
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Sumergidos en la globalización, ¿no es lo más consecuente que las grandes borrascas se conviertan en globales? Y, sumergidos en una larga y grave e inédita crisis mundial, ¿no es coherente que los destrozos sean prolongados y graves e insólitos?
Frente a la crisis de los mercados, la crisis de la meteorología, frente el mal que ha azotado socialmente al mundo, el mal que se manifiesta en vendavales y temporales mundiales, en inundaciones y nevadas que abaten pueblos y animales.
El tiempo se comporta como un poderoso protagonista que en plena a devastación económica toma a su vez el mando. El mal llama al mal como una horda a la otra, como una desdicha a la desventura.
El desastre financiero de estos años no ha hecho más que exponerse como un problema, anverso y reverso, de la liquidez. Y la liquidez de la Naturaleza en forma de olas gigantes y ríos desbordándose ha acudido evocada en su mismo ser por la repetición de la analogía.
Habitualmente vivimos en este mundo sin prestarle atención a la vida natural. La vida natural, pensamos, se las arregla a solas y naturalmente, sin artificios. Todos los enrevesados artificios delictivos o no delictivos que han expandido la crisis por todo el planeta, nada tienen que ver con el modo de ser de la Naturaleza que, como a los seres irracionales, no se le atribuye perversidad alguna. Y, sin embargo, ahora nos hallamos asaltados y encanallados por el encanallamiento de las isobaras, los inextricable pronósticos de los meteorólogos, confundidos ya por la sucesión de embates sucesivos que arrasan las costas y las riberas, los pueblos de montaña y los que se extienden al costado de las presas.
Somos, en fin, presas de una formidable maniobra que, como ha sucedido con la Gran Crisis, no entendemos. ¿A qué viene esta simultaneidad de catástrofes de fuego o agua, en Estados Unidos, Europa y Oceanía? En un lugar es todo agua, en el otro es todo fuego, en todos los puntos es la furia del viento, siendo el viento el elemento más diabólico que la Naturaleza posee.
El viento no se ve ni se toca. Sólo se oye o se siente su empuje como el de una invasión bárbara que ciega, una maldad ofuscada que sólo posee la voluntad de arrasar. Contra la inundación o el fuego hay patrullas que lo sofrenan. Frente al viento sólo cabe soportar. Igual exactamente que hemos sentido y seguimos sintiendo con la adversidad de la Gran Crisis. No hay manifestaciones, ni saqueos, ni cortes de cabezas, ni ejércitos de salvación.
No hay revolución, sólo resignación. ¿Podría concebirse pues una postura con mayor similitud a la que adoptamos frente a la tempestad? ¿y No se llamaba, de hecho, a la hecatombe económica "una tormenta perfecta"? He aquí pues su correlato natural. La Naturaleza dice a voces: "¡Ahora me toca a mí!".
La naturaleza sin mente de la Naturaleza no miente. Es puramente el mal. Éste, por antonomasia, MAL TIEMPO.