Javier Rioyo
Escuchar una ópera nos permite imaginar la imagen de los componentes del drama como gustemos. Había escuchado algunas veces la ópera "La Gioconda", del casi olvidado Ponchielli. Con momentos tan famosos como el aria de "Cielo y mar", que ahora da título al nuevo divo de los tenores, el mexicano Rolando Villazón. Un cantante exuberante, poderoso, comunicativo y buen mozo. De la Gioconda también conoce todo el aficionado a la música o al ballet, la llamada "Danza de las horas". Además está el sufridor personaje central, la enamorada, apasionada y buenísima chica, esa cantante callejera, hija de una ciega, que está enamorada de uno que no la ama. Un dramón de Arrigo Boito, a partir de una obra de Víctor Hugo. Todo muy del gusto del pasado siglo. Pero la belleza de la música, además de la hermosa danza, ha permitido que esta incomprensible historia- como tantas de la ópera- siga siendo muy representada, muy querida y muy bien aceptada.
Hay un personaje que enamora al protagonista, al tenor de "Cielo y mar" que daría la fama al español Gayarre, es la bella y malcasada, Laura. Una mujer muy hermosa, una mujer atrevida por la que se provocan todas las desgracias de la obra. Siempre la imaginamos muy hermosa, capaz de seducir al bello y aventurero Enzo, a ese del que está fatalmente enamorada la Gioconda. Una mujer por la que uno estaría dispuesto a algunas locuras.
Con esa imagen idealizada fui al Teatro Real. Más bien, con esa ingenuidad, porque ya tendríamos que estar acostumbrados, a nuestros años y nuestras óperas, que una cosa es la voz y otra el cuerpo, una la realidad otro el deseo. Todos tenemos claros ejemplos de físicos que se contradicen con las pasiones que desatan en el escenario. Es un componente habitual de ese tinglado que es una ópera. Lo sabemos, y sin embargo nos decepcionamos.
La cantante que representa Laura, por decirlo discretamente, está en las antípodas de lo que uno entiende como arrebatadora belleza. Incluso lo que uno entiende por belleza. Aún diría más, lo que uno entiende por pasable. Es muy pequeña- unos señores que parecían muy serios detrás de mi fila, cada vez que entraba en escena decían: "¡ya viene el tapón!"- tirando a bastante gorda y con un físico poco agraciado. De voz estupenda pero cuando se abrimos los ojos es difícil dar crédito a que esa señora despierte tantas pasiones. En fin, tendrá mucha belleza interior. La ópera, que es representación en vivo y directo, ¿no debería cuidar más sus repartos? Ya se que la belleza es subjetiva, pero no tanto. A veces es mejor no ver. La imaginación tiene más posibilidades. La realidad suele ser más fea.