o arrebatados como tiempo laboral, tiempo del consumo, tiempo mercantilizado". Los nuevos medios y las nuevas tecnologías, que venían a liberarnos, nos están ahogando con la urgencia de sus requerimientos.

            La cita de Speranza está en su lúcido y potente libro, Cronografías: Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo (Anagrama), que indaga en las formas en que el arte y la literatura contemporáneos se enfrentan al problema del tiempo a través de la revitalización de sus formas y lenguajes. Cronografías sugiere con convicción que el arte hoy no solo nos puede ayudar a entender nuestra experiencia enloquecida del presente, también es capaz de transformar esa experiencia: contemplar un cuadro, ver una videoinstalación, leer una novela nos desaceleran, nos dan pie para resistir al reloj y su dictadura. Pero esa resistencia debe apuntalar también el camino de la revolución que nos permita recuperar relaciones menos salvajes con el reloj.

            Speranza es exhaustiva y recorre todas las artes, pero se detiene sobre todo en la videoinstalación, que en las páginas de su libro aparece como la más adecuada para enfrentarse al problema de la representación del tiempo. De todas las obras analizadas, la central es The Clock (2010), del suizo Christian Marclay (1955). En esta obra que dura veinticuatro horas, Marclay y su equipo arman durante tres años un montaje de clips de películas en las que aparece un reloj marcando cada minuto del día; en The Clock, el tiempo real y el tiempo de la pantalla coinciden, creando una suerte de "ballet de la humanidad registrado en cien años de historia del cine... Las horas no son unidades matemáticas, sino casilleros semánticos... exclusas de la gestualidad". Por supuesto, no es fácil ver The Clock: solo hay seis copias en diferentes museos del mundo, y no siempre se exhiben. Es una de las aporías del arte experimental: nos dice cosas sugerentes pero no todos pueden acceder a él (en la sección más literaria del libro, Speranza habla de un espectador -que puede ser ella-- que hace un viaje especial a Los Ángeles con el único objetivo de ver The Clock en un museo).

            Speranza también analiza, entre otros, a Anne Carson, Karl Ove Knausgard, Gabriel Orozco, Liliana Porter, Patricio Pron, W. G. Sebald y Lydia Davis. Todos están unidos por la búsqueda de nuevos registros simbólicos en torno al tiempo que nos permitan desnaturalizarlo y resistir así el culto contemporáneo de la hipervelocidad y la hiperconexión. La critica recuerda, en su prosa a la vez compleja y transparente -incluso didáctica--, que Walter Benjamin afirmaba que hacia 1840 algunos parisinos salían a pasear tortugas con correa, para enfrentarse a su manera al progreso y "contrariar las urgencias del productivismo capitalista". Los artistas más necesarios hoy son aquellos que están buscando esas tortugas que nos permitan "abrir el presente a otros tiempos". El desafío consistirá en encontrar el tiempo para escucharlos.

 

(La Tercera, 9 de abril 2017)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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10 de abril de 2017
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Odebrecht, la corrupción y nosotros

Tres años atrás yo vivía en Río de Janeiro cuando la Operación Lava Jato explotó en el Brasil; el juez Sérgio Moro, a cargo de la operación más grande contra la corrupción en el Brasil –ha tocado a un par de presidentes, ha llevado a más de ochenta personas a la cárcel, involucra el lavado de 8.000 millones de dólares--, se convirtió de la noche a la mañana en un héroe popular, con tapas en las revistas y su nombre convertido en sinónimo de la lucha contra un mal endémico en el país amazónico; eran días previos al mundial de fútbol, y se hablaba de las sumas gigantescas que se habían embolsado algunos políticos por la construcción de estadios. Vi marchas en las calles, pero apenas comenzó el mundial la gente se calmó; por un tiempo, al menos, porque poco después Lavo Jato comenzó a tocar a las puertas de Lula y logró un impulso renovado.

