
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Cada dos por tres, veo a mi alrededor que la gente es despedida del trabajo. Jefes-persona se encuentran en la encrucijada de echar a la calle a subordinados-persona. Y los despiden.
Cada día se despide con mayor facilidad o velocidad y los despedidos se resignan ante la máxima fatalidad con mansedumbre. El despido, la jubilación anticipada, la autoreducción de salarios y los tiempos de trabajo, van creando un entorno desde la empresa a la desocupación y desde la desocupación al desconcierto de una blandura proverbial. Afuera los desempleados crean un anonimato tembloroso y dentro de la organización la creciente disminución del personal, reduce el tamaño y la calidad de las tareas, achica las series del producto y la seriedad misma de su producción. Adentro y afuera la lasitud rodea la sociedad como la enfermedad desmadeja la musculatura de un cuerpo y adviene una dejadez general. Dejadez general.
La época de la crisis se identifica con este estadio de blando abandono laboral, abandono del conocimiento, desligamiento de los centros, aplazamientos del reclamo publicitario, silencio de lo nuevo, resistencia a la siguiente adversidad. Cuando esta adversidad, sin embargo, vuelve a arreciar la secuencia se repite para empeorar y así la corola de lasitud que circunda el volumen del planeta tiende a permear en su interior. El mundo se ablanda desde el exterior al interior, el mundo se anega de miseria, se descompone en su debilidad. Envejece el mundo a través de la gradual inconsistencia de sus carnes y ya el sexo, incluso el sexo, viene a ser infantiloide, pueril, fláccido, inhábil y el despido se vuelve el factor que va parándolo todo, conduciendo hacia la asíntota de la deflación.