Vicente Verdú
En el barrio de las galerías de arte de París, entre el Sena y Saint Germain des Près vi expuesta en un escaparate la lámpara de sobremesa "Diábolo", del diseñador francés Max Ingrand.
Se trata de una composición en vidrio y latón que combina de manera pecaminosa (diabólica) un grupo vertical de cuatro a seis triángulos tan calculadamente dispuestos que la memoria es impotente para recordar su orden y su concurso de luz. No posee la fragilidad del cristal sino la vulnerabilidad superior del equilibrio del Mal. La lámpara podría volar o hacerse añicos, mantenerse en pie o desaparecer como una visión inmortal. Y de esto me parece que habla expresamente su presencia. No es la mano ni la mente, ni la mesa de trabajo ni la experiencia del oficio quienes le dan entidad. La entidad o la identidad no procede a estas alturas (fue concebida cerca de 1960) de paternidad alguna. Existe como sujeto puro más que como objeto elaborado y de ahí procede su temible fascinación. Puede estar y no estar de acuerdo a su capricho puesto que ella entera es caprichosa desde la base al azimut.
Después de varias visitas a la tienda dijeron que había sólo cuatro ejemplares iguales repartidos por el mundo. ¿Todos en Francia? ¿Alguno en las islas Caimán? Al misterio de la lámpara lo acompañan dos factores más. Uno: que su autor, repetidamente premiado por sus diseños y director por un tiempo de la superfábrica de cristales Saint Gobain, el murió a los 60 años habiendo obtenido, entre otras distinciones, la de oficial de la Legión de Honor. Pero todo esto no es nada en su vida si se tiene en cuenta lo que viene después de ella. La lámpara, que medirá unos treinta y tantos centímetros, no está hecha con materiales nobles ni seminobles. Y posee, sin embargo, el honor de ser inasequible para el 95% de la humanidad. En esa tienda, Jacques Lacoste, en el número 12 de la rue de Seine la venden por 60.000 euros. Es el precio de su única unidad localizable. La unidad es pues así la santísima condensación del deseo y la síntesis extrema de la maldita belleza. Una síntesis tan particular, que su estética bien podría significar el alma oculta del autor y su martirio. O bien, llevando el precio carísimo a la máxima estima, el artículo sería una molécula del mismísimo diablo reproduciendo su amor.