Sergio Ramírez
Sobre el asunto de los castigos corporales derivados del pecado, que ésa es la idea del infierno, me he acordado del pasaje aquel cuando Don Quijote y Sancho entran en los dominios de los duques, y durante la temporada que pasan allí discurren entre ellos, sus anfitriones y la servidumbre, algunas pláticas sabrosas. En uno de esos coloquios, una de las amas de la duquesa, doña Rodríguez, cuenta de un romance antiguo en el que el trovador canta cómo metieron vivo al rey don Rodrigo “en una tumba llena de sapos, culebras y lagartos, y que de allí a dos días dijo el rey desde dentro de la tumba, con voz doliente y baja:
Ya me comen, ya me comen,
por do más pecado había…”
No esclarece la trova qué partes comidas serían aquellas, que hay varias de ellas en el cuerpo por las que se peca, o con las que se peca. Pecados de gula, pecados de lujuria, pecados aún de mirar con ansiedad lo ajeno. Pero esta manera en que unas alimañas cumplen la tarea de tomar desquite de un cuerpo pecador, recuerda las venganzas del infierno, donde semejante tarea la han tenido de manera principal las llamas, aunque con el breve receso que les concedió el Papa Juan Pablo, como hemos podido ver.