Sergio Ramírez
Me paso a las telenovelas aprovechando el puente de Disney. De esa lucha rotunda entre buenos y malos no se salvan ni los novelistas clásicos algunas veces, como no se salva Dickens, dígalo si no El almacén de antigüedades donde la protagonista, la pequeña Nell, es buena y sufrida hasta las lágrimas, y si no muere no lloraríamos tanto, mientras que su enemigo Quilp, “el enano más feo que pudiera verse en cualquier feria por un penique” es malvado hasta el asco. Y aunque no se trata de un autor de historietas a lo Disney, la telenovela está en deuda con Dickens. Hay que tomar en cuenta que sus novelas se publicaban por partes o capítulos en revistas y diarios en Inglaterra, e igual que cada capítulo de una telenovela hoy, las entregas eran seguidas por miles, al punto que la gente se arrebataba los ejemplares de los periódicos para enterarse de lo que había ocurrido con los personajes desde la vez anterior.
El mecanismo de las telenovelas es el mismo: la lucha constante de los buenos contra los malos, los obstáculos que se oponen, también de manera constante, a la realización de un amor: la oposición de una madrastra malévola como la de Blancanieves, o el abismo entre las posiciones sociales de los enamorados, ella una empleada doméstica que se enamora del hijo del millonario en cuya casa sirve. Las mismas viejas historias, en odres nuevos.