
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
En El País aparece hoy una información sobre la PDI o pizarra digital interactiva que poseen actualmente menos de una décima parte de las aulas españolas pero un 80% de las británicas. Esta pizarra se comporta como la pantalla de un ordenador táctil y coopera -no resuelve todo pero coopera mucho- a que el profesor y el alumno puedan alcanzar una comunicación más acorde con los sistemas de conocimiento y entretenimiento en los que se recrea y se ha instruido el alumno. Y, supuestamente, cada vez más, el mismo profesor joven. Aprender en vertical, desde la autoridad docente a la subordinación discente, desde una supuesta fuente elevada del saber cuya agua derramada abrevan los pupilos pertenece al paradigma de otro tiempo. El adolescente -o todos los menores de 22 años, nacidos en el mundo digital, el videojuego, la interacción sin fin determinado- son reacios a las órdenes absolutas y son, en cambio, muy propicios a las indicaciones. Las indicaciones que, desde luego, internet representa con sus incesantes links o las indicaciones personales que conforman la estructura de la amistad con sus mímesis y recomendaciones boca a boca. De esta naturaleza horizontal e interactiva del saber forma parte escolar la pizarra digital que viene a ser, cuando ingresa en el aula como si una nueva era se hubiera hospedado en ese espacio histórico. De la PDI deriva un nuevo modo de aprendizaje y simultáneamente una inédita relación profesor/alumno. A primera vista, la PDI parecería sólo un instrumento material pero es, en realidad, toda una orquesta de la mente.