Sergio Ramírez
Luego, tras los primeros momentos de arrebato justiciero, la revolución cedió ante el peso de la ideología, y los esquemas del partido hegemónico, contrario al pluralismo político inicialmente proclamado, empezaron a imponerse, para buscar el ejemplo de las estructuras políticas y militares de la revolución cubana, y el alineamiento con el campo soviético, sobre todo cuando se declaró en el país la guerra de los contras auspiciados por la administración Reagan, lo que provocó que Nicaragua se convirtiera en campo de confrontación de la guerra fría. Y veinte mil muertos más.
La reforma agraria, la alfabetización universal, la creación de un sistema de salud justo, que fueron pilares iniciales de la transformación revolucionaria, se frustraron en el camino, y tuvieron luego efectos regresivos. El país se dividió con la guerra, atizada por la confrontación ideológica, y la guerra de los contras se convirtió en una verdadera guerra civil, destructiva y letal para miles de campesinos de uno y otro bando.
Y si algo sobrevivió, pese a todo, fue el sistema político democrático, con el derecho a elegir, que el mismo sandinismo que había triunfado con las armas, probó con su derrota en las urnas en 1990. De esta manera, la democracia, que no era prioridad de la revolución frente a las transformaciones sociales, pasó a ser su mejor divisa al imponerse las circunstancias de la guerra; pues las elecciones eran el único camino a la paz.
Hoy, el Frente Sandinista en el poder con Daniel Ortega, no hay una segunda parte de la revolución que triunfó en 1979, sino un régimen que lejos de todo idealismo, ensaya otra vez mecanismos de poder familiar a largo plazo, como en el pasado. Y el país entra de nuevo en la vieja repetición viciosa de su historia.