Vicente Verdú
El paso del entusiasmo a la decepción nunca adquiere mayor velocidad que en la transición del enamoramiento al desenamoramiento. Sin duda porque un extremo se logra por evaporación y el segundo por un súbito descenso del termómetro.
Basta una fracción en la temperatura para que el aura se precipite, basta el paso del tiempo, el cambio de tiempo, para que la atmósfera se diluya o simplifique.
La inestabilidad es la regla de los estados líquidos y en la dinámica de los líquidos figura una constelación donde se representa la peripecia general del mundo.
La Naturaleza, como el espíritu, es un continuo de composiciones líquidas y almas flotantes (almas en pena, almas en vigilia).
De cuando en cuando una viscosidad se parece a la solidez y basta esperar unos momentos para asistir a su metamorfosis.
Los animales, vivos o muertos, las plantas o el reino animal, habitan en el ámbito de la alteración. O, como en el enamoramiento, viven en la alteridad misma.
Pero la alteración en la alteridad o viceversa es igual a un estadio de movilidad permanente, inestabilidad en la transformación, duración en traslación, identidad en el cambio.
¿Lo estático? ¿Lo estable? Ni siquiera la muerte es capaz de representarlo. Más allá de un fin nace un principio, más allá de un término asoma una bella enfermedad y al cabo de la nueva salud llamea el fragor de otra hoguera.