Vicente Verdú
Las películas de la TCM, producciones clásicas del cine, han despertado en mí y en otras una inesperada afición por las historias de amor.
Seguramente se trata de una época cinematográfica, entre los años 30 y 70 del siglo pasado, en que el cine, naturalmente, se relacionaba estrechamente con el mundo romántico. De hecho, la idea de “película” tenía que ver con la ilusión del corazón y el plan de “ir al cine” se asociaba casi directamente con un lance en algún cortejo.
El consentimiento de ella para ser nuestra pareja en el baile tenía correspondencia con que accediera a nuestra invitación para llevarla al cine. Las películas de romanos, de indios o de policías, formaban parte del surtido cinematográfico pero era extraño sentarse ante la pantalla y que el argumento no procurase, con cualquier motivo, una dulce historia de amor. Siendo niños nos perturbaban estos romances que lentificaban la acción bélica pero a las niñas siempre les pareció indispensable para reconocer interés a la sesión.
En el proceso de feminización que cursamos todos los hombres a partir de los 50 años -de acuerdo a la tesis marañoniana de las “edades críticas”- el amor regresa con enorme emoción. Pero, por añadidura, y esto se me presenta como sobresaliente sólo ahora, las historias de amor son infinitas, en número y en alcance, en intriga y en peculiaridad.
A primera vista podría creerse que tratan, fundamentalmente, de lo mismo pero “lo fundamentalmente” posee incontables entresijos por donde la totalidad de la condición humana se plasma y se ramifica, se enreda consigo y con el otro, lo que constituye, observado de cerca, una trama tupida y tan compleja como la que ocupa la vida entera de la microfísica y sin que la investigación científica se agote. El amor no es tan sólo querer al otro. Esto sería una tremenda simpleza. Se trata de una indagación total, biológica y psicológica, carnal y metafísica, en los invisibles postulados de la existencia. Si no existiera TCM me habría sido imposible descubrir, a estas alturas, el formidable panorama humano que sostiene a las películas de amor y el amor que sostiene el interés de estas películas que pasan sin cesar por la tele. Toda una imprevisible pasión soltera como sucedáneo del solsticio de pareja.