Sergio Ramírez
Hace algunas semanas, mientras participaba en la ciudad de Granada, la de Nicaragua, al lado del Gran Lago Cocibolca, en un encuentro internacional de escritores sobre el tema de la tierra, fui invitado a responder delante de las cámaras a las preguntas sobre el futuro que me hicieron los jóvenes entrevistadores de Fábrica, un show de video que se empezó a presentar el año pasado con gran éxito en el Centro Pompidou de París, patrocinado por la firma Benetton, y que ahora será llevado a otros museos del mundo, según ellos me dijeron. Esas entrevistas pueden verse en el sitio www.stockexchangeofvisions.org
Escritores, filósofos, guionistas, cineastas, artistas plásticos, músicos, deben responder a un largo y desconcertante cuestionario en el que uno debe declarar sus visiones acerca del futuro tal como lo imagina, o lo presente, el futuro del año que viene, el de una década adelante, o el del siglo siguiente, o más allá. No se trata de irse uno a su casa a prepararse, y regresar al día siguiente, sino responder a boca de jarro, y es lo que hice. En el momento, me sentí divertido, feliz de elucubrar sobre asuntos que desbordan mi propio plazo de vida, lo que de por sí lleva implícita una cierta irresponsabilidad. Pero luego, de regreso a Managua, me ganó el aturdimiento. Y mi reflexión tardía fue la de que el futuro no pertenece ya más al terreno de la imaginación, como lo fue para George Orwell o Julio Verne, o Philip K. Dick, o Ray Bradbury, sino que la terrible celeridad de la tecnología nos permite vislumbrar no pocas consecuencias de lo que, pareciendo en pañales hoy, conformará el mañana.
Y hay aquí, otra vez, mucha tela que cortar.