Vicente Verdú
Los filósofos como Ortega y tantísimos otros hacían mucho énfasis en el rico valor de la soledad. La soledad como un recinto donde a solas con el "yo" sus estremecimientos y convulsiones chocaban con las paredes y de ahí nacían, chispas y dolor, luces y sombras que componían el paisaje del conocimiento filsofófico. Tanto personal como general puesto que cada uno venía a ser como el fractal de todos los seres racionales, la molécula que calcaba en miniatura la amplia identidad de la especie.
Bucear dentro de sí era bucear dentro del ser humano individual, general y trascendental, encima. Acaso no pueda idearse un concepto más comunitario de la especie, más fundido en la unidad, el bien y el mal, la salud y la enfermedad, el delirio o la cordura. La sociología, sin embargo, desarrollada años después pone el acento en el porcentaje de los deseos, las opiniones y los temores de unos y otros grupos. Somos todos sólo un montón antes de que llegue la sociología que, para ser funcional, nos empaqueta a efectos políticos, mercantiles, deportivos y todo lo demás. La gigantesca palabra "Humanidad" resuena a la igualdad de la especie pero la sociología ha reconvertido esa sustancia de sabor fundamental en un menú surtido. Por la filosofía nacíamos y moríamos en una trascendencia común y fatal; por la sociología paseamos de aquí para allá, exentos de muerte y a la manera de una tarde cualquiera en un centro comercial.