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Matrimonios

Por 7 de febrero de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Me voy a casar. Siempre pensé que era una decisión reposada de gente estable. Pero a veces parece un deporte de alto riesgo.

Cuando anuncio que me caso, muchos amigos antes de felicitarme me preguntan “¿por qué?”. Hace unos años bebía todos los días hasta caerme muerto, y nadie me preguntaba por qué. Era normal. Por lo visto, el alcoholismo es un pasatiempo bastante más extendido que el matrimonio.

Los que sí se muestran fascinados son nuestros parientes mayores: los padres y tíos son tan felices que parece que son ellos los que se casan. Cuando se casó mi papá –que militaba en la izquierda latinoamericana de los años 70- se negó a imprimir invitaciones para la boda por considerarlo una espantosa señal de burguesía. Ahora, mi papá me ha pedido que le mande invitaciones para sus amigos. Y me ha regalado la corbata y los gemelos. Y ha empezado a preguntar cuándo le voy a dar un nieto.

Los mayores conservan una actitud hacia el matrimonio en vías de extinción. Una encuesta publicada por The New York Times establece que, por primera vez, el número de mujeres solas supera a las casadas. En 1950, las mujeres que vivían solas eran el 35%. En el 2000 aumentaron hasta el 49%. Y acaban de llegar al 51%. Como la mayoría de las cosas que ocurren en EE UU, la tendencia prefigura al resto del planeta.

En buena medida, la pérdida de popularidad del matrimonio se debe a las mujeres, para quienes el placer de la independencia es aún relativamente nuevo. Cuando estuve en Noruega, uno de los países más avanzados en temas de igualdad de género, muchas chicas me decían:

-Los noruegos jóvenes ya son los hijos de una generación de mujeres que valoraba la igualdad y los crió para ocuparse de las cosas de la casa y la familia. Como resultado, ahora los chicos quieren casarse y formar familias, y las que se oponen son las mujeres. La mayoría de nosotras sólo queremos echar un polvo. Son muy normales las relaciones de convivencia, pero el matrimonio implica una promesa de eternidad que las mujeres ya no quieren asumir.

En América Latina, los hombres aún sueñan con que una mujer diga eso. Pero en Noruega, como me dijo una amiga:

-La tasa de natalidad sólo se ha salvado porque el Estado financia a las parejas con hijos. La maternidad perjudica especialmente la carrera profesional de las mujeres, porque tenemos que dejar de trabajar durante el embarazo. El estado ha tenido que “sobornarnos” para que aceptemos formar familias.

Hay una excelente novela de John Updike llamada Parejas, en la que un grupo de matrimonios que vive en un pequeño pueblo empieza a hacer intercambios de parejas. En un momento, uno de ellos expresa sus reservas ante la posibilidad de dejar embarazada a su amante. Ella le responde que no hay riesgo, y le dice: “bienvenido al paraíso de la píldora”. La novela apareció en los años 60. En efecto, no es casualidad que las cifras de mujeres independientes se disparen a partir de los años 50. Con la llegada de los anticonceptivos, las mujeres descubrieron que somos bastante prescindibles.

Si se confirman las tendencias, el futuro estará plagado de hombres suplicando matrimonio a mujeres reacias. Tendremos que darles dinero para que se casen con nosotros. Tendremos que ocuparnos de la casa y llevarles sus cervezas mientras ven fútbol y eructan con sus amigotas. Tendremos que aguantar sus ronquidos en la cama cada vez que tratemos de hablar sobre nuestra relación. De momento, sin embargo, los hombres también son reacios. Yo empiezo a sospechar que casarme es lo más vanguardista y contracultural que he hecho en mi vida.   

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