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'Get back'

Por 23 de febrero de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Pocas cosas me gustan más que viajar. Lo cual no deja de ser paradójico en un escritor, dado que la tarea depende en buena medida de nuestra capacidad de encerrarnos, aislarnos y permanecer en un mismo lugar; la existencia de algunos escritores-viajeros inefables –dicho sea de paso, qué pena la muerte de Kapuscinski- es tan sólo la excepción que confirma la regla. La mayoría de los escritores que conozco son socialmente ineptos, y muchos de ellos prefieren además enterrarse en su nicho, a salvo de los perfumes agresivos, de los grifos exóticos (o de la falta de ellos), de los códigos que les resultan amenazantes por el simple hecho de ser nuevos –y en especial, a salvo de la gente.

Estoy de regreso en Buenos Aires. He sido repatriado, el calor espeso y selvático de febrero me llamó a su seno maternal, al término de un viaje por Europa cuyo recuerdo conservaré por siempre. Lo que lo convirtió en inolvidable fue precisamente aquello que diferencia un paisaje maravilloso de una experiencia maravillosa: la gente, esa misma gente que asusta a tantos escritores que prefieren escribir a solas, lanzar su manifiesto al mundo y no recibir más llamadas que las de su agente –siempre y cuando las noticias sobre las cifras de venta sean buenas, por supuesto. En cambio yo sufro cuando sale un libro mío porque me gustaría estar detrás de cada nuevo lector, percibiendo sus reacciones. (En especial las buenas, claro: me encanta hacer reír a la gente, y también me conmueve emocionarla.) Por eso viajes como el que acabo de hacer por Holanda y Alemania son un sueño para los escritores que sienten como yo: porque representa una oportunidad única de encontrarse con aquellos que te leen, y sobre todo con aquellos que a pesar de las enormes diferencias culturales, aprecian lo que haces.

Así que quedan avisados: a partir de aquí este texto incluirá los nombres de mucha gente que no conocen. Pero como significan mucho para mí, creo que nombrarlos es hacer buen uso de este espacio: si un medio de comunicación no sirve para que hagas público tu agradecimiento a tanta gente que te hizo bien, que te llenó de calor, que te iluminó el alma, ¿para qué cosa mejor servirá?

Le agradezco a la gente del Instituto Cervantes, que tanto hace por la difusión del español en el mundo en general y en Europa en particular. (Parece que el nuestro es el idioma del momento, al menos en los países nórdicos que visité: ¡ya era hora de que nos pusiésemos de moda!) A Isabel Lorda Vidal, del Cervantes de Utrecht, Holanda. A Ferrán Meliá y Manfred Boes, del Cervantes de Munich. A Helena Cortés y Asunción Vacas Hermida, del Cervantes de Bremen y de Hamburgo. A Gonzalo del Puerto, Carolina Ritter y Helga Schneider, del Cervantes de Berlín. También le agradezco a la gente de la librería de Waldbronn llamada Litera Dur (un juego de palabras que siginficaría Literatura Mayor, de acuerdo a la explicación de Bárbara, su dueña), por haberme llevado hasta allí. A mi editora en Holanda, Nelleke Geel, un verdadero encanto. A mi editor alemán, Dirk Vaihinger, que podría haber sido un galán de cine y vaya a saberse cómo acabó entre libros. A la gente que se hizo cargo de la ímproba tarea de presentarme: Alejandra Slutzky en el Cervantes de Utrecht, que me conmovió hasta las lágrimas; periodistas como Sebastian Schoepp y Andreas Fanizadeh, que hablaban de Latinoamérica y de Argentina en particular con profundo conocimiento de causa; el bibliófilo y además músico Sven Puchelt, de Waldbronn, cuyo CD todavía escucho a diario; a Sabine Giersberg, mi traductora al alemán: al profesor Reiner Kornberger, que se expuso a la lluvia, al frío y a los fanáticos del equipo futbolístico local, el Werder, para presentarme en Bremen. Y a Juan Carlos Benavente, profesor de español en el Cervantes de Hamburgo, que además de presentarme me acompañó en una helada medianoche –junto con Asunción y otro señor alemán tan culto y amable que siento vergüenza por no recordar su nombre: mil perdones por mi descortesía- a marchar por la Reeperbahn y buscar el Kaiserkeller en mi absurda peregrinación en busca de clubes donde tocaron Los Beatles.

Hay otra gente a la que debo agradecer con nombre y apellido. Amaya Elezcano, Valerie Miles, Rosa Junquera, Gerardo Marín, de Alfaguara España, que convirtieron en realidad el viaje para promocionar La batalla del calentamiento. A Basilio Baltasar, Pepe Verdes, Ximena Godoy y Giselle Etcheverry Walker, de La Oficina del Autor que hace posible este blog. A Teresita Toledo y Anna María Rodríguez Arias, de Casa de América, que me invitaron a un diálogo público con Leo Sbaraglia, a quien no veía desde el estreno de Plata quemada. A Juan Cruz, que siempre está atento. A Wendy Kerstan, de la editorial Nagel & Kimche. A Silvina Senn, que cometió la locura de viajar desde París para encontrarme en Utrecht. A las periodistas Anja Durrmeier y Caridad Plaza Rivera. A Isis Mulleman, que hizo de chaperona en Antwerp, Bélgica. (Las galletitas con forma de mano que me regaló son deliciosas.) A Rodrigo Fresán, Juan Gabriel Vásquez, Jorge Benavides. A Arabella Siles. A mis amigos Ana Tagarro, Cristina Zumárraga (merecidísimo ese Goya), Eduardo Milewicz y también a Lourdes, colega escritora.

Pero la mayor sorpresa me la deparó la gente: la de Holanda, la de Alemania, que acudió a cada encuentro en cantidad sorprendente, me hizo sentir el mejor actor del mundo durante las lecturas –en Hispanoamérica no estamos acostumbrados a ellas, lo cual es un error: es una maravillosa oportunidad para tomar contacto con los lectores, devenidos momentáneos oyentes- y me colmó de afecto expresado en idiomas variados, entre los cuales cuento el de los abrazos. No se imaginan lo que se siente cuando esa gente, a la que uno supone tan alejada de nuestra realidad y de nuestra cultura, muestra sin temores ni falsos pudores cuánto le ha gustado la historia que le contaste.

Escribo estas líneas, pues, porque como escritor –un ser socialmente inepto, ya lo dije- no encuentro otra forma de expresarles cuánta alegría produjeron en mi vida.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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