Sergio Ramírez
¿Escrúpulos?, preguntaría Mister Trump desde el penhouse de su rascacielos particular en pleno Manhattan, la Torre Trump. ¿Y eso, con qué se come? Quienes tienen escrúpulos son los perdedores, y es por eso que pierden, porque les faltan las agallas para sobrevivir en medio de la selva hostil, y no sólo sobrevivir, ya vimos, proclamar su victoria con el pie puesto sobre el cadáver del adversario.
Por eso es que la ironía que borda con finas puntadas todo el desarrollo de la comedia Miss Little Sunshine, es que Richard, el padre de familia sometido cada día a apuros económicos, que nunca alcanza ningún jugoso contrato para vender sus lecciones para fabricar ganadores, es la viva imagen del perdedor. Y todos son allí perdedores. Dwayne, el hijo que se niega a hablar en protesta contra el mundo, y cuyo aspiración de ser piloto de aviones comerciales se verá frustrada porque es daltónico. Frank, el cuñado homosexual, sobreviviente de un intento de suicidio, nunca reconocido como el mejor especialista en Marcel Proust que tiene Estados Unidos. El abuelo inútil, al que al cabo de su vida le da por esnifar cocaína. Y la pequeña Olive, candidata al título de reina de belleza infantil, “The Little Miss Sunshine”, gordita y desprovista de gracia y de glamour, sin ningún chance de ganar. Perdedora desde niña.
¿Son esos los perdedores?