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El muerto

Por 9 de junio de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

El panteón de Xoco, en el distrito mexiquense de Coyoacán, ocupa 25 mil metros cuadrados repartidos entre 6 mil sepulcros. El 1 de noviembre, fiesta de todos los santos, el panteón se llena de familiares armados con baldes y trapos que vienen a limpiar y arreglar las tumbas de sus seres queridos. Pero durante todo el año, los ocupantes del cementerio ostentan rosas, tulipanes y cempoazúchitl, como para alegrarse un poco la muerte.

-¿Vienes todos los días?
-No, sólo cuando tengo ganas de conversar con Miguel.

La mujer con que hablo es una morena muy guapa de unos cuarenta años. Su esposo Miguel está enterrado cerca de una de las esquinas del cementerio, en una pulcra tumba decorada con claveles que ella visita con suficiente frecuencia para mantenerlos frescos. El epitafio dice “Algo de ti se queda con nosotros”.

-¿Todos tus parientes están enterrados aquí?
-No, pero mejor. Así puedo visitar varios cementerios.
-Como paseo de fin de semana es un poco raro ¿no?
-No. En esta ciudad, los únicos lugares tranquilos son los panteones.

Dora –así se llama la mujer- disfruta paseando entre los mausoleos. Yo no me había fijado pero son como casas, incluyen hasta artículos de uso diario: uno tiene una grabadora y los discos favoritos de su dueño, en una vitrina cerrada para que nadie los robe. Otro tiene una botella de tequila refinado. En otro, que por lo visto era muy futbolero, hay una pelota esculpida en mármol. También los epitafios resumen la vida de los muertos. En la lápida de un niño se lee la siguiente inscripción: “faltaba alegría en el cielo y se llevó la nuestra”.

-¿Y qué te dice Miguel cuando hablas con él?
-Pus que me anime. Es que siempre le cuento lo que va mal: que si mi jefe no me deja en paz, que si no llego a fin de mes…
-¿Y no tienen conversaciones más animadas?
-Pus no. Es que está muerto.
-Ya.

Aunque este cementerio sea católico, las 14 mil personas que lo visitan el día de muertos perpetúan una tradición pagana precolombina. A principios de noviembre terminaba la escasez y comenzaba la temporada de la cosecha. Entonces, el espíritu se encaminaba por el sendero de los dioses. Uno de esos dioses era Mictlantecuhtli, “señor de la región de los muertos”, cuyo reino, para los ancestros de los mexicanos, no constituía el fin de la vida, sino su complemento necesario para alcanzar la trascendencia. A esa región oscura se dedicaban y aún se dedican altares con sal, vino y alimentos, espejos para purificar el alma del muerto, agua bendita para saciar su sed, calaveras de azúcar, caricaturas de la muerte. El advenimiento del catolicismo no detuvo esa cultura de la muerte, apenas le puso un vestido nuevo.

-¿Y cómo murió Miguel?
-En un accidente de tráfico. La camioneta se volcó y se salió del camino.

Dora pasa un trapo húmedo por la lápida. Sus mejillas también están húmedas. Miro para otro lado. Supongo que quiere un poco de intimidad. Ni siquiera vuelvo a verla cuando le pregunto:

-¿Y dónde estabas tú cuando murió?
-Yo conducía la camioneta.
-Debe haber sido muy duro ver morir a tu esposo. Lo siento.

Dora no responde. Me vuelvo hacia la tumba pero ahí ya no hay nadie. Ni rastro del trapo, ni de las flores. Sólo el epitafio: “Algo de ti se queda con nosotros”.

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