Al principio de la investigación de Moro el enfoque estaba en Petrobras, la empresa estatal de petróleos del Brasil, que era la que pedía los sobornos en las licitaciones de sus grandes proyectos, pero luego cayeron las grandes constructoras –sobre todo Odebrecht--, que eran las que pagaban los sobornos y compraban no solo a dirigentes de Petrobras sino también a políticos que debían aprobar las licitaciones. Se sospechaba que el método usado por Odebrecht en Brasil había sido aplicado por todo América Latina: Alberto Youseff, uno de los principales blanqueadores de dinero, tenía en su poder una lista de 750 proyectos llevados a cabo a lo largo del continente cuando fue arrestado por la policía. Solo era cuestión de tiempo para que explotara; lo hizo a fines del año pasado, gracias a un acuerdo de delación premiada por el que los principales dirigentes de Odebrecht –entre ellos Marcelo Odebrecht, expresidente de la constructora-- se decidieron a hablar para evitar sanciones menores.

Ya son al menos seis países los afectados directamente por Lava Jato, y el escándalo ha tocado no solo a Lula, sino al expresidente peruano Alejandro Toledo en Perú, y al presidente Juan Manuel Santos en Colombia. Lo de Lula fue un golpe moral y simbólico muy fuerte, porque el jefe del PT era visto como uno de los grandes líderes de la izquierda continental; si Lula caía, también se desmoronaba la fe en los movimientos neopopulistas surgidos a fines del siglo pasado para combatir los excesos salvajes del neoliberalismo (y se mostraba que la corrupción no era un privilegio de la derecha). En el caso peruano, Odebrecht reconoció que pagó a altos funcionarios de tres gobiernos –Toledo, Ollanta Humala y Alan García-- sobornos de casi 30 millones de dólares entre 2005 y 2014; el más beneficiado fue Toledo, que habría recibido 20 millones por adjudicar la licitación de los tramos II y III de la carretera Interoceánica Sur. El caso colombiano es más enredado: un ex-congresista que actuaba como intermediario de Odebrecht confesó haber dado el 2014 un millón de dólares a la campaña del presidente Juan Manuel Santos, y luego se retractó, no sin que antes se hiciera eco de sus palabras el Fiscal General y amplificara la acusación; la investigación se ha iniciado, y promete enlodar la campaña presidencial del próximo año. Como dice el analista Ricardo Silva Romero, se trata de una “versión previsible, y de bajo presupuesto… de la espeluznante House of Cards”.

La senadora Claudia Lopez, una de las políticas más importantes en Colombia, ya se ha anunciado como pre-candidata presidencial bajo el programa central de la lucha contra la corrupción: “Nosotros estamos comprometidos con la paz, por supuesto, pero lo que realmente va a frenar la paz es que…este mar de corrupción y politiquería siga gobernando este país. ¿Quién va a hacer las carreteras, a construir las escuelas, o incorporar a los campesinos del país, si todo se lo roban?” ¿Llegará lejos? Difícil. Luchar contra la corrupción aparece de tanto en tanto en las agendas de los políticos y los partidos, pero en el continente el tema nunca ha adquirido el peso suficiente como para encumbrar a un líder que maneje ese discurso. “Roba, pero hace obra”, ha sido más bien una de las frases que ha definido nuestra relación laxa con la corrupción de nuestros políticos. Nos indignamos, pero quizás no lo suficiente (en Rumania, hace poco, un decreto aprobado para suavizar las penas contra la corrupción sacó a la gente a las calles y se logró que el ministro de Justicia renunciara y la nueva ley fuera revocada; ¿ocurriría eso aquí?). Nuestra cultura no ayuda --¿cómo quejarnos de esas coimas enormes si a nosotros nos viene la tentación de coimear apenas nos detiene un policía o a la hora de hacer trámites?--, y nos faltan instituciones fuertes --la justicia brasileña parece ser una excepción-- y procesos transparentes que nos hagan sentir que nuestras quejas son escuchadas y producen algún efecto.

