Sergio Ramírez
El destino no es muchas veces imprevisión, ni tampoco fatalidad, sino conciencia de lo que uno ha venido a hacer sobre la tierra, y eso es lo que al fin ocurre con la muerte del héroe en El olvido que seremos.
Si un escritor tiene siempre un lector en singular que de alguna manera guía sus pasos, ese lector vigilante, en el caso de Héctor Abad Faciolince, es su padre. El padre asesinado. "Es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra….", dice el hijo. Uno adivina que esta carta ha venido siendo escrita desde hace tiempos, desde aquel martes 25 de agosto de 1987, cuando la madre y los hijos, cada uno a su manera, recibieron la noticia del asesinato a mansalva del padre. Cada uno de ellos da su testimonio, que el hijo escritor transcribe. Y ese conjunto de testimonios viene a ser de las partes más conmovedoras del libro, en un libro que es todo conmovedor.
Pero más que la carta a una sombra, el libro es la rendición puntual de cuentas a una presencia viva. Una presencia que viene a llenarlo todo, vida, recuerdos, futuro, frente a la que no hay olvido posible. Más que el olvido, es el recuerdo que el padre será siempre en la cabeza del hijo que escogió ser escritor El padre que, según Aristófanes, llevamos siempre enterrado en la cabeza.
Lean El olvido que seremos.