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Los tiempos del color mate

Por 8 de noviembre de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Vicente Verdú

En Europa ya se ven algunos automóviles con la pintura mate. El mate apareció sobre los armazones de las nuevas bicicletas deportivas y sobre las motos de alta cilindrada, pero, en los coches, el efecto mate supera a lo que sería una simple prueba estética, al lúdico aire de una moda o a cualquier otro recurso de novedad. El auto mate, y tanto más cuanto mayor es, conlleva un sombrío estado de ánimo. De hecho, comparado el impacto de este coche con el del automóvil brillante, y aún más con la pintura brillante y "perlada", implanta, como resultado equivalente, el duro contraste entre la frivolidad y el duelo.

Lo brillante es del orden del lujo, la lujuria y la fiesta mientras el mate remite a la capa de luto a secas, la muerte real. Exactamente, el negro acharolado es propio de los suntuosos automóviles de representación dentro de los cuales una autoridad política o financiera viaja e irradia poder simbólico a través de la carrocería fulgurante.

Los carros de combate, en cambio, las ambulancias de la guerra, los autobuses militares son mate de acuerdo con la funesta circunstancia por donde circulan. Si no fueran así, sus reflejos los delatarían y pronto serían exterminados por el enemigo. De parecida manera, los coches sin brillo, con una pátina de muda amargura, apagan la música jovial de lo que brilla.

No hay fenómeno social que, en cualquier época importante, no se refleje en el aspecto de las ropas y los objetos, en el arte o en la literatura. Y ¿cuál sería ahora la ecuación? Una secuencia en la que escribir imaginarios personajes para las novelas, cuadros bonitos para las paredes y arquitecturas fotogénicas para el marketing chocaría ominosamente contra la desventura social.

La crisis nos hace tristes, pobres y desolados, honestamente desesperanzados. De hecho, justo en un tiempo parecido al actual (considerando que nos hallamos en el centro de una inesperada III Guerra Mundial) Robert van Gelder, redactor de The New York Times, entrevistó a Stefan Zweig (1881-1942) para su periódico. Y el escritor dijo: "Estos meses [de 1940] han sido fatales para la producción literaria europea. La norma básica para todo trabajo creativo sigue siendo la concentración y jamás ha sido tan difícil de alcanzar para los artistas de Europa. Porque… ¿cómo concentrarse en medio de un terremoto moral?".

¿Cómo concentrarse en medio de esta hecatombe moral, corrupta y devastadora? Los libros que más entidad van teniendo en nuestros días son documentos, confesiones, diarios. Poca ficción o de poca calidad artística. Porque "¿qué significa la perfección artística en un momento así, cuando está en juego el destino de nuestro mundo real e individual?", exclamaba Zweig.

El propio destino del novelista vienés se saldó dos años después de estas declaraciones con su suicidio en Brasil. La gloria de Stefan Zweig, repleta de un extraordinario éxito literario por todo el mundo, fue insuficiente para sostener su ilusión para seguir viviendo en aquel tiempo de cenizas.

Ahora no se cuentan tantas bajas por armas de fuego como en la contienda bélica, pero los millones de parados, los miles de refugiados, los incontables pobres y desesperanzados desempeñan, no obstante, el papel de víctimas de esta nueva guerra cruel. La III Guerra Mundial donde nos hallamos no convierte en cascotes escombros, fábricas y comercios, simplemente los vacía de gentes al modo de la bomba de neutrones que afecta directamente al ser humano y no a la construcción.

Esta guerra mundial no se caracteriza ya por los hectólitros de sangre derramada sino por la pérdida a borbotones de la fe en los mandatarios y sus vacilantes propuestas hacia un mejor porvenir.

Los suicidios de padres de familia son relativamente pocos y numerables; lo incalculable es hoy el suicidio interior de familias enteras evisceradas de presente y de futuro laboral y cultural. El estrago afecta a la natalidad, a la fertilidad, al sentido de las cosas, a la salud, a la esperanza ahora muerta o mate.

Porque, en definitiva, ¿cómo revestirse de lentejuelas en el momento del desahucio o en pleno dominio de un creciente cementerio de excluidos, material y moralmente, que no niega la oportunidad de brillar o renacer?

 

(El País, 12 de octubre de 2013)

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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