Habrá más arrestados en el continente por culpa de Odebrecht (la constructora también operó en Bolivia; ¿alguien lo investigará?). Puede que caigan Toledo y otros peces grandes, y nos quedaremos con la sensación de que se ha hecho lo que se tenía que hacer, y pasaremos página, aliviados. Pero la corrupción entre nuestros políticos y empresarios no desaparecerá, no solo por culpa de la naturaleza humana, tan frágil, sino también porque no emprenderemos las medidas de fondo necesarias para evitar nuevos escándalos. Nos queda el voto contra el partido corrupto en una futura elección, pero nada más, ningún cambio ni en las leyes ni en las costumbres que intimide un poco más a quienes corrompen y se dejan corromper. Nuestras instituciones seguirán siendo frágiles, nuestra justicia fácilmente comprable, nuestros procesos de licitación de obras manejados en la oscuridad. Los empresarios y políticos aprenderán las lecciones erradas del caso Odebrecht; no a luchar contra la corrupción de verdad, sino a ver cómo hacer la siguiente para no dejarse atrapar.  

   

(El Deber, 19 de agosto 2017) 

 

 

 

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19 de febrero de 2017
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Mathias Enard, entre Oriente y Occidente

Todas las novelas son construcciones artificiales, pero a algunas se les nota el artificio más que a otras. Brújula, del escritor francés Mathias Enard (Random), ganadora del último premio Goncourt, exhibe sus andamios con orgullo: en una noche de insomnio en su departmento de Viena, el musicólogo, opiómano y enfermo Franz Ritter recuerda, a lo largo de cuatrocientas páginas, la apasionada historia de sus relaciones con el Oriente Próximo, a partir de su fascinación por Sarah, una académica orientalista. La trama es débil y parece más que nada una excusa para desplegar la impresionante erudición y lucidez de Enard ante uno de los temas más urgentes del momento: las relaciones de Occidente con Oriente. La historia que cuenta Brújula no se te mete bajo la piel como otras de este autor -La perfección del tiro, por ejemplo--, pero hay pocas páginas en las que no deslumbra. 

El monólogo de Ritter, desplegado en una prosa rica en matices, de frases largas y abarcadoras, parte del reconocimiento de que la "frágil pasarela", los lazos tendidos por el tiempo entre la Europa que él representa y Oriente ha ido siendo destruida a lo largo de los últimos siglos por un nacionalismo exacerbado que se concentra en las diferencias y somete todo a una lógica marcada por las relaciones de dominación. Sarah propone un nuevo esquema, que sirve de guía a la novela: entender esta historia compleja no a partir de una inexistente "alteridad absoluta" sino desde lo "compartido y la continuidad", "hallar una nueva visión que incluyese al otro en el yo".

Hay pocas cosas que Ritter no sabe de esta relación, a juzgar por sus recuerdos, en los que se mezcla la experiencia personal con las anécdotas sacadas de la historia y de sus lecturas; parte de su especialidad como musicólogo -Mendelssohn, Chopin- pero se extiende a otras artes -la literatura es central: Goethe, Balzac, Hedayat- y otros saberes -el "orientalista" Faugier como otro de los grías de Brújula, la arqueología como ciencia fundamental en la construcción de nuestra imagen de Oriente- y a la política y el comercio -"Napoleón Bonaparte es el inventor del orientalismo"--. El deseo de Ritter por el opio es perfecto, se cierra en sí mismo, mientras que el deseo de Oriente está siempre reinventándose en múltiples objetivos: puede ser un exceso de la imaginación, pero es también "carnal, una dominación por el cuerpo, un borrado del otro en el goce". La novela, así, es un reconocimiento a todos esos hombres y mujeres que fueron más allá de sí mismos para perderse en el deseo por otra cultura (también están aquellos que se perdieron para rechazarla).  

En Brújula hay una enorme cantidad de ejemplos de cómo Occidente no puede pensarse sin Oriente (y viceversa): las "orientalistas" princesas y alfombras voladoras de Disney han sido adoptadas en Arabia Saudita como parte de su cultura y ahora están en todas partes: "todos los contometrajes didácticos (para aprender a rezar, a ayunar, a vivir como un buen musulmán) las copian"; la decapitación en público puede tener fuentes musulmanas pero es también una construcción conjunta: "Lo que nosotros identificamos en esas atroces decapitaciones como ‘otro', ‘diferente', ‘oriental', también a un árabe, a un turco o a un iraní le resulta ‘otro', ‘diferente' y ‘oriental'".

