Vicente Verdú
Un pequeño escrito de Chateaubriand, inacabado y vacilante, pero con el título atractivo de Amor y vejez, ha sido publicado hace algunas semanas por Acantilado. De texto menudo a menuda editorial; ambos adjetivos doblemente ciertos.
La cuestión más llamativa de esas pocas líneas chorreando autobiografía y dolor es la amarga constatación de que en los amores entre personas de edades muy distantes actúa un tabú tan potente como todavía es el incesto. Tanto los protagonistas de esos lazos asimétricos como el juicio social se encargan de evocar ese fácil parecido incestuoso, volviendo feo, grotesco y hasta monstruoso el vínculo.
El cuadro de Rubens Sara y los viejos recoge la circunstancia de horror que se crea con el acercamiento (acaso acoso) de unos señores rondando los 50 a una joven rosada y en delicada sazón.
Todas las tardes, La Uno de Televisión Española emite estos meses una telenovela sobre el mismo asunto y dentro de un paquete de sobremesa compuesto por tres:(Amor en tiempos revueltos, Victoria y Marina. En Victoria no sólo será Victoria, la embarnecida esposa de 49 años quien se ve arrebatada por un romance con un joven de 30 y pocos años sino que su esposo se separa de ella por una abogada muy pelirroja, 20 años más joven. O, para redondear el asunto, un hijo casi adolescente (quizás hijo de Victoria) se lía febrilmente, incontrolablemente, con la mejor amiga de su madre que ya ha cumplido de sobra los 40.
No se trata pues de un simple tratado desafiante sobre el tabú latente del seudoincesto sino de tres proclamaciones juntas y no debe extrañar que pronto apareciera una o dos más. En realidad la serie no conoce el reposo en su atrevida misión de presentar esta "trasgresión" como un mundo con tantos derechos como la homosexualidad, la bisexualidad y la transexualidad. ¿Victoria querrá decir victoria? Los espectadores cargados de años vivimos en ascuas ante este fogoso manifiesto que, en formato de serie rosa, abre la carne en canal, (La Uno).