Jean-François Fogel
No sé nada de fútbol. No hay manera de esconder mi ignorancia. Mantuve un silencio total durante el Mundial. Pero me corresponde intervenir hoy, en el momento en que las secciones de deportes de los periódicos franceses se convierten en cursos de lingüística. En este momento, Francia, que se hunde en una tristeza real, tiene un solo problema: saber lo que el jugador italiano Marco Materazzi ha dicho a Zinedine Zidane, lo que provocó el cabezazo del jugador francés.
Perder en la cancha es una cosa. Desconocer las palabras que provocaron el principio de la derrota es otra cosa. Es algo insoportable para la prensa francesa, que revisa sus opciones en una recopilación internacional de insultos. El sitio de The Guardian dice que las palabras han sido “terrorista” o “árabe terrorista” –una solución que puede ser entregada a los lectores inmigrantes de los suburbios. Para The Independent era una sabrosa mezcla de insultos hacia Argelia y especialmente a Kabila (de donde procede la familia del jugador francés) y acusaciones de dopaje con esteroides –visión mas internacional e informada para lectores de la prensa de élite. La TV Globo de Brasil, citada en todas partes, dice ahora apoyándose en lecturas de labios, que Materazzi calificó de “prostituta” a la hermana de Zidane –claro que ya estamos en una telenovela. “Fue algo muy serio”, afirmó Alain Micagliacco, el agente del capitán francés, a la BBC.
Nunca habrá un insulto que acabe con el problema que tiene que resolver la prensa francesa: ¿Cómo explicar la ruptura de un ídolo que se construyó de manera continua, hasta olvidar que el jugador tenía en su pasado una obvia dificultad para controlar sus nervios? Zidane sobraba en la prensa como en la publicidad durante el Mundial, pero no había manera de detener lo que el público pedía.
La historia de su cabezazo me obligó a buscar entre mis libros. En The Ring Lardner Reader, que publicó la editorial Scribners, encontré el cuento que recordaba. Su título: “Champion”. Es la historia de un boxeador, Midge Kelly, un ser despreciable que roba a su hermano minusválido, se olvida de su esposa y traiciona a su entorno por dinero. Pero Midge Kelly sabe boxear y su boxeo complace al público. Al final del cuento, cuando el deportista llega a la fama, un periódico publica un gran reportaje sobre su vida: buen chico, dedicado a su deporte y con su pundonor. ¿Qué habría ocurrido si el editor de deportes del diario se hubiera enterado de la verdad? pregunta Lardner al final. Y entrega la respuesta del periodista: “Publicar eso habría sido un problema para nosotros. La gente no quiere verle destrozado: él es el campeón”.
El problema es que lo que se ha visto en la pantalla, no corresponde a lo que se escribió antes. Por eso ahora la búsqueda de las palabras es frenética. Y no se puede decir lo que es muy común: los ganadores tienen mala leche. Así ganan. Y a veces pierden.