Vicente Verdú
Entre un jefe amigo y un amigo jefe, siempre prevalece, dentro de la empresa, el jefe. Es como en los negocios, siempre predomina el sujeto negociante sobre el sujeto amante (o amado) cuando se hace el trato.
Puede parecer que los cargos, las profesiones, las encomiendas son sólo disfraces pero también aquí la vestidura social confiere investidura y, al cabo, decide en los comportamientos.
Una y otra vez nos asombramos que el juez, el director, el policía, sea capaz de olvidar nuestra amistad de toda la vida para comportarse de acuerdo a un reglamento. Nos desconcierta que la regla sea más importante que la voz del corazón pero se observará, una y otra vez, que las cosas son de este modo cruel y para bien, precisamente, de la justicia, la igualdad y el orden. Las normas que la sociedad se otorga para funcionar con justicia, orden y ecuanimidad (humanas) establecen esta terminante escisión de la personalidad que no es tanto la escisión de los sentimientos inmediatos y de los sentimientos mediatos. Los sentimientos mediatizados por una función nos protegen en conjunto de una caótica orgía que llevaría tanto a la perversión como la delicuescencia.
Para darse cuenta de qué modo no obrar en atención al cargo, lleva al desorden, el caos o la delicuescencia, basta atender a las muchas corrupciones, cada vez más frecuentes, en las que caen concejales, ministros, catedráticos y diputados. Caen en el pecado del amiguismo no ya por interés propio ni por la codicia posible del soborno, sino por simples inclinaciones amorosas o nepotistas. En efecto, dentro del nepotismo cabe distinguir diversos grados de prevaricación pero en la medida en que una partícula nepótica se cuela en la relación, la vida comunitaria tiende a perder salud. Y, encima, como las pestes, estos virus nepóticos se contagian con una facilidad y celeridad de tal grado que la pandemia sería aún mayor en empresas, gobiernos, parlamentos, colegios y vestuarios si las respectivas funciones no actuaran como blindajes que separan la enteca responsabilidad del pringoso amor, la firme ley de la blanda lenidad, la severa justicia de la compasiva tolerancia.