Vicente Verdú
La semana pasada estuve invitado a participar en la celebración del I Foro de Ciudades Slow en Bigastro. Bigastro es una pequeña localidad alicantina en la Vega Baja del Segura que como muchas de sus poblaciones vecinas se encuentra amenazada por la especulación. Su reacción, sin embargo, es insólita. En lugar de dejarse arrasar por los adosados se ha coaligado con otras "ciudades slow" de España como Pals, Begur, Palafrugell, Munguía, Lekeitio, Rubielos de Mora y Pozo Alcón que empiezan a formar la red de “ciudades lentas”, un movimiento que empezó en Italia y va ganando adeptos.
El movimiento de las cittá slow trata de crear junto a la de la trama de slowfood (comida lenta, comida natural) una fuerza de resistencia contra el desarrollo sin factor humano. Estas localidades se conjuran en defensa de los alimentos naturales, del campo, el aire, las energías limpias y la sostenibilidad.
Abrazan la idea de la vida sosegada, sin tensiones ni apuros superfluos. Defienden la vecindad y el trato humano, los productos alimentarios como un bien superior y la cocina como un patrimonio cultural de la Humanidad. Cualquiera estaría de acuerdo con sus principios y se alistaría en la defensa de sus fines. Todos menos los explotadores del suelo y del agua, del viento y del mar.
¿No habían concluido las utopías? He aquí, por lo que comprobé en Bigastro, el nacimiento y desarrollo de un ideal humano, personal y social, que contrasta vivamente con lo que se ha creído, la incuestionable fatalidad de los tiempos. En esta agrupación no se pide lo imposible. Se trata de conceder el valor, reconocido por el mismo mercado, a lo existente. El silencio, la naturaleza, los buenos tomates y patatas, son bienes altamente cotizados en la sociedad presente. ¿Por qué no hacer que se multipliquen deliberadamente? ¿Por qué esperar a que desaparezca un huerto para recuperarlo después con redoblados trabajos y costes? En Bigastro, la huerta que han abandonado unos pasa a ser cultivada por otros como “huertos de ocio”. Estos otros son jubilados y sus nietos, gentes solas que se reúnen con otras gentes. El campo, sin desaparecer, se enriquece con nuevos destinos. Al contrario del pensamiento único que no ve el porvenir a causa de su apresuramiento ciego, el movimiento slow crea sin cesar destinos. Al pobre sentido del enriquecimiento a secas sigue la sorprendente irrigación del sentido.