Sergio Ramírez
Tiene razón Miriam cuando dice que estamos rodeados de estereotipos de ganadores, y de eso no se salvan los escritores, desde luego, que deben jugar con las reglas del implacable mercado, pues producen una mercancía que debe ir a las manos de los consumidores. Vender. Ése es el nombre que la gloria tiene hoy día. Un ganador es el que escribe best sellers. Un perdedor a medias, el que al fin publica, y pasa desapercibido. Un perdedor, el que trabajó tanto y sufrió desvelos por consumar su libro, y va en medio de la selva con sus manuscritos debajo del brazo, buscando la sombra de un árbol protector, el editor que lo catapulte a la gloria, y a la fama, que son ambas hermanas gemelas. Pablo Coello es un ganador. Kafka es un perdedor.
En el cine, al menos, se utiliza hoy en día el término “cine de autor”, lo que quiere decir cine de calidad artística, que no llena las salas ni rompe los récords de taquilla pero representa una búsqueda estética y, antes que con la taquilla, se compromete con la calidad. Ustedes sabrán que la gran película de todos los tiempos, Citizen Kane, fue un rotundo fracaso comercial, y pasó embodegada mucho tiempo porque los productores no le daban la más mínima oportunidad frente al público. Y hasta su muerte, Orson Welles siguió siendo una especie de admirado perdedor. Un cineasta para cineastas, así como Jorge Luis Borges fue mucho tiempo sólo un escritor para escritores.