Vicente Verdú
Por una facultad muy especial hay personas que es difícil de imaginar muertas. Todos morimos ante la imaginación excepto nosotros mismos y algunos personajes que poseen el don de no presagiar su desaparición nunca. Estos personajes pueden hallarse cerca de nosotros, como amigos famosos, repletos de energía y popularidad, o lejos, como figuras emblemáticas de un tiempo al que concedieron animación, novedad o polémica.
Hace una semana murió uno de ellos, Jean-Jacques Servan-Schreiber, un inmortal. Sus libros más vendidos se titulaban con la palabra “desafío”: El desafío americano, El desafío mundial. El desafío formaba parte de su planta física, de su actitud, de su actividad arrolladora. Fundó el semanario L´Express en 1953 como una publicación de nuevas ideas netas. Su pensamiento era también de esta elegante nitidez.
Si mantuvo durante años la energía y hasta la jovialidad retadora fue el efecto de su autoconfianza olímpica. De izquierdas, de derechas, de centro. No importa tanto la calificación de su posición política como la apostura de su pose.
En la insuperable manera de llevar corbata se asemejaba a Alain Delon y en la gesticulación política a John F. Kennedy. Todo ello a una escala menor en trascendencia pública o audiovisual pero igual en cuanto al encanto del estilo. De este modo pertenecía a la nómina de quienes no pueden morir de ningún modo, no les va la muerte por ningún lado.
De hecho, apenas ha llegado la noticia de su muerte se ha esfumado por entero porque su fortaleza se hallaba directamente auspiciada por una materia existencial sin fin. O lo que es lo mismo, por la conquista de un estatus vital/visual en cuyo cuadro completo no se percibía jamás un filo de muerte. ¿Cómo es que ha muerto? Ha muerto después de haber desaparecido largamente. Tras haber creado laboriosamente un suficiente vacío tras de sí, una amplia holgura donde, por fin, la muerte halló un paraje despejado para aterrizar y establecerse. Operación de preolvido y ardua, prolongada, constante y consistente, porque tanto Servan-Schreiber como Gina Lollobrigida como Kenneth Galbraith, como Santiago Carrillo y otros más no han habitado este mundo como visitantes sino como propietarios, no como pasajeros sino como firmes estaciones por donde cruzaban, de hecho, todos los demás.