Vicente Verdú
En el bachillerato, hace ya casi medio siglo, al deber del esfuerzo –que no la ética del esfuerzo, como se designa ahora- se añadía la admiración por lo difícil.
Así como ya, gradualmente, lo difícil ha adquirido un carácter demoníaco y anticuado, entonces se alzaba como un ideal perfecto.
Muchos renunciaban a las carreras de ciencias por ser difíciles y el grupo que se adentraba en ellas quedaba inmediatamente bañado por una luz.
Esta especialidad obtenía brillo del fulgor que, a su vez, desprendía lo difícil. Lo difícil se aproximaba a lo más angelical y, en general, a la idea de ser un elegido de Dios.
Dios nos escogía a través de una línea acerada que se representaba excelentemente en lo difícil.
El fino ojo de la aguja por el que tendrían que pasar los ricos para el reino de los cielos estaba diseñado mediante esa exigente inspiración.
Igualmente, los autores “difíciles” ganaban una mágica autoridad derivada de pertenecer al puñado de mentes signadas para lo sobrenatural y destinadas a crear nuevos conocimientos en la tierra. De la excepcionalidad de sus cabezas caería una o dos gotas de platino candente que fundiría el pensamiento común y ofrecería las condiciones precisas para otra aurora. El ideal de lo difícil se juntaba también con el miedo a lo difícil.
No con el temor a la “dificultad”, puesto que nuestra vida se trazaba como una milicia, sino el reverente temor a “lo difícil” que constituía una categoría incomparablemente exquisita y superior.
Vengo a esta memoria que otorgaba prestigio escolar a lo difícil tras recibir el fogonazo de dos palabras en el hermoso libro de Philip Blom referido a la elaboración de la Enciclopedia y a los percances personales de sus autores. Cada cual, desde el fino D´Alambert al descarado Rousseau, aporta su saber y su trabajo. Diderot, además, el gran eje laborioso de todo, regalaba su “ideal de lo difícil”. En este empeño, acaso ninguno renunció a tanto como lo hizo Diderot pero, a la vez, el peso de su frustración por no llegar a desarrollarse individualmente como artista, se corresponde con su incalculable pasión por lo difícil. Lo difícil asusta pero, simultáneamente, envicia, hace perder la libertad de la molicie. Lo difícil echa para atrás al medroso pero se perfila como el recto camino hacia la cima en la carrera del héroe o el loco.