En tiempos en que se habla con facilidad de una lucha de civilizaciones, Enard muestra con contundencia que no hay lucha más central que la que debemos tener con nosotros mismos: ese otro que amamos y odiamos somos nosotros mismos. 

 

(La Tercera, 12 de febrero 2017) 

 

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12 de febrero de 2017
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María Moreno, la sobreviviente

Black Out (Random), de María Moreno, es uno de los libros que me ha impresionado más en este fin/principio de año, y guarda muchas similitudes con otro reciente gran libro, el de Cristina Rivera Garza dedicado a Rulfo (Había mucha neblina o humo o no sé qué). Como el de la mexicana, Black Out se despliega en una estructura híbrida, con incursiones tanto en la crónica narrativa como en el ensayo histórico/sociológico o en el análisis literario. A ratos, pese al orden que Moreno le da al libro -las tres secciones que retornan una y otra vez- puede que su formato sea un poco despatarrado, pero ese "desorden" termina convirtiéndose en la marca de un estilo y potencia el relato.       

Black Out es a la vez la autobiografía de una alcohólica, un análisis brillante del lugar del alcohol en la literatura fundacional argentina (el Martín Fierro, Una excursión a los indios ranqueles), y el retrato de los turbulentos años setenta en un sector intelectual de Buenos Aires para quien el bar era un lugar obligado de encuentro, el espacio donde se dirimían teorías interpretativas del momento histórico y se decidían pertenencias y exclusiones ("La Paz era mi bar. Allí nadie tenía la clase que buscaba Briante, en cambio se hablaba mucho de clases sociales"). A Moreno, hija de una doctora en Química, le fascina el alcohol desde niña: los trucos de magia de su madre, que convierte "una sustancia transparente en rojo bermellón", son su escena primigenia: con el tiempo, convierten el alcohol que bebe en esa sangre que le fluye a torrentes --padece de endometriosis- (si bien la literatura dedicada al alcohol tiene una larga y notable genealogía, lo que hace Moreno con la menstruación tiene pocos antecedentes y se cuenta entre lo mejor de Black Out).  

En su mirada descarnada al alcohol, Moreno hace recordar unos versos de Jaime Saenz en La noche: "La experiencia más dolorosa, la más triste y aterradora/ que imaginarse pueda,/ es sin duda la experiencia del alcohol./ Y está al alcance de cualquier mortal./ Abre muchas puertas./ Es un verdadero camino de conocimiento, quizá el más/ humano, aunque peligroso en extremo./ Y tan atroz y temible se muestra, en un recorrido de/ espanto y miseria, que uno quisiera quedarse muerto allá". Hay diferencias: para Saenz, el alcohol podía ser una vía de trascendencia del cuerpo; para Moreno, en cambio, el alcohol es el cuerpo: "Mi sangre se había retirado puntual y ahora sólo sentía el alcohol deslizarme por mi garganta, su peso en la vejiga. El alambique vertía su sedimento oscuro con olor a acetona, una transpiración que no detenía a los mosquitos, la saliva pesada que sólo se alivianaba cuando se detenía un poco".

El alcohol es también una forma de ingreso a una cofradía masculina que tiene en el bar su templo. Moreno retrata con lucidez ese mundo no de íntimos sino de "prófugos de la intimidad", y sus líneas más conmovedoras son para los retratos de los mozos y los amigos que pueblan esos espacios: "Jarrita tenía esas pisadas cortas de buzo propias de los veteranos de su oficio. Era un profesional sordo a las cachadas de los parroquianos y había convertido su ir y venir, la entrega de los pedidos y su sonrisa fija, en una tumba sobre su vida privada"; a Charlie Feiling "le pasaban la quimio... Agitaba el cablerío con impaciencia. Se atareaba en esas pequeñas acciones sin quejarse por las ocasionales negligencias de los enfermeros, sabía arreglárselas mientras moría: se puede ser un héroe acostado".

