Marcelo Figueras
Voy a cometer un sacrilegio.
Estaba husmeando en el site de Harry Knowles, Ain’t It Cool News, como hago al menos un par de veces por semana en busca de información sobre la clase de películas que más disfruto. (Fantasía, acción, ciencia ficción: ¡lo anti-Cannes!) Y encontré un par de comentarios sobre la nueva película de Martin Scorsese, The Departed. Es verdad que no se los puede tomar muy en serio, dado que han sido sugeridos por la visión de una película que aún no está terminada: se trata de esas exhibiciones a modo de test o work in progress a que los norteamericanos son tan afectos. Pero de todas formas los comentarios no eran alentadores, lo cual trajo a mi mente una pregunta que me ronda desde hace tiempo: ¿será que Scorsese está acabado, como sugieren sus últimas películas?
Antes de que se desgarren las vestiduras, déjenme decir que Scorsese fue uno de mis directores predilectos durante décadas. A lo largo de mi carrera he entrevistado a mucha gente talentosa, pero Scorsese es el único con quien me saqué una foto. (Está muy buena, sobre todo porque parezco altísimo a su lado.) Películas como Taxi Driver y El toro salvaje forman parte de mi lista de favoritas de todos los tiempos. Cuando quedó claro que no estrenarían en la Argentina La última tentación de Cristo, me tomé un barco y fui a verla a Montevideo. Terminé de leer la novela original de Nikos Kazantzakis durante el viaje. La excursión valió la pena. En la puerta del cine todavía estaban las manchas rojas que había dejado la pintura arrojada por un ortodoxo enfurecido.
Pero desde Goodfellas, que quizás sea su última gran película, tengo la persistente sensación de que Scorsese perdió el rumbo. Es verdad que en todas sus obras subsecuentes hay grandes momentos, desde Cape Fear hasta Gangs of New York. (Mi subconsciente me traiciona, acabo de dejar a The Aviator fuera de la lista. Es una película tan inconsistente, que la vi tan sólo para olvidarla inmediatamente.) Pero se trata de secuencias aisladas, o de placeres marginales dentro de las películas: la reutilización de la música de Bernard Hermann en Cape Fear, la actuación de Daniel Day-Lewis en Gangs –devorándose a Di Caprio y escupiendo sus huesitos. Como relatos completos, ninguna de las películas posteriores a Goodfellas me convenció de verdad.
Es verdad que sigue siendo un maestro de la narrativa. No hace falta que yo diga que Scorsese es un apasionado del cine hasta la locura, puesto que su pasión es vox populi, aunque puedo agregar mi perlita personal: cuando lo entrevisté en Venecia, en ocasión de la exhibición de La edad de la inocencia, me preguntó de qué país venía. Respondí que era argentino y le brillaron los ojos al decir: “Uh, justo antes de venir estuve viendo La casa del ángel”. ¡Scorsese es tan enfermo del cine, que hasta es experto en las películas de Leopoldo Torre Nilsson!
Lo que quiero decir es que su maestría en el arte de narrar se ha visto deslucida, creo, desde que dejó de tener claro qué quería contar. Alguna vez comenté en voz alta que sus mejores películas eran las que tenían guión de Paul Schrader, y Marcelo Piñeyro me tiró por la cabeza Goodfellas, La edad de la inocencia, Casino… Ninguno de los dos está del todo equivocado. (En el fondo se trataba de una discusión gremial: yo defendía al guionista y Piñeyro al director.) Esas películas de las que hablaba Marcelo están buenas de verdad, pero a la vez evidencian el paulatino ausentarse de Scorsese del centro de sus propios relatos. Henry Hill, el personaje central de Goodfellas, representa la última vez que el corazón de Scorsese ha estado junto a su protagonista. A partir de La edad de la inocencia se convirtió cada vez más en un observador distante y desapasionado, lo cual es grave, dado que Scorsese nunca fue un narrador particularmente emocional. Desde entonces me quedo afuera de todas sus películas, aún las que narran pasiones exorbitantes como las que informan Gangs of New York.
Me temo que The Departed, que es remake de una película de género policial llamada Infernal Affairs, no marcará precisamente el regreso del mejor Scorsese. (A lo sumo significará el regreso del mejor Tarantino.) Ojalá no terminen haciendo lo de siempre, y dándole el Oscar que tanto tiempo le han negado injustamente para celebrar una de sus películas menores.
Está claro que Scorsese ya entró en la historia, y que no necesita hacer más nada de lo que ya hizo para asegurarse la gloria. Pero ocurre que lo extraño, en este mundo que se ha vuelto tan amarrete en materia de cineastas geniales.