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Inglés para idiotas

Por 6 de marzo de 2008 Sin comentarios

Rafael Argullol

En el gran bazar en que se ha convertido el proceso electoral puede encontrarse de todo, como hemos podido comprobar estas últimas semanas. El político, disfrazado de prestidigitador, hace los trucos que están a su alcance, e incluso —patéticamente— los que no lo están, con tal de convencer a los electores. Para conseguir sus propósitos se valen de buenas y malas artes, creciendo en sofisticación estos últimos a medida en que avanza la campaña. Los clientes más deseados son los “desmovilizados”, los “indecisos”, los “abstencionistas” y los que, si esto tuviera algún valor, votarían en blanco.

Precisamente con respecto al voto en blanco hemos asistido a uno de los pocos fenómenos remarcables de esta campaña electoral: el silenciamiento de la propuesta de Pascual Maragall. No es que yo crea que es fácil de aceptar que quien ha sido hasta hace poco presidente de la Generalitat y del partido socialista proponga a los electores el voto en blanco; sin embargo, esta circunstancia hubiera debido avivar el debate pues si alguien con su dilatada experiencia y responsabilidad políticas ha llegado a esta conclusión es que nos hallamos ante un caso de alerta considerable sobre el funcionamiento de nuestra vida pública.

Lo remarcable es que, en lugar de avivarse el debate, se ha producido una auténtica conspiración del silencio en la que han participado los medios de comunicación, al recoger un eco rápidamente debilitado, los partidos, encabezados por el propio partido socialista, y muchos de los amigos políticos de Pasqual Maragall, que apenas han intervenido en su defensa o así me lo ha perecido a mí. No han faltado, además, siniestras manifestaciones de supuesta “compasión”, sobretodo por parte de aquellos que viven y medran en estos aparatos de poder que exigen la opacidad y el camuflaje.
Fuera del “caso Maragall” —un personaje, Pasqual Maragall, que para bien o para mal remueve las aguas del pantano— no ha habido nada en el gran bazar que no fuera previsible. Entre ataque y ataque lo más vistoso ha sido la subasta que los candidatos han hecho con el dinero de los ciudadanos, unos regalando cheques y otros promesas de reducciones impositivas. En todos los casos está claro que en las arcas del Estado sobra dinero y no se entiende porqué éste no se emplea en arreglar las injusticias que el mismo Estado detecta gracias a sus sacrosantas estadísticas.
Pero si el segmento más filibustero de la campaña ha sido la tómbola que se ha realizado con el dinero público el segmento más estúpido ha sido, sin duda, el arrebato en torno a la enseñanza del inglés. De repente casi todos los candidatos, mirándose probablemente en el espejo de sus propias carencias, han encontrado en el aprendizaje del inglés el talismán de nuestro porvenir. Pronto toda Catalunya, toda España hablará inglés si hacemos caso a lo que nos aseguran los señores Zapatero, Rajoy, Montilla,… (todos al parecer menos ellos).
 
No vamos a negar ahora la importancia del inglés como lengua científica, económica o de comunicación pero de ahí a transformar ese idioma en la panacea de las virtudes futuras media un universo. Sin ir más lejos, y para recordar un tema doméstico, las turbas de simpáticos hooligans británicos vociferan en inglés entre cerveza y cerveza y no por eso los vamos a poner de ejemplo –creo- para esas escuelas llenas de niños angloparlantes que vamos a crear. Tampoco resulta conveniente, por ejemplo, inculcarles el himno de los marines para que lo canten en el recreo, por más que su letra algo tosca sea perfectamente inglesa.
 
Con todo, la verdad, el problema no estriba ni en los hooligans ni en los marines sino en nosotros: ¿Qué importa el idioma si lo que se dice es el fruto de la ignorancia? ¿Qué habremos avanzado si un estudiante universitario manifiesta en maravilloso inglés que no sabe quién es el emperador Carlos V o el pintor Piero della Francesca, que tampoco sabe, ni desde luego le importa cuál es el teorema de Pitágoras o el número pi, que confunde con absoluta impunidad la Revolución Francesa y el Mayo del 68? Estas pequeñas lagunas —en catalán, español o inglés— son fácilmente constatables para cualquiera que se entretenga en charlar con nuestros estudiantes, actividad que quizá sería de provecho para quien pretendiera presentarse candidato.
 
Sin embargo, lejos de hacer este trabajo de campo, el candidato prefiere ofrecer inglés para todos de modo que el mal sistema educativo actual derive en una peor academia de un único idioma. Tras el goteo apocalíptico de informes europeos y mundiales sobre el pésimo estado de educación en España hubiera sido de esperar que la enseñanza fuera el asunto central de la campaña. No ha sido así en absoluto, o únicamente lo ha sido en lo referente a la enseñanza del inglés, tema en el que la farsa guarda paralelismos con la subasta de talones y reducciones de impuestos: “Yo haré que todos sepan inglés en diez años”, “yo haré que sea en cinco”, “yo en dos”, y así sucesivamente.
 
Sospecho un par de razones. La primera, fácil de adivinar, es que proponer el inglés universal es una tarea bastante menos complicada que realizar una auténtica reforma educativa. La segunda es un poco más maliciosa: ¿saben nuestros candidatos quién es Piero della Francesca o cuál es el teorema de Pitágoras? ¿Les importa? English for idiots.

                                                                                               El País, 23/02/08

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Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

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