Black Out es la historia de una sobreviviente, alguien que ha sido capaz de dejar el alcohol y, a la vez, no se hace ilusiones: la tentación está siempre en esa "luz que titila como una marquesina" a lo lejos, y que puede que sea un bar.  

(La Tercera, 15 de enero 2017)

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15 de enero de 2017
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Una carta de amor de Cristina Rivera Garza a Juan Rulfo

Todos los escritores tenemos un lugar sagrado especial para el escritor que nos ha cambiado la vida pero pocos somos capaces de escribirle una carta de amor tan elocuente como la de Cristina Rivera Garza a Juan Rulfo: Había mucha neblina o humo o no sé qué (Random) -título excepcional donde los haya- es una confesión completa, un asedio incesante que entrega un Rulfo a veces conocido y otras muy nuevo, pero siempre complejo y fascinante. Había mucha neblina es historia y crítica cultural, biografía a medias y crónica autobiográfica con momentos sublimes; es un gran modelo de crítica literaria híbrida, que indaga tanto en el texto como en las condiciones materiales que lo permiten y que de paso se convierte ella misma en literatura.

Tres son los principales puntos de ingreso de Rivera Garza a la escritura y a las condiciones materiales específicas de la vida de Rulfo: el histórico, que investiga al escritor de Jalisco en los años cuarenta y cincuenta, como agente contradictorio del proceso modernizador en el que estaba embarcado México; el de la crítica literaria, que relee la obra para apuntar nuevos caminos de lectura; y el de la escritura misma, que se apropia de escenas y frases de Rulfo como punta de lanza para la escritura de otros textos. El Rulfo de Rivera Garza es un "doble agente", alguien que a fines de los cuarenta trabaja en una compañía trasnacional de llantas (la Goodrich-Euzkadi), y luego, a mediados de los cincuenta, es asesor e investigador de la Comisión del Papaloapan. Esos trabajos no son menores: a base de sus informes para la Comisión, el gobierno justificaba los desalojos de comunidades indígenas de los sitios donde se construiría la presa Miguel Alemán. Rulfo, así, es como el ángel de la historia de Benjamin: "un apasionado del progreso que va hacia adelante sobre los vientos de la Comisión del Papaloapan y, a la vez, el solidario defensor de las comunidades indígenas que, melancólicamente, mira la ruina, la miseria, la orfandad".   

            El Rulfo de Rivera Garza enuncia no solo esa modernidad de mediados de siglo de la que él es uno de sus agentes, sino que también es capaz de desplazarse a nuestro presente, a "aquello que no sab[emos] pero avizoramos". Rulfo incorpora el deseo sexual femenino como parte activa -aunque negada- de la modernización mexicana. Es también un Rulfo queer: "¿Dices que te llamas Doroteo?", pregunta Juan Preciado en Pedro Páramo. "Da lo mismo", es la respuesta, "aunque mi nombre sea Dorotea. Pero da lo mismo". Estos momentos de "intermitencia genérica" permitirían una lectura alternativa de "los cuerpos de la modernidad mexicana", al igual que otros momentos de sexualidad polimorfa: los hermanos incestuosos de Pedro Páramo, el niño de "Macario" obsesionado con los pechos de su nodriza, las congregantes de "características más bien viriles" de "Anacleto Morones". De los cuentos de Rivera Garza inspirados por Rulfo, me quedo con el intenso "Allá te comerán las turicatas", inspirado por la escena de los hermanos incestuosos en Pedro Páramo, a la que la autora vuelve una y otra vez y convierte en generadora de la escritura de su libro.

Como toda carta de amor que se respete, Había mucha neblina tiene sus exageraciones ("sólo un hombre de provincias, con esa atención desmedida ante su entorno, apegado hasta la médula a las cosas de la tierra, pudo haber traducido los murmullos cotidanos en pura escritura"), pero esas exageraciones son las que permiten las iluminaciones de la autora, que estallan en cada página, y el sublime final, con subida a la montaña y todo: "Nos desgastamos, es cierto, pero no para morir sino para vivir. Nos desgastamos no para llegar al punto del agotamiento, sino al punto de la devoción".

 

(La Tercera, 3 de enero 2017)

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3 de enero de 2017
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