
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Hay frases de gran contundencia que jamás deberían pronunciarse. Convocan los miedos que aparentan conjurar. Contienen la negación de lo que enuncian. Sobre todo cuando salen de boca de un político al que la realidad desmiente habitualmente en sus palabras, sus programas y sus promesas. Decir que el euro es irreversible suena a oración para pedir la lluvia. Cuanto más se repite, como si fueran los misterios de dolor del santo rosario europeísta, más plástica se nos hace la negra e indeseable imagen de una Europa sin euro y un mundo sin Europa. Menos convincente suena, por tanto. Peor aún si lo dice quien ha declarado que está dispuesto a desmentirse y a incumplir sus promesas tantas veces como haga falta con tal de salir de la crisis. Todos le hemos entendido perfectamente: el euro es mortal y se nos puede morir en los brazos en los próximos días.
La cumbre europea de hoy y mañana tiene el encargo de evitarlo. Pero mentalmente ya hemos entrado en territorio desconocido. La reunión de los jefes de Gobierno y de Estado de los 27 trabajará presionada por esta perspectiva sin euro que hay que evitar a toda costa. Y no serán precisamente los países intervenidos y rescatados o en trance de serlo, cinco ya de los 17 miembros del euro, los que más la notarán. Sobre ellos actuó en su día el miedo al rescate y a los interventores hombres de negro, aunque fuera y siga siendo a cámara lenta y en formato de efectos diferidos como en España, donde han pasado 15 días desde que se anunció que se pediría hasta que se ha pedido efectivamente. Pero sobre los otros lo que actúa es el temor al regreso de las monedas nacionales, que significaría la aparición automática de barreras cambiarias y comerciales, el cuarteamiento del mercado único y el hundimiento del entero proyecto de Unión Europea.
No es extraño por tanto que en las últimas horas las fábricas europeas de papeles, manifiestos, artículos y estudios de urgencia no den abasto para dar con la fórmula que abra el grifo a los eurobonos, la solidaridad salvadora, la unión de transferencias hasta ahora prohibida por Alemania, y garantice a la vez la austeridad, el control y la responsabilidad que exige Angela Merkel. De hecho, se llega hoy a la cumbre con ideas de sobra sobre cómo organizar la supervisión bancaria europea, mutualizar la deuda sin premiar el descontrol del gasto y combinar las políticas de ajuste fiscal con los estímulos al crecimiento. El problema es que muy pocas de estas ideas son de aplicación inmediata y mucho menos de eficacia probada a la hora de aplacar la apuesta de los mercados en favor de la mortalidad del euro. La canciller alemana, además, rechaza todo compromiso que cambie el orden de los factores en la ecuación salvadora: primero deben crearse los sistemas de control y responsabilidad y solo después llegará la mutualización de la deuda. Aparentemente no se siente presionada por el temor a la muerte del euro.
Vistas así las cosas parece claro que la cumbre pende de un hilo. Hay que sumar luego los habituales intereses de cada uno de los países de mayor peso. Reino Unido se descolgó del Pacto Fiscal en diciembre y teme los acuerdos que puedan afectar a su banca, a la plaza financiera de Londres e incluso a su participación en el mercado único. Francia prefiere dilatar las cesiones de soberanía y eludir las políticas de rigor o las reformas de su Estado de bienestar y su mercado de trabajo. La tozudez de la canciller Merkel ha quedado acuñada en una frase con futuro: no habrá eurobonos "solange Ich lebe", mientras yo viva.
El semanario Der Spiegel, en consulta con expertos bancarios, echa las cuentas de la catástrofe. Para el conjunto de la UE la defunción del euro llevaría a una caída del 12 por ciento de la producción. La industria exportadora alemana quedaría gravemente tocada por la caída de ventas a los países periféricos que devaluarían su divisa entre un 20 y un 40 por ciento. Los bancos europeos, y especialmente los alemanes, experimentarían también pérdidas enormes por los riesgos contraídos en los países periféricos. Lo mismo sucedería con las pérdidas que podría generar el impago de las deudas soberanas en el Bundesbank, directamente por 700.000 millones, e indirectamente por la parte de los 200.000 millones comprados por el Banco Central Europeo. Der Spiegel asegura que el sistema de pensiones alemán quedaría también afectado. La economía alemana se encogería un 10 por ciento y superaría rápidamente los cinco millones de parados, según un informe confidencial del ministerio de Finanzas citado por el semanario. "Los funcionarios están tan horrorizados por las conclusiones que han preferido mantener sus análisis bajo confidencialidad", asegura el semanario. Y añade: "Comparados con estos escenarios, el rescate, por costoso que sea, es un mal menor".
Para salvar al euro lo primero que hay que saber, y decir, es que la moneda única europea, como todo en este mundo, es mortal y luego que puede perecer mañana si nadie la cuida ni se ocupa de ella.