Vicente Verdú
Los últimos gestos de “guerra fría” a cargo de Putin y el escudo antimisiles rebrotando desde Canadá a Hungría por parte de Bush, desdicen la más reciente y reluciente dirección del mundo. No llegarán, por tanto, muy lejos con sus preferencias.
Desde la caída del Muro de Berlín, en 1989, las nuevas invenciones tecnológicas y el estilo general de todos los cambios se han producido en una conquista horizontal. La Humanidad ha intentado mejorar ampliando la base de las comunicaciones reticulares y dilatando las ciencias destinadas a la vida. En lugar de continuar el modelo mortal y vertical, jerárquico y destructor, que introdujo el formidable trauma de las dos guerras mundiales, en la última década del siglo XX y lo que va del XXI ha crecido la existencia en forma de red y el avance general de la biología.
Lo extenso ha ganado a lo intenso, lo superficial a lo profundo, lo vitalista a lo trágico, el hedonismo al deber del sacrificio. La relevancia de estas categorías ha ido contribuyendo a experimentar la Humanidad como una amplia planicie y el mundo como un espacio para vivir una existencia más prolongada y rica.
La muerte sigue una metáfora vertical, hacia arriba o hacia abajo, según la fe o el nihilismo, pero la vida halla su gloria en la máxima ocupación de la superficie.
Tras la Segunda Guerra Mundial los asombros tecnológicos tuvieron relación con la exploración de otros planetas o con las armas galácticas para matar a los otros. En estos últimos años, sin embargo, las innovaciones se han plasmado en múltiples aparatos para la comunicación horizontal e interpersonal o en incontables soluciones celulares para salvar o reproducir vidas. Esta corriente basal mana y da carácter a la época. De modo que, tal y como se desprende de su pinta, Putin y Bush son ya zombis o siniestros fantasmas de otra época.