Marcelo Figueras
Aunque pretendamos lo contrario, la mayoría de los escritores somos egocéntricos sin remedio: nos creemos excepcionales, lo cual significa que sólo rendimos pleitesía a los clásicos -que dicho sea de paso, por lo general tienen la cortesía de estar muertos. Esto significa también que miramos con cierto desprecio a nuestros contemporáneos. Hecha la confesión, debo decir que muy de tanto en tanto me cruzo con un colega que me fuerza a echar mis prejuicios a la basura. Esto acaba de ocurrirme con el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez: la lectura de su flamante Historia secreta de Costaguana fue uno de esos placeres que sólo tienen lugar muy de tanto en tanto.
La culpa la tuvo Gerardo Marín, de la oficina de Alfaguara en Barcelona, quien se apareció en mi hotel con abrazos, una agenda llena de entrevistas de las que debía dar cuenta en apenas dos días… y el libro de Vásquez en la mano. Debe haber intuido, conociéndome como me conoce, que mi paladar sería sensible a semejante plato. Empecé a hojear la novela esa misma tarde, con la misma desconfianza (mea culpa otra vez) con que suelo abrir los libros de mis colegas en la tarea y en el idioma. Pero Historia secreta me atrapó de inmediato: un narrador confiado y poderoso, una historia americana con aliento universal, el hábito de la aventura y, planeando por encima de todo, la sombra mayúscula de Joseph Conrad. ¿Quién era este Vásquez, que parecía estar escribiendo en respuesta a mis deseos más profundos, dirigiéndose al lector ávido y todavía niño que sigue viviendo dentro mío?
Historia secreta de Costaguana es además la historia secreta de José Altamirano, un colombiano que se da el lujo de consumar la más exquisita venganza en contra de su país -podría impedir la secesión de Panamá del territorio nacional, pero elige no hacerlo-, y que a la vez recibe el castigo más cruel por sus pecados: quedar marginado, esto es desaparecer, del seno de su propia historia, cuando Conrad escribe Nostromo y lo relega como personaje. Confieso que esta era la parte del asunto que más me preocupaba; pensé que sería el caso de otro escritor latinoamericano (¡otro más!) que trata de robarse algo del fuego de los clásicos usando alguno de sus personajes, o convirtiendo al escritor mismo en parte de una historia. Pero Vásquez sabe lo que hace: reverencia la literatura de Conrad pero no deja que su relato se convierta en un refrito metaliterario. Creo que a Vásquez le apasionan los libros, pero le apasionan tanto como la vida misma. Historia secreta de Costaguana está llena de referencias históricas y literarias, y también está llena del humor y del dolor que sólo experimenta aquel que además de leer mucho, no teme vivir.
Por favor, no se pierdan esta Historia secreta. Sigo siendo egocéntrico como la mayoría de los escritores, pero cuando descubro un placer -y la lectura de Vásquez fue uno de ellos, particularmente exquisito-, no puedo resistir la tentación de compartirlo.