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La transcosmética

Por 15 de junio de 2006 Sin comentarios

Vicente Verdú

Nota: Este blog no se publicó ayer debido a problemas con el operador de internet. Pedimos disculpas a los lectores.

Después de triunfar en Estados Unidos, Sudamérica y algunos otros países cristianos, llega a España el tuppersex, versión actualizada y transustanciada de las tradicionales reuniones caseras del tupperware. Lo característico de la reunión, entre mujeres y con la representante comercial de la marca, es ahora que en vez de ofrecer un surtido de recipientes para los alimentos se expende un muestrario de artilugios para disfrutar del sexo, desde vibradores a bolas chinas, desde lubricantes a supuestos lápices de labios para peripecias genitales. En el primer caso del tupperware se trataba de acentuar el carácter primoroso del ama de casa mientras en el segundo se trata de desarrollar el gusto por amarse a sí misma.

Mucho más que los hombres, las mujeres han dedicado una meticulosa atención a su cuerpo. Gracias al cuerpo podían tenerlo casi todo cuando no disponían de casi nada. Todavía hoy, las mujeres se miran a través de una mirada exterior que, sin duda, se funda en el panóptico masculino, el ojo cósmico por el que eran juzgadas y tasadas como objeto y de cuya sentencia se deducía un precio de implicación económica y social. El término cosmética, tan asociado a las mujeres, hace relación al cosmos. Las mujeres recurrían a la cosmética para acomodar su apariencia al gusto del varón que, a su vez, en pleno patriarcado se presentaba como el ordenador del mundo, el patrón del cosmos en vigor.

De esta larga y profunda historia permanecen aromas y sombras pero va siendo real la generación, mediante el género femenino, de otro universo en el que las mujeres no se atildan, adiestran y disponen para complacer al varón sino para complacerse. De este movimiento, necesariamente narcisista, nace el tuppersex.

La reunión de mujeres tupper habla de sus placeres sexuales no en relación a los jeribeques de los hombres sino respecto a los descubrimientos que hacen de su cuerpo y las posibles sensaciones que cabe obtener de él. Nunca se hizo nada parecido entre los machos. Los machos siempre lo eran en la medida en que gozaban de las mujeres y las hacían gozar. Lo masculino fue primordialmente transitivo. Pero algo y no poco ha indicado a través de los tiempos que no sucedía lo mismo entre las mujeres. La pasividad derivada de su subordinación se correlacionaba con su intransitividad, su frigidez, su soledad, la conspicua instrumentación de su cuerpo y la negación de sus concupiscentes festines.

Ahora, tras las igualaciones en numerosos ámbitos, sería lógico que llegara también la igualación en la transitividad. Y, sin embargo, aún habiéndose trastornado mucho los viejos modelos, la asimetría persiste. Persiste, quién puede dudarlo, un residuo femenino de rencor interior, una pasividad guardada para sí o para ser compartida con otras mujeres. Nunca esa dosis de pasividad deliberada y seleccionada se hallará a disposición de los hombres y no pocos son conscientes de ello siendo eróticamente espabilados.

Ahora es más fácil lograr la activa incorporación de la mujer a los intercambios sexuales pero, aún así, bastan algunos indicios para caer en la cuenta de que el tradicional y reaccionario "misterio femenino" ha evolucionado hacia una suerte de exquisito secreto para cuya delectación no basta la más rica lujuria masculina ni tampoco ningún amante, por experimentado que sea. El tuppersex representa ahora la nueva barrera del sexo. Se trata de una congregación sellada, femenina y neoclandestina. Sus conversaciones pueden traducirse pero el significado de la reunión, claro que no.

Los hombres entran y salen, con mayor o menor rubor en los sex-shops puesto que los sex-shops son comercios abiertos; expuestos al público. Los tuppersex son, en cambio, centros privados, caseros, y los pequeños artilugios que se adquieren allí o las experiencias que se intercambian no incluyen centralmente – al modo de las procacidades entre amigotes- los pormenores del sexo ajeno sino del propio. El eje deja de ser el falo o su cultura. El tuppersex constituye la primera célula activista de una impensada revolución. No la revuelta agresiva y acalorada feminista sino, sencillamente, la revolución silenciosa del cosmos. El nacimiento vaginal de la transcosmética.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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