Sergio Ramírez
Hablando de ganadores y perdedores, uno de los personajes de The Little Miss Sunshine, Frank, el suicida, le explica a su sobrino Dwayne, quien ya nunca será piloto de aviones jet, que uno de los grandes perdedores de la historia de la literatura fue, precisamente, Marcel Proust, el escritor en el que él mismo se ha especializado. Un genio. Enfermizo solitario, despreciado por homosexual, y asmático al punto de no poder salir de su recámara forrada de corcho, escribió una saga de la sociedad francesa que le tocó vivir, crónica maestra sobre la decadencia, En busca del tiempo perdido. Siete gruesos volúmenes de los que todos hablan y muy pocos leen, aunque todo el mundo sepa el cuento de que una magdalena en una taza de té de tilo puede despertar de un golpe la memoria de la infancia.
La lista puede hacerse grande. Frank Kafka, que pidió a su amigo Max Brod, antes de morir en 1924, que quemara todos sus manuscritos, decepcionado de la literatura, y convencido de que nada de lo suyo valía la pena. Otro genio imprescindible. Su amigo, gracias al cielo, no le hizo caso, más porque lo creía un santo con una filosofía moral que heredar. Imaginen el mundo sin la palabra kafkiano, que muchos que la usan ignoran de donde sale. Y recuerden el dicho sagaz de que en América Latina, Kafka no sería más que un escritor de costumbres.
Pondremos, si quieren, más nombres en esta lista.