Sergio Ramírez
No cabe duda. Don King tiene los méritos suficientes para ser parte de ese Museo de los Seres Increíbles, que es mucho más que el Salón de la Fama del deporte del boxeo, al que se ha dedicado toda la vida montando peleas en los escenarios más extraños, y más rentables, baste mencionar la del año 1974, por el campeonato mundial de los pesos pesados entre Muhammad Ali y George Foreman, en Kinshasa, la capital de Zaire, por la que recibió diez millones de dólares de parte del presidente Mobutu Sese Seko Kuku Ngbendu wa za Banga, quien, si por él hubiera sido seguiría como presidente vitalicio, dueño, además, de los títulos que él mismo se había otorgado: Padre Amantísimo de la Patria, Guía de la Nación, Faro de la Juventud. Igual que el Generalísimo Trujillo, igual que Papa Doc Duvalier, igual que el primer Somoza, y que el último, que se hacía llamar "Huracán de la Paz". También montó otra en Manila, en 1975, entre Alí y Joe Frazier, cuando reinaban allí el dictador Ferdinando Marcos y su esposa Imelda, dueña de la colección de zapatos más grande del mundo.
Pero aquellos fueron sus momentos de mayor gloria. Ahora da la impresión de uno de esos comediantes un día dueños de los grandes escenarios, y que luego, ya viejos, tienen que subir a los tablados de provincia, lejanos a los reflectores, como éste de la procesión de Santo Domingo, entre promesantes que bailan con fe, y borrachos que beben con sed bajo un sol calcinante. De todos modos, vino a Nicaragua porque quiere montar aquí una pelea. Todavía le quedan arrestos.