Vicente Verdú
Oí comentar a unas señoras que los hombres no ponen empeño en elegir cabalmente a sus esposas. Se limitan a sentirse atraídos sexualmente por ellas y respecto al tipo de personalidad deseable lo dejan en manos del azar. De ahí que resulte pertinente hablar de que éste o aquél “ha tenido suerte con ella” puesto que el buen resultado sobreviene por factores que en nada se relacionan con una ponderada elección y conocimiento previo.
Las mujeres, por el contrario, actuarían, incluso instintivamente, con mayor lucidez y aplomo. Serían más capaces para diagnosticar futuros comportamientos e incomparablemente perspicaces para sopesar las virtudes y deficiencias de su pareja tanto en cuanto amor recíproco como para, en su caso, la protección y cuidado del grupo familiar.
No deber entenderse con ello que las mujeres aciertan siempre o no sueñan nunca pero sí que, en su mayoría, cuando aman incluyen en este contenedor aspectos pragmáticos o funcionales de futuro que el hombre, en su mayoría, no toma en cuenta. Aunque debiera hacerlo.
Mujeres soñadoras existen y son encantadoras pero el encantamiento las aboca con demasiada frecuencia al extravío y al de su partenaire. Esta tipología femenina es las que especialmente alimenta los argumentos de las novelas y no sólo por las insólitas peripecias a que dan lugar sino porque ellas mismas, vocacionalmente, se realizan en este mundo en cuanto literatura.
Traspasadas de fantasías, las almas de estos personajes acogen el nacimiento de heroínas y mártires, albergan grandes pasiones y anticipables suicidios, finales abismales o falsas construcciones cuyo destino, tarde o temprano, se precipita en el caos general.
Una cantidad menor de mujeres prácticas y madres conspicuas en nuestros días contribuye, en parte, a explicar el fenómeno de uniones intensas y efímeras, más su veloz sustitución por otros episodios que prolongarán la cadena hasta cuajar en un eslabón más acorde con el aspecto del modelo tradicional. O, en definitiva, con el nudo conyugal de antes que sostenía principalmente la cimentación de la mujer fuerte y global.
El hombre iba y venía mientras ella basamentaba el grupo y amparaba su continuidad en proporción superior y decisiva. En ocasiones, a costa de su propia libertad y su fortuna.