Vicente Verdú
La visita a Helsinki fue tan breve que solo nos permitió admirar las obras de Alvar Aalto. O diciéndolo de otra manera, la visita a las obras de Alvar Aalto fue tan admirativa que el desembarco en Helsinki nos pareció muy corto. En España se cuentan por decenas los buenos arquitectos que tienen algo de Alvar Aalto (1898-1976) o han pretendido su contagio profesional. No un contagio atufante o virulento al modo que podría producir un Calatrava o un Gehry. El contagio de Aalto siempre confiere salud, afina el propio juicio estético y, si no hace cambiar aparatosamente las convicciones sustantivas, añade a la sustancia la impagable levadura de la elegancia.
Ojalá la mayor parte de los arquitectos que proyectan no ya para los ricos y famosos sino para los clientes de las VPO recibieran esta inspiración poética y meticulosa con que Aalto trata las formas y los materiales.
Como norma general parece establecido que los ricos disfrutan el privilegio de poseer cosas bellas y los más pobres las muy feas. La belleza se relaciona maquinalmente con lo caro y el adefesio con lo que es más barato. Por si hiciera falta refutar esta creencia, Aalto ofrece ejemplos de todos los órdenes, desde la escala de un apartamento a la de un vaso, desde una escalera a una butaca. Sillas con el diseño de Aalto se venden en Ikea y cada vez más. Ikea es sueca y Aalto finlandés, con lo que parecería un obvio contagio vecinal. Pero es más. Ikea ha arrasado en el mercado del mueble barato no solo por valer poco dinero sino por valer formalmente más.
Hay familias pobres que visten con elegancia y mujeres de pueblo que crean estilo en la región. Es más: actualmente las tendencias de la moda arrancan de los márgenes y como decía el diseñador Alexander McQueen "es acaso cruel decirlo pero lo más atractivo en la actualidad se encuentra en la ropa de los proletarios". De los obreros de la construcción, de los camioneros, los estibadores y los clochards, sin contar con los presidiarios, los drogadictos de barrio o los mendigos, que han creado lo mas cool en casi todos los órdenes. Es cruel decirlo pero es ya lugar común. Parece una indignidad aceptarlo pero induce a dudar de que el referente estético se encuentre tan solo en los altos ambientes multimillonarios. Este crucero donde me encuentro todavía en el Báltico es una grandilocuente parodia del gusto rico. Hecho a imagen y semejanza de lo que apreciaría, con otras condiciones materiales, el nuevo rico, y para remedar, en esta rasa fantasía lujosa de surcar los mares con balcón al mar, lo grotesco de la hermosura trufada en oros.
Alvar Aalto es su fino revés. El latón frente al metal precioso, la cerámica popular frente al lapislázuli o la malaquita. A primera vista todo parece fácil y hacedero, simple y consecuente con la idea de un sencillo profano que buscara sensata y honradamente satisfacer su necesidad de bienestar. Llevar a cabo ese diseño es, indudablemente, delicado. Pero ¿por qué las escuelas no difunden este conocimiento que a fin de cuentas no será de ningún modo más arduo que la electrónica o la física nuclear? Y más todavía: ¿por qué esta manera de procurar el gozo de relacionarse con el espacio y sus objetos no pasa a ser parte del estado general del bienestar? No es suficiente ofrecer viviendas baratas para los trabajadores. El objetivo realmente social sería dignificarlos mediante la procuración de hogares donde, a la fuerza, su cuerpo y su alma mejorarían fundamentalmente y desde ellos, como desde los márgenes de moda, se extendería una tendencia amplia y arrolladora sobre el nuevo sentido estético y moral de la ciudad.