Vicente Verdú
Long tail, cola larga, ha sido acaso el mayor éxito en frases cortas de los dos últimos años en los entornos de Silicon Valley. No se refiere propiamente a la informática sino a sus muchas prolongaciones secundarias, su capacidad para crear colas o estelas de diferentes especies.
La expresión proviene del título de un artículo firmado por el editor y redactor jefe de la revista Wired, Chris Anderson, en 2004. Pero ahora acaba de aparecer el desarrollo de la idea en un libro titulado The Long Tail: Why the Future of Business is Selling Less of More.
En efecto, ¿por qué el futuro de los negocios no será también vender menos de más items? La respuesta se encuentra en Internet y, en buena medida, gracias a la incansable tarea de los incalculables bloggers.
Lanzar un producto estrella y recaudar miles de millones continua siendo el sueño de las empresas. Lo nuevo consiste en que los meticulosos y personalizados procedimientos posibles, gracias al contacto persona a persona o grupúsculo a grupúsculo a través de la red, favorecen la ocasión para demandas y consumos seleccionados con tino, difundidos en menor número de unidades pero que, sumados todos, componen un potencial de notable importancia comercial.
Empresas como Ecast o Amazon.com venden éxitos a grandes escalas pero simultáneamente están atendiendo múltiples peticiones que, fuera del best seller, interesan a una multitud sin el clamor de la aglomeración. Atender a este número de clientes que aumenta día tras día resulta tan hacedero actualmente que la empresa encuentra una rentabilidad de long tail y largo alcance. Puede que los títulos solicitados no se encuentren en los anaqueles de los centros comerciales pero pueden hallarse en los almacenes, prestos para ser remitidos o prestos para ser producidos.
Este mundo de partículas que forma una nube larga corre en paralelo al cuerpo central del producto estrella. O bien: al lado de la la explosión gigantesca del Código da Vinci pulula un ejército de millones de enanos elegidos a mano, obtenidos boca a boca, ponderados tras un intercambio de consejos y comentarios personales en red.
La long tail no puede llamarse más humana que el hit puesto que la congregación masiva desprende un tufo humanoide, inconfundiblemente nuestro. Pero se trata, no obstante, del origen de una comunidad inaugural donde los sujetos se liberan de los cataclismos del fenómeno de consumo de masas y ensayan, con delectación y semiclandestinidad, relaciones más íntimas con la música, los libros o las desconocidas marcas de camisetas.
La posibilidad de que los componentes de esta población cibernética que puede adquirir con parecida facilidad una película de Steven Spielberg que otra de Saani Taraporevala, un éxito de ayer u otro de hace medio siglo, abre la senda a un futuro más colorista y divertido, interesante y diverso. La publicidad convencional continúa con sus grandes campañas globales pero en los semisótanos, al modo de la subversión profética de la catacumba, los blogs difunden –pueden difundir- un disfrute alternativo, una información, un asesoramiento o una melodía de sustitución. Y todo ello, además, desarrollándose una impensada actividad de periodista, de escritor, de crítico o "correveidile" en multitud de personas que teclean no ya con la oscura voluptuosidad narcisista sino con el soleado gozo de la generosidad y la participación.