Vicente Verdú
El fracaso ha inspirado los mayores éxitos morales, artísticos, vitales, empresariales. Con toda la atracción que posee el éxito, de ningún modo debe aceptarse su superioridad benéfica y sustancial sobre el fracaso. De manera exacta, el éxito tiende a ser infértil mientras que el fracaso propiciaría, siendo bien atendido, la máxima fecundidad. Una inmensa parte de las historias ilustres son un desarrollo de ese punto cruel en que la trayectoria predeterminada se trunca y de tal rotura (fracasser: romper) se crea una holgura que permite ver con una insólita claridad la opción más idónea. Una nueva opción, nunca antes considerada, que dará lugar más tarde a la genuina felicidad profesional, al acierto en la ciudad de residencia, al triunfo en la elección de una pareja.
Cada fracaso parece así presentarse como una explosión con un código bajo el brazo que será preciso leer con inteligencia y precisión para ponderar la impensada ruta que sugiere.
El éxito suele ser una estación de arriba y, por el contrario, todo fracaso se alza como un posible y esclarecedor punto de partida. Lo que se quiebra en la antigua dirección promueve otra opción sorpresa y con ella una reflexión más madura sobre la significación en general.
Muchas de las afortunadas causalidades de la vida brotaron de los escombros de un fracaso. Cuando parecía que aquello era el fin vimos que en su seno se insinuaba un principio y tan luminoso que la adversidad se comportó, al fin, como una bendición y la contrariedad en un refuerzo de nuestras energías. Unas veces para guiarlas hacia la reconquista de aquella misma meta pero otras para replantearse el viaje, levantar la vista y otear un horizonte diferente, incomparablemente más gozoso y acorde con nuestra auténtica voluntad. El mal nunca es malo al cien por cien. Moriría por autoenvenenamiento. Todo mal posee una punta de incierta luz capaz de crear lo más impensable. Todo aquello que, en suma, no se piensa cuando se considera el mal como un sólido bloque infausto y no se percibe que en su masa pervive una brasa de la que puede deducirse una llamada, una llama, una gloria o una hoguera.