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IV. NOMBRES DE LA MELANCOLÍA: ALEJANDRÍA QUE SE MARCHA

Por 19 de febrero de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

             Igual que los perfumes, que solamente pueden nombrarse dándoles una referencia: olor a rosa, a sándalo, a cuero viejo, a sudor, a hojas secas, a aguas estancadas, porque huyen de toda explicación por falta de sustancia, así mismo el hüzün que el propio Pamuk siente por su ciudad necesita de enumeraciones para intentar explicarlo, y lo hace, una larga lista de apuntes de la memoria, que es como buscar descomponer en sus elementos esenciales un paisaje urbano con todo y sus gentes, y convertirlo en una tabla de referencias, algo a través de lo que puede lograrse una aproximación, pero nunca aprehender su totalidad.

            Cada uno de nosotros tiene su propio hüzün, su saudade, su cabanga, por una ciudad que es propia, y siempre buscamos descodificar ese sentimiento en la mente. Puede estar frente a nosotros la ciudad amada, disolverse cada tarde en el crepúsculo, o vivir en un depósito privilegiado de la memoria. Y siempre jugaremos a desentrañarla, como quien repasa una vieja colección de tarjetas postales que nunca dejará de crecer, sino con la muerte.

            La ciudad, nuestra ciudad, que cada día entra más en el pasado, nuestro propio pasado, y la vemos así alejarse en el horizonte, tragada cada vez más por la niebla, y entonces, hacemos nuestra lista: gritos perdidos de niños que juegan en el patio de una escuela, el graffiti en una pared, la estela de un avión que cruza el cielo con rumbo desconocido, las luces que se encienden en la marquesina del cine de la esquina, los autobuses atestados de gente que regresa a sus hogares, un ensayo de piano o de clarinete tras una ventana, el ulular lejano de una sirena en medio de la noche, el llanto desconsolado de un borracho solitario, los pasos de una pareja que se aleja acera abajo.

            Los dioses siempre te abandonan a tu propia memoria, como en el poema de Cavafis:

             Dile por fin adiós a Alejandría que se marcha,
            y sobre todo no te engañes y no vayas
            a decir que fue un sueño, que se confundió tu oído